El País Digital
Lunes
26 enero
1998 - Nº 633

DAGEROTIPO DE FELIPE DE BORBÓN

La naturaleza del Príncipe

MANUEL VICENT

Don Felipe en su despacho, en el
palacio de La Zarzuela (M. Flórez).
Para empezar, a Felipe de Borbón se le ve en seguida porque es más alto que sus guardaespaldas, detalle nada banal, puesto que a menudo la gente sencilla no distingue la altura de la alteza y esto que lleva el Príncipe ganado. La otra noche lo encontré charlando con sus amigos en un bar de copas. Su cabeza se elevaba dos cuartas sobre un grupo de jóvenes con pinta de ser vástagos de las finanzas, que andan entre el padel tenis y el índice Dow Jones, con camisas vaqueras y blasiers, entreverados con unas rubias de piernas largas, vestido pegado a una cintura muy flexible y morritos de silicona, todos de pie con un vidrio en la mano bajo la música. «Viene alguna vez por aquí», me dijeron en la barra. Si la felicidad de los ciudadanos está ligada en gran medida a la existencia de un príncipe, éste se halla determinado a su vez por el azar de la naturaleza y la historia. Parece que lo haya dicho Maquiavelo, pero se me acaba de ocurrir ahora mismo recordando que en aquel bar de copas todo el mundo estaba igualado por un solo camarero, que era el único que allí reinaba de veras.

En el trayecto que todos los mortales tenemos hasta el mono, el príncipe Felipe debe pasar primero por estos 18 apellidos: Borbón, Schleswig-Holstein, Borbón dos Sicilias, Sonderburg-Clüksbourg, Batemberg, Hannover, Orleans, Romanoff, Anjou, Hesse-Cassel, Nápoles y Schleswig- Holstein. Hay que imaginar a millones de óvulos y espermatozoides de oro saltando, bailando, bajando desde la Edad Media por todas las uretras de la historia, desde Fernando I de Castilla, Wifredo el Velloso, los Reyes Católicos, María Estuardo, Luis XIV, María Teresa de Austria, Felipe de Orleans y también Canuto II el Grande, Iván el Terrible, el emperador alemán Guillermo II, realizando entre ellos infinitas combinaciones hasta concentrarse en este joven que ahora alargaba el brazo hasta una simple cocacola sin calorías. El Príncipe es muy normal, dicen cuantos le conocen.

En la genealogía de Felipe de Borbón hay reyes que fueron santos y otros que fueron crueles, magnánimos, ceremoniosos, felones, terribles, grandes, locos, hermosos, magníficos, justicieros, melancólicos y breves. El guisante de Mendel tiene donde escoger. En la monarquía se mezclan el Estado y las hormonas, los aciagos avatares de la historia y la aventura ovárico-seminal, que no es menos convulsa. Dado este fondo irracional, mágico y genético en que se sustenta la monarquía, los ciudadanos libres, ante un Príncipe heredero, se hacen dos preguntas, sólo dos: cuál es su carácter y con quién se va a casar, ya que los príncipes tienen mucha naturaleza y vienen al mundo para fabricar más príncipes. Por eso la gente llana, que soporta la historia como una losa, está muy interesada en saber de sus soberanos sólo cosas muy sencillas, el talante, las aficiones, los amores, las taras hereditarias, las veleidades, la identidad de la pareja en la que van a depositar el don de sus genes, porque ese tejido vital tan vulgar, tratándose de príncipes y reyes, está unido a la sustancia del Estado y de ello depende no sólo un sueño de hadas sino también el que uno pueda dormir tranquilo. El príncipe Felipe de Borbón es muy normal, dicen cuantos lo conocen. Como es lógico, se trata de una normalidad regia.

