Raining Backwards  
Diving Deeper: Page 4 of 10 
  
 
   
  
    --Okay, okay. What do you want? But make it quick. I've got to go to the tryouts. Rá-pi-do. Yo ir prác-ti-ca football. 
    A la mañana siguiente, abuela me explicó los detalles de su fuga  mientras me hacía jurar que no se lo revelaría a nadie. Tan pronto como terminó mi jura, le di la mano y nos encaminamos hacia los matorrales que crecían cerca de la casa. Ibamos en búsqueda de un árbol fuerte. En el medio de aquel pequeño bosque , abuela se detuvo, miró a su alrededor y seleccionó uno de tronco robusto. "Vamos, ¿qué esperas?", dijo al mismo tiempo que me ponía hacha en mano y como una enloquecida cheerleader gritaba: "Túmbalo, túmbalo, ¡rarará!" Fue entonces cuando divisé, en la copa del árbol, un nido de gaviotas negras. Bien sabía que el cedro sería el árbol más indicado paralos propósitos de abuela, pero las gaviotas negras eran una especie en peligro. Después de pensar por varios minutos, le dije que el cedro estaba enfermo y seleccioné un carcomido roble. Ella sonrió al ver que de un hachazo lo había derribado, mientras gritaba:--You cut Kicito, you cut good--. Yo sólo atinaba a sonreírle con cierto aire de superioridad ya que de seguro había salvado una especie al borde de la extinción.  Abuela me instruía cómo y dónde tallar. Seguí sus órdenes al pie de la letra, abriendo un hueco en medio del tronco. Mientras más entusiasmado estaba abriendo el hoyo, la capataz volvió a gritar:  --¡Quítale las ramas, quítale las ramas! Take the arms off the tree, take the arms off the tree! 
    No la entendí y abuela, perdiendo la paciencia, me arrebató el hacha, desmembrando el vegetal. Esa misma tarde el roble había quedado convertido en tabla agujereada por termitas humanas.  Abuela contempló la obra satisfecha, al mismo tiempo que me daba una leve palmada en la espalda . Le sonreí una vez más mientras me deleitaba discurriendo que había salvado a las gaviotas negras de los caprichos de aquella viejecita impetuosa que aún no acababa de comprender
    Durante aquel mes fuimos religiosamente a los matorrales donde, camuflageada, se desarrollaba nuestra empresa que cada día tomaba más y más aspecto de viejo bajel. Tenía la embarcación dos compartimientos, uno para mantenerse sentado y el otro para provisiones. No poseía ningún tipo de propulsión, aunque sí tenía un falso timón. Hacia la improvisada proa, había un agujero donde colocar una pequeña asta para una bandera blanca. El exterior lo había cubierto de piedras de rin , que había sacado pacientemente de viejos vestidos testigos de antiguas  glorias, y retratos de Julio Iglesias. Todo encolado a la superficie con superglue. Esa misma tarde, la almirante inspeccionó la obra al mismo tiempo que me hacía varias preguntas claves para asesorarse de mis conocimientos náuticos. Finalmente, le respondí algo apenado que ni siquiera sabía nadar bien. Con mucha calma, abuela me dijo que fuera a la biblioteca y me agenciara una carta de navegación. 

 

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