El País Digital
Jueves
22 enero
1998 - Nº 629

Juan Pablo II: «Que Cuba se abra al mundo»

Castro califica el embargo de «genocidio con el que se intenta rendir por hambre al pueblo cubano»

MAURICIO VICENT / JUAN JESÚS AZNÁREZ, La Habana
Juan Pablo II bajó lentamente las escalerillas del avión. Besó la tierra que le ofrecieron en una bandeja cuatro niños cubanos, dos negros y dos blancos. Saludó a Fidel Castro, que acudió al aeropuerto vestido de civil, con corbata y un impecable traje azul oscuro. A esa hora -las cuatro de la tarde en la isla, diez de la noche en Madrid-, el líder cubano conocía, sin duda, las manifestaciones que había realizado el Papa en el avión que le trasladaba a La Habana en favor de «un cambio» de la política norteamericana hacia la isla.


El Papa saluda a los niños que le recibieron
en el aeropuerto junto a Fidel Castro (Reuters).
Después, a la hora de los discursos, el Papa dijo: «Que Cuba se abra al mundo con todas sus magníficas posibilidades, y que el mundo se abra a Cuba». El Pontífice se refirió a las dificultades que había tenido que enfrentar la Iglesia cubana para ejercer su magisterio, específicamente la falta de sacerdotes, y pidió «mayores espacios» para la Iglesia católica.

Minutos antes, el presidente cubano había pronunciado un descarnado discurso en el que reiteró lo dicho muchas veces en su país: «Antes morir mil veces que renunciar a nuestras convicciones». Castro se refirió al embargo norteamericano contra Cuba y lo calificó de «genocidio con el que se intenta rendir por hambre al pueblo cubano». Comparó a los revolucionarios con los primieros cristianos y su martirio en defensa de la fe, y cargó contra la colonización y la conquista de América como uno de los orígenes de los males de su país y de todo el continente.

El gobernante cubano dijo que compartía con el Papa muchos de los valores que defendía, aunque admitió que existían discrepancias entre ambos. «Hoy, santidad, de nuevo se intenta el genocidio pretendiendo rendir por hambre, enfermedad y asfixia económica total a un pueblo que se niega a someterse a los dictados y al imperio de la más poderosa potencia económica, política y militar de la historia», dijo en directa denuncia a EE UU.

El líder cubano añadió que «el respeto hacia los creyentes y no creyentes» fue siempre «un principio básico de los revolucionarios cubanos», y dijo que «si alguna vez han surgido dificultades no ha sido nunca culpa de la revolución».

Juan Pablo II, el Papa polaco, el martillo del comunismo en este agitado fin de siglo, fue recibido con todos los honores de un jefe de Estado, como en 1989 lo fue Mijaíl Gorbachov. Tropas de los tres Ejércitos desfilaron en la pista de aterizaje del aeropuerto Jose Martí, mientras sonaban 21 salvas de honor y se escuchaban los himnos de Cuba y el Vaticano.

En la pista de aterrizaje le esperaba un público nutrido y heterogéneo, compuesto por cerca de doscientos cardenales y obispos de todo el mundo, entre ellos 15 españoles, ministros comunistas, diplomáticos y un grupo de monjas y católicos que gritaban «¡Se siente, se siente, el Papa está presente!» Un cartel que pocos días antes decía «Creemos en la revolución» fue sustituido por otro de grandes dimensiones con la imagen del Papa con báculo y mitra y un texto que rezaba: «Bienvenido su Santidad Juan Pablo II».

Frutos políticos

Antes de aterrizar en La Habana, Wojtyla ya había comenzado a recoger los primeros frutos políticos de su visita «pastoral» a la isla, en lo referente a la reconciliación que, ha dicho, desea promover entre los cubanos.

El martes, 24 horas antes de su llegada, una peregrinación de tres aviones cargados con exiliados procedentes de Miami, Nueva York y San Juan de Puerto Rico aterrizaron en el aeropuerto José Martí de La Habana para vivir en carne propia la visita del Papa.

Algunos de los exiliados llevaban 37 años sin regresar a su país. Otros se marcharon recientemente y algunos, como el médico Raúl Hernández, salieron de Cuba en 1980, durante el éxodo del Mariel. Pero todos, jóvenes y viejos, anticastristas furibundos o dialogueros, tuvieron que enfrentarse antes de venir a fuertes críticas de las organizaciones más conservadoras del exilio por su decisión de viajar a la isla con Castro en el poder.

«Quien no quiera venir a Cuba, quien no quiera compartir con nosotros este momento histórico, por lo menos que no nos critique y acepte nuestra decisión», dijo Hernández, quien trabaja en la Conferencia Católica de Miami.

La llegada de los exiliados al aeropuerto de La Habana fue emotiva y por momentos espectacular. Algunos sacerdotes cubanos y decenas de periodistas esperaron a los peregrinos, muchos de los cuales gritaban de alegría y soltaban lagrimones antes incluso de ver aparecer a sus padres o hermanos por la abarrotada puerta de salida. «Esto es muy, muy emocionante», declaró Aurelio Espinosa, un sacerdote de la provincia de Camagüey, quien salió de Cuba hace 37 años y ahora ejerce su misión pastoral en Puerto Rico.

El martes por la tarde, mientras los exiliados se instalaban en los hoteles de La Habana, otro hecho singular tenía lugar en la popular iglesia de la Caridad, en el barrio de Centro Habana. A las cinco de la tarde, el anciano obispo cubano Eduardo Boza Masdival, que fue expulsado de Cuba en septiembre de 1961 acusado de promover «actos contrarrevolucionaros», entró por la puerta de su antigua iglesia, entre aplausos y llantos de los asistentes, para oficiar una misa multitudinaria en la que abogó por la «reconciliación». Boza Masdival, de 83 años, era obispo auxiliar de La Habana cuando el 10 de septiembre de 1961 organizó una procesión interparroquial con motivo de la Virgen de la Caridad, la patrona de Cuba, cuya fecha se celebra el 8 de septiembre. La concentración, convocada en los momentos de mayores tensiones entre la iglesia y el estado, pocos meses después de la invasión de Bahía de Cochinos, acabó en disturbios.

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