En esta monarquía constitucional el Rey tiene el camino político ya trazado. Está llamado a firmar leyes, a presidir actos, a inaugurar cosas, a representar simbólicamente al Estado. Pero un joven de 30 años tiene ya el carácter formado y la gente insiste en saber, al margen del protocolo para el que ha sido rigurosamente preparado, si en los ratos libres el futuro Felipe VI de Borbón se va a dedicar a anillar aves, según el modelo nórdico, o a pilotar lanchas a 40 nudos, a la manera monegasca. Su señor padre juega al mus, se le ve en la barrera de los toros, habla como un castizo, tiene aspecto de gustarle mucho los huevos con chorizo y se duerme en los conciertos, aunque es probable que le agraden los tres tenores cantando O sole mio. En cambio su madre, la Reina, ama sobre todas las cosas el violonchelo de Rostropovich y parece feliz entre obras de arte y ruinas arqueológicas, pero también llega hasta la elegancia de las lágrimas cuando visita una catástrofe. Entre el desparpajo y la simpatía de Juan Carlos, que tan bien se traban con el caldo ibérico, y el hieratismo, la altivez y profesionalidad teutónica de Doña Sofía el Príncipe parece cobijado bajo la rama materna del árbol. A simple vista tiene traza de un príncipe europeo. Aunque recriado en una endogamia de amigos pijos capaces de llevar vaqueros planchados y zapatos de tafilete con dos borlitas, al menos nos ha concedido el honor de no verle rodeado de toreros y riendo las gracias de flamencos, mozos de espada y picadores. Ha ensayado una imagen de príncipe ecologista que le sienta muy bien. No se le conoce una afición desmedida a llenar de plomo la barriga de los ciervos. Exhibe el talento discreto, tímido o reservado de quien sabe el riesgo que corre si comete un error. Se dice que los Borbones no aprenden nada pero no olvidan nada. El príncipe Felipe da la sensación de haber aprendido algo esencial: que hoy en España el Rey legitima su figura cada día con sus actos. Una institución irracional como la monarquía puede convertirse en un instrumento político utilitario, funcional, simbólico y práctico si se usa con talento y discreción. La primera obligación de un miembro de la Casa Real consiste en no dar que hablar, en estar y no estar, en soportar bien erguido la parte visible del Estado y conducirse con elegancia en la vida privada.

Se supone que el príncipe Felipe ha sido preparado para que le sienten bien las guerreras de los tres ejércitos, el esmoquin, el chaqué, la toga, los birretes académicos, el equipo de tenista, de piloto, de caballista, de navegante, de esquiador. Acomodar un cuerpo elástico a toda clase de vestiduras es oficio de rey. Los uniformes le caen a la perfección a este príncipe y ésa es una gracia que no se aprende, ya que se deriva del esqueleto. Tiene el instinto aristocrático de llevar las manos detrás con suma naturalidad y de volver el rostro con cierto hieratismo acompañando el tronco en ese movimiento, pero a la hora de agacharse a besar a un niño o de acercarse a dar la mano al gentío agolpado a su paso aún se le ve demasiado rígido, con una sonrisa forzada, con cierto despego que sin duda se deriva de su timidez o tal vez de su inteligencia para no asimilar todavía ciertas formas de hipocresía o de impostura política, cosa que dice mucho a su favor.

Ahora que el Príncipe va a cumplir 30 años, sobre su persona seguirá arreciando aún más la presión de políticos, familias reales y otros interesados para que este joven contraiga nupcias formales. Es necesario que la cadena de príncipes no se interrumpa. Hasta hace poco, los reyes recién casados tenían que mostrar desde el balcón en la noche de bodas un pañuelo ensangrentado para demostrar al pueblo que la reina había sido desflorada con toda normalidad. El pueblo aplaudía. A mucha gente le gustaría que ese acto se retransmitiera hoy por televisión. Alcanzaría la máxima cota de audiencia. A cualquiera que preguntes por él, si le conoce bien, te dirá que el príncipe Felipe es muy normal. Lo dice el camarero de un bar de moda, el catedrático de Constitucional, el patrón de un yate, el amigo pijo y el antiguo compañero de clase. Es el mejor elogio que se puede hacer de un príncipe moderno.

