--Okay, okay. What do you want? But make it quick. I've
got to go to the tryouts. Rá-pi-do. Yo ir prác-ti-ca football.
A la mañana siguiente, abuela me explicó
los detalles de su fuga
mientras me hacía jurar que no se lo revelaría a nadie.
Tan pronto como terminó mi jura, le di la mano y nos encaminamos
hacia los matorrales que crecían cerca de la casa. Ibamos en
búsqueda de un árbol fuerte. En el medio de aquel
pequeño bosque, abuela se detuvo, miró a su alrededor
y seleccionó uno de tronco robusto. "Vamos, ¿qué
esperas?", dijo al mismo tiempo que me ponía hacha en mano y como
una enloquecida cheerleader gritaba: "Túmbalo, túmbalo, ¡rarará!"
Fue entonces cuando divisé, en la copa del árbol, un nido
de gaviotas negras. Bien sabía que el cedro sería el árbol
más indicado para los propósitos de abuela, pero las gaviotas
negras eran una especie en peligro. Después de pensar por varios
minutos, le dije que
el cedro estaba enfermo y seleccioné un carcomido roble.
Ella sonrió al ver que de un hachazo lo había derribado,
mientras gritaba:--You cut Kicito, you cut good--. Yo sólo atinaba
a sonreírle con cierto aire de superioridad ya que de seguro había
salvado una especie al borde de la extinción.
Abuela me instruía cómo y dónde
tallar.
Seguí sus órdenes al pie de la letra, abriendo un hueco en
medio del tronco. Mientras más entusiasmado estaba abriendo el hoyo,
la capataz volvió a gritar:
--¡Quítale las ramas, quítale las ramas! Take the
arms off the tree, take the arms off the tree!
No la entendí y abuela, perdiendo la paciencia,
me arrebató el hacha, desmembrando el vegetal. Esa misma tarde el
roble había quedado convertido en tabla agujereada por termitas
humanas. Abuela contempló la obra satisfecha, al mismo tiempo que
me daba una leve palmada en la espalda. Le sonreí una vez más
mientras me deleitaba discurriendo que había salvado a las gaviotas
negras de los caprichos de aquella viejecita impetuosa que aún no
acababa de comprender.
Durante aquel mes fuimos religiosamente a los matorrales
donde, camuflageada, se desarrollaba nuestra empresa que cada día
tomaba más y más aspecto de viejo
bajel. Tenía la embarcación dos compartimientos,
uno para mantenerse sentado y el otro para provisiones. No poseía
ningún tipo de propulsión, aunque sí tenía
un falso timón. Hacia la improvisada proa, había un agujero
donde colocar una pequeña asta para una bandera blanca. El exterior
lo había cubierto de piedras de rin, que había sacado pacientemente
de viejos vestidos testigos de antiguas glorias, y retratos de Julio
Iglesias. Todo encolado a la superficie con superglue. Esa misma tarde,
la almirante inspeccionó la obra al mismo tiempo que me hacía
varias preguntas clavas para asesorarse de mis conocimientos náuticos.
Finalmente, le respondí algo apenado que ni siquiera sabía
nadar bien. Con much calma, abuela me dijo que fuera
a la biblioteca y me agenciara
una carta
de navegación.
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