El País Digital
Lunes
24 noviembre
1997 - Nº 570

NADA MENOS que 70 marroquíes intentaba introducir ilegalmente en España ayer un pesquero de Algeciras. Y nada menos que 500.000 pesetas había pagado cada uno de ellos por este viaje, que, según les habían prometido, les llevaría finalmente a Italia, y que fue frustrado por una lancha del Servicio de Vigilancia Aduanera cuando el barco estaba a pocos centenares de metros de la costa andaluza.

Desde hace ya tiempo hay evidencias de que en aquella costa funcionan grupos de traficantes de seres humanos que cuentan con una considerable organización para realizar su tan detestable como próspero negocio. En pesqueros o en pateras traen a los inmigrantes ilegales a España y después los trasladan hacia otros países europeos, convenientemente escondidos en furgonetas o camiones.

El desgraciado accidente cerca de La Jonquera en el que murieron varios inmigrantes ilegales hace unos meses fue sólo un suceso más -que salió a la luz por fatalidad- en este tráfico que presumiblemente causa muchas más víctimas de lo que se sabe, ahogados, asfixiados junto a los motores de camiones o autocares, o por mero agotamiento debido a las condiciones infrahumanas en que son transportados.

Es repugnante la falta de escrúpulos de aquellos que, como supuestamente el patrón del barco ayer detenido, se dedican a especular con la angustia, las necesidades y las esperanzas de estas personas que intentan huir de la miseria o la violencia. Y estremece pensar en la tragedia que ha supuesto para los 70 marroquíes del pesquero, y los 24 capturados también ayer cuando llegaban con una patera a la costa gaditana, el ver fracasado su sueño, después de haber pagado medio millón de pesetas, sin duda una fortuna para todos ellos y fruto probablemente de ingentes sacrificios y deudas.

La inmigración ilegal a Europa, procedente de todos los rincones del mundo pobre y subdesarrollado, es sin duda un grave problema social, pero ante todo es un terrible drama humano que protagonizan aquellos que intentan todo para llegar a países que equiparan con bienestar y prosperidad.

Ayuda al desarrollo, inversiones, información sobre la situación real del mercado laboral europeo..., son muchas las medidas de las que se habla -muchas menos las que se toman- para hacer frente a estas nuevas migraciones. Como siempre en la historia, están motivadas por el lógico y perfectamente legítimo afán del ser humano de lograr en la lejanía una mejor vida que la que ofrecen lugares de origen sumidos en la pobreza.

Por desgracia, muchos gobernantes en los países ricos parecen confiar sólo en la vía policial consistente en la detención y expulsión inmediata de los inmigrantes. Pero no deja de ser sorprendente que, mientras se detiene a decenas de inmigrantes ilegales casi a diario ya en nuestra costa meridional, raras son las detenciones de quienes promueven, organizan y cobran estos siniestros viajes, que muchas veces acaban en la muerte de los que los han pagado. Por eso, los organizadores de este tráfico de inmigrantes, estos negreros modernos, deben ser objetivo prioritario de la policía y la vigilancia aduanera.

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