Los silencios de la Constitución

JOAQUINA PRADES
Durante la cumbre iberoamericana de jefes de Estado y de Gobierno celebrada en Guadalajara (México) en 1991 Fidel Castro hizo un aparte con el Rey. «Oye una cosa», le dijo. «Ese hijo tuyo tan alto y tan buen mozo ¿qué es realmente? ¿una especie de vicerrey? ¿cuáles son sus funciones?».

Al general Sabino Fernández Campo, responsable de la Casa del Rey durante 16 años, le sorprendió el coloquial tuteo empleado por el líder cubano para dirigirse a don Juan Carlos, pero nada le extrañó del fondo de la pregunta. El Rey bromeó y se salió por la tangente. Realmente, no era una cuestión fácil de responder, y a Fernández Campo, actual conde de Latores, hacía tiempo que le preocupaba. Así lo ha reflejado en el prólogo del libro del catedrático de Derecho Político Antonio Torres del Moral El príncipe de Asturias. Su contenido jurídico , editado en 1997 por el Congreso de los Diputados. El texto aborda las lagunas del título II de la Carta Magna, dedicado a la Corona, que cobran vigencia al cumplir 30 años el príncipe Felipe.

«Nuestro Príncipe de Asturias realiza viajes oficiales; se entrevista con jefes de Estado, de Gobierno, ministros, personalidades y políticos de países extranjeros; mantiene conversaciones con autoridades nacionales y autonómicas; pronuncia discursos en los que no puede por menos que establecer criterios, sentar opiniones o formular propuestas de futuro; preside reuniones de organismos oficiales y está presente en algunos como la Junta de Defensa Nacional... ¿En qué concepto lo hace?, ¿qué representación ostenta?, ¿cuál puede ser su responsabilidad cuando no está previsto nada sobre el refrendo de sus actos?», se pregunta Sabino Fernández Campo.

La respuesta no está clara. La Constitución cita al heredero en tres ocasiones: para legitimar sus títulos (56.2), para prestar juramento a la Constitución y fidelidad al Rey en la mayoría de edad (artículo 61.2) y para ejercer la regencia en caso de inhabilitación del Rey (59.2).

Esta última es la única tarea que la Carta Magna asigna al Príncipe de Asturias, que es también príncipe de Girona, príncipe de Viana, duque de Mont-Blanc, conde de Cervera y señor de Balaguer. Por ello cada vez que don Felipe de Borbón viaja en acto oficial, el Consejo de Ministros aprueba un decreto que le designa como «representante de España». Así se hizo para la toma de posesión de Nelson Mandela en Suráfrica, con Jorge Sampaio en Portugal y con los presidentes de Nicaragua, República Dominicana, Ecuador y Guatemala. Y así se hará el próximo día 27 cuando se desplace a Honduras.

¿Debe aprobar el Gobierno cada viaje oficial del heredero o bastaría con una norma general que los incluyese a todos? Los expertos están divididos. En línea con el ex jefe de la Casa del Rey, algunos catedráticos de derecho político y constitucional creen necesario ofrecer una cobertura legal a la actividad pública don Felipe de Borbón. Otros, entre ellos la Casa Real y algunos padres de la Constitución, opinan lo contrario: «Si la institución funciona y se actúa de acuerdo con la Constitución, ¿para qué alterar las cosas?» se plantean fuentes próximas a La Zarzuela.

Doña Sofía es muy explícita en este sentido. Refiriéndose a sus funciones, comenta en el libro La Reina, de Pilar Urbano: «Nada de eso está escrito en ningún sitio; ni siquiera las líneas maestras de mi propio estatus, ni las vallas que no me puedo saltar. No está escrito, pero está entendido». Y cuando se le recuerda la inexistencia de estatutos, responde: «¡Afortunadamente...! No digo que alguien no haya pensado redactarlo alguna vez (...). Pero no hace falta escribirlo. Yo entiendo cuál es: todo lo que yo haga tiene que ser en beneficio de mi país».

La Reina no cita nombres, pero la autora del libro constata que pudo ver un borrador de Estatuto, redactado por Sabino Fernández Campo, que regulaba las obligaciones de los Reyes en público y limitaba las comparecencias de la Reina. Tal borrador excluía a doña Sofía de algunas recepciones, pascuas, entregas de despachos en academias, desfiles y demás actos públicos militares a los que doña Sofía suele asistir acompañando al Rey. Ese proyecto, aparcado por don Juan Carlos, fue solicitado por el anterior jefe de la Casa del Rey en un intento de desarrollar la Constitución.

La reticencia de la familia real española a dicha normativa es compartida por algunos padres de la Constitución. Gregorio Peces-Barba alega que «el uso constitucional crea las normas» y Miquel Roca da primacía al «funcionamiento de la monarquía basado en la tradición, incluso en los estados democráticos». José Pedro Pérez-Llorca no rechaza algún tipo de cobertura legal para el Príncipe, pero lo ve innecesario. Jordi Solé-Tura opina que es mejor dejar las cosas como están porque así don Felipe posee mayor libertad de movimientos y Gabriel Cisneros añade: «En todo lo que concierne a la Corona, es mejor no concretar. La monarquía, como tal institución, es ley en sí misma, aunque no aparezca en el Boletín Oficial del Estado».

Todos apelan al derecho consuetudinario: y a que «el uso hace la costumbre». Y comentan también que un debate parlamentario sobre esta cuestión difícilmente se limitaría a regular la representación del Príncipe en el extranjero. Afirman que se entraría en cuestiones complejas que prefieren eludir. Por ejemplo, ¿qué ocurriría si la esposa del heredero profesara una religión distinta a la católica? ¿O si se produjera un divorcio, como ha ocurrido con los Windsor? O, en el supuesto de que decidiera adoptar un hijo, ¿bajo qué condiciones podría hacerlo? ¿Con plenos derechos sucesorios, como se le concede al príncipe heredero de Mónaco, o sin reconocimiento oficial, tal y como se regulan las monarquías nórdicas?

Son silencios de la Constitución que acatan hasta los más firmes partidarios de reglamentar en torno al Príncipe. El catedrático Antonio Torres enfatiza que su propuesta se circunscribiría a la representatividad del heredero. «No trata de encorsetar al Príncipe, sino de darle corbertura jurídica, porque las cosas bien hechas bien parecen», señala.

En su opinión, esa ley pondría fin a la sensación de que «don Felipe actúa solo» y perfilaría la tarea de un cargo cuya misión consiste en «esperar».

Otros dos constitucionalistas, Jorge de Esteban y Pedro González Trevijano, han dejado constancia de su pensamiento en los tres tomos de su obra Curso de derecho constitucional español, manual de estudio de las universidades. Ambos sostienen que el Príncipe necesita un estatuto jurídico que defina sus atribuciones, y también comentan que sería conveniente regularlo cuanto antes. Ambos recuerdan también que la Constitución recomienda desarrollar en ley orgánica las dudas sobre la sucesión. Los letrados de las Cortes Manuel Fernández-Frontecha y Alfredo Pérez de Armiñán estudiaron a fondo esta cuestión por encargo del Senado. El resultado de su trabajo, La monarquía y la Constitución, duerme el sueño de los justos. Nadie ha quebrado, en 20 años, los silencios de la Constitución.

Un perfecto desconocido

MABEL GALAZ
Don Felipe cumple 30 años y sigue siendo para la inmensa mayoría de españoles un perfecto desconocido. Le ven alto, guapo, un poco más serio que su padre, y saben que tiene una amplia formación académica y militar. Le siguen por televisión en actos oficiales y de vez en cuando le descubren en las revistas del corazón con alguna supuesta novia. Pero el Príncipe habla poco, al menos en público. Sus asesores creen que debe seguir en un segundo plano y continuar con su preparación. «Ser heredero es prepararse para ser rey». En eso emplea su tiempo Felipe de Borbón y Grecia, que reinará como Felipe VI.

El Príncipe tiene un despacho justo debajo del que ocupa su padre en el palacio de La Zarzuela. A él acude cada mañana para trabajar. Su agenda está repleta de compromisos y audiencias. Algunos trascienden, otros intenta que pasen inadvertidos. Su padre, el Rey, le recomendó hace dos años tras regresar de la Universidad de Georgetown, donde realizó un master en relaciones internacionales, que mantuviera siempre una estrecha relación con la gente, sobre todo con la de su generación. Desde hace varios meses, don Felipe recibe a hombres y mujeres que como él están llegando a la treintena.

Al escritor Daniel Múgica le llamó un día por sorpresa Jaime Alfonsín, el secretario del Príncipe. Alfonsín es el único colaborador directo que tiene don Felipe. Está con él desde hace dos años. Fue el Rey quien le quiso cerca de su hijo. Por eso Alfonsín dejó su trabajo de abogado en el bufete Uría y Menéndez y se puso a trabajar con un joven al que ni tan siquiera había saludado antes.

Múgica se presentó en La Zarzuela una tarde para estar con el Príncipe media hora. Y se quedó dos. El recuerdo que del Príncipe tiene es el de una persona cálida. «Además, me reí mucho». Sentados en un sofá de su despacho hablaron de muchas cosas. «Nos detuvimos en temas de periodismo y libertad de expresión. Él se mostró partidario de la creación de un código deontológico, de establecer claramente lo que es vida pública y privada». El Príncipe ha sufrido hace unas semanas una intromisión en su intimidad cuando le fueron robadas unas fotos tomando el sol con una modelo. El incidente alarmó a los servicios de seguridad de palacio.

Pero el escritor, al margen de otras cuestiones, se llevó una agradable sorpresa. «Don Felipe me pareció alguien muy brillante y con una mente muy ágil. Gana mucho en el cara a cara. Para nada es la persona fría que a veces aparece por televisión». El Príncipe le contó a Daniel Múgica que le preocupa mucho el servicio que puede dar a España. «También me sorprendió la cantidad de periódicos que leía. Yo le regalé mi libro La ciudad de abajo. Espero que lo leyera. Quedamos en volvernos a ver».

José Manuel Caballero, de 27 años, secretario de las Juventudes Socialistas, se puso por primera vez en su vida corbata para acudir a la cita con el Príncipe. Llegó a La Zarzuela en taxi y algo cortado. Pensaba que la cita con don Felipe iba a ser tan aburrida como otras reuniones oficiales. Salió de palacio en un coche que le puso el Príncipe, y contó a sus compañeros de partido: «Es muy majo, coño». «Creerán que si hablo así de él, lo hago para quedar bien. Pero no es así. Para mí fue una gran sorpresa. Es un tipo que está muy enterado de lo que pasa en España, en el mundo. No se diferencia en gran cosa de la gente de mi edad con la que yo trato». Don Felipe le preguntó a Caballero el porqué de su vocación política. «A él le soprendía que me dedicara desde hace tanto tiempo a esto porque piensa que desde las familias no se apoya a los muchachos a que se metan en esto. Me dijo que era muy importante que los jóvenes estuviéramos en política, por el servicio público que significa».

Caballero siguió el protocolo. Le llamaba señor o alteza. Pero descubrió que tenían cosas en común. Ambos son dos locos de Internet. «Nos intercambiamos direcciones y me preguntó si había entrado en tal o cual sitio. Está en la onda y no tan lejos de nosotros como yo pensaba». Al secretario de las Juventudes Socialistas también le sorprendió que estuviera al corriente de los programas de televisión. «Está harto, como todos, de tanta telebasura». Hubo tiempo en esa entrevista para hablar de terrorismo y del servicio militar. «Yo soy objetor de conciencia y estoy en la comisión del Congreso que lleva estos temas. Él tiene una amplia formación militar y me habló del Ejército. Me decía que, en el Ejército español, por viejas que estén las cosas no se tira nada, que siempre hay algún joven capaz de arreglar algo con dos alambres».

José Francisco Herrera, el diputado más joven del Partido Popular, de 30 años, también quedó fascinado por el Príncipe en su visita a La Zarzuela. «Me insistió en la obligación que los políticos tenemos de acercarnos a la gente. Hablamos de los problemas que los chicos de nuestra generación tenemos para acceder al primer empleo o a una vivienda».

Fuera de su despacho, el Príncipe adquiere otro conocimiento de la realidad. Ha visitado en los últimos años en viajes oficiales las comunidades de Valencia, Extremadura, La Rioja, Castilla y León y la islas Canarias. En estos viajes intenta encontrar siempre un hueco para conocer de cerca los problemas de esas zonas. Escucha atento todo lo que le cuentan y encaja sin pestañear todas las situaciones por sorprendentes que sean. En la isla de El Hierro, durante su último viaje, mantuvo una reunión con diversos representantes de sectores agrícolas y ganaderos. Había una chica que no hablaba, y el Príncipe le pidió que diera su opinión. «Sólo puedo decirle que el ganado está este año muy jodido, pero que muy jodido», dijo ella.

Felipe sabe lo que pasa fuera de palacio porque su vida privada no se diferencia mucho de la del resto de la gente de su edad. Sus padres, los Reyes, quisieron que sus hijos estudiaran en colegios y fueran a la universidad. El Príncipe cursó sus estudios de EGB y BUP en el colegio Santa María de Los Rosales y realizó el COU en el Lackfield College School de Toronto (Canadá). En octubre de 1988 comenzó sus estudios de Derecho y Ciencias Económicas, que concluyó en junio de 1993. Tres meses después se marchó a la Universidad de Washington.

Cuando el Príncipe terminó sus estudios y regresó a palacio durante algún tiempo barajó la posibilidad de independizarse. Se habló de construirle algo en la misma Zarzuela o de que se trasladara al Palacio del Pardo. Pero Don Felipe sigue en casa de sus padres. Es el único hijo soltero que le queda a los Reyes. No tiene prisa por casarse y ni tan siquiera tiene novia, a pesar de que le atribuyan muchas. Con su secretario, Jaime Alfonsín, a veces comenta sorprendido: «Cómo pueden decir que salgo con ésta, si ni tan siquiera la conozco». Pero aunque no tenga un compromiso formal, don Felipe ha tenido al menos dos relaciones más o menos largas: con Isabel Sartorius y con la norteamericana Gigi Howard.

El Príncipe, eso sí, tiene mucho éxito con las chicas. La lista de candidatas también es muy amplia, casi toda de jóvenes de sangre real. Los Reyes siempre dijeron que sus hijos se casarían por amor. Así ha sido en los casos de las infantas Elena y Cristina, pero el matrimonio de Don Felipe, además de ser por amor, tendrá que ser un matrimonio de Estado, ya que la elegida será la futura Reina. Su abuelo, el conde de Barcelona, habló mucho de este tema con su nieto antes de morir. «Felipe elegirá bien, estoy seguro», dijo.

La vida privada de don Felipe es fielmente protegida por palacio. Nadie aporta datos de qué círculos frecuenta. Pero siempre se le suele ver con media docena de fieles con quienes comparte aficiones desde pequeño, entre ellas el deporte. En el gimnasio de la Zarzuela, don Felipe trabaja su cuerpo y siempre que puede se escapa a casa de un amigo que tiene una pista de paddel , en Puerta de Hierro. Además, esquía y navega. Fue olímpico en Barcelona.

El fútbol también le gusta, y lo conoce a fondo. En Boston quedó claro. España se jugaba el pase a los cuartos de final del Mundial de Estados Unidos con Suiza. Bakero dio un pase en profundidad y le salió mal. Entonces el Príncipe comentó: «Claro, le ha salido mal porque como en el Barcelona juega para atrás, de espaldas a la portería...».

© Copyright DIARIO EL PAIS, S.A. - Miguel Yuste 40, 28037 Madrid