El País Digital
Lunes
17 noviembre
1997 - Nº 563

Cinco cartas a Manuel Fraga

Cuatro diputadas y Maruja Torres escriben a Fraga por sus palabras sobre el escote de una diputada


Manuel Fraga Iribarne
(Oscar París).
EL PAÍS
Diputadas de todos los grupos, salvo el PP, protestaron el martes pasado en el Congreso por las palabras de Manuel Fraga sobre la socialista Clementina Díez: «Lo único que exhibió esa señora fue su escote», dijo el presidente de la Xunta sobre una intervención parlamentaria de Díez. EL PAÍS ha invitado a todos los partidos a que envíen una carta a Fraga. Éstos son los textos recibidos, más la contribución de la periodista Maruja Torres.

Nos sorprenden sus zafios tropos sexuales

Excelentísimo señor presidente: Elijo la advocación políticamente correcta porque no le admiro a pesar de su fama de excelso jurista y de ser yo profesional del derecho con una gran afición política y constitucional. Para respetarle necesitaría no tener recuerdos pero como demócrata y nacionalista vasca que rebasa los 40, son demasiadas las cosas que me vienen a la memoria relacionadas con su persona.

A estas alturas del curso no vamos a descubrir lo que ya sabemos respecto a su finura parlamentaria o a las fuentes ideológicas de su pensamiento político y al papel que en ese pensamiento le cabe a la mujer, por lo que no nos pueden sorprender sus declaraciones sobre la importancia de los escotes de las parlamentarias como aportación al debate político.

Me conformaría simplemente con señalar lo que de zafio tienen esos tropos sexuales en boca de un representante del Estado. ¿Quizá estaba pensando que ese escote era censurable?

En tiempos de la transición, resistiéndose a legalizar los partidos políticos ideó FEDISA (Federación de Estudios Independientes, S.A.). No engañó a nadie. Y una canción satírica de la época, decía a ritmo de chotis: «¡Ay qué risa tía FEDISA, se te nota en el azul de la sonrisa...!» Se sigue notando. En sus comentarios, en algunas columnas de Abc, en varios tertulianos de la COPE.

En la despedida, dada su edad y mi adscripción política, opto por la cristiana misericordia.

MARGARITA URÍA. Diputada del PNV.

De fascista a simple machista

Empiezo diciéndole, señor Fraga, que sólo le tengo el respeto que le da el que sea usted presidente de la Xunta de Galicia por deseo expresado en las urnas por la mayoría del pueblo gallego, que es lo más importante para un político democrático como hoy lo es usted afortunadamente, aunque no haya sido siempre lo mismo.

Nos han escandalizado sus declaraciones en torno al escote de la diputada socialista doña Clementina Díez, porque nos han recordado muchas cosas que parecían olvidadas e incluso superadas. A sus equivocadas declaraciones, señor Fraga, le han sucedido toda clase de opiniones, lamentables y desgraciadas la mayor parte de las mismas, amén de profundamente reaccionarias. Nos han servido, sin embargo, para que recuperáramos la memoria, ésa que a veces parece perdida, pero que se conserva y se hace presente cuando se precisa, sirviéndonos de instrumento de conocimiento de la realidad que algunos quieren que olvidemos.

Así, hemos recordado, señor Fraga, que se ha civilizado usted mucho con el paso del tiempo, con el transcurso de los años, y que ha dejado atrás su fascismo para adentrarse en un simple machismo que puede parecer a algunos menos peligroso. Con la edad se fija usted en el escote de las diputadas; antes, hace más de treinta años, maltrataba usted, por ejemplo, a las mujeres de los mineros asturianos en huelga, les cortaba el pelo y les daba una ración de aceite de ricino. Siempre ha sido usted muy sofisticado, don Manuel, aunque antes era más atroz que ahora. Hemos mejorado. Si llegara a durar otros treinta años, sin duda, incluso nos aceptaría como diputadas.

De momento, ni usted ni su partido rectifican, señor Fraga. Seguramente hacen bien; no nos gusta ni usted ni su sentido del humor, ni ahora ni antes, ni nunca; afortunadamente hay muchos ciudadanos y ciudadanas que comparten estos gustos con nosotros. Cuando se equivoque, señor Fraga, rectifique, y así podremos conservar de ustedes mejor memoria.

AMPARO RUBIALES. Diputada del PSOE.

Una derecha rancia y reacionaria

El episodio del escote nos ha devuelto la imagen de una derecha que deseábamos que ya no existiera. No ha sido sólo el comentario de Fraga, sino también la actitud de su partido y del Gobierno del Partido Popular cerrando filas con el presidente de la Xunta de Galicia.

A la imagen aséptica de derecha moderna y centrada con la que el PP pretende confundir a los ciudadanos, se le abren grietas por las que se filtra su verdadero talante, el de una derecha rancia, reaccionaria no sólo en lo social y económico, sino en lo político y cultural.

Son esos gestos, la referencia a un escote, lo que nos muestra su verdadera concepción de la política. Fraga y sus acólitos han demostrado un desprecio machista por el papel de las mujeres en la vida política. Desgraciadamente, las mujeres del PP no han sabido reaccionar ante la falta de respeto de su partido a un principio democrático que hoy nadie se atreve a negar, en voz alta, la igualdad de hombres y mujeres.

Imaginemos el escándalo descomunual que se hubiera producido en una situación inversa, en la que una mujer, presidenta de una Comunidad Autónoma, utilizara el mismo tono para descalificar la intervención de un señor diputado.

Manuel Fraga se ha retratado a sí mismo, al despreciar, en la persona de una política, el cincuenta por ciento de la población. El incidente deja al descubierto la actitud hipócrita de los populares. Una cosa es la imagen, colocando en la foto a las mujeres de su partido, y otra, muy distinta, es creer de verdad en el valor de la igualdad como un valor de cambio y de progreso social.

Hoy criticamos a Fraga, antes lo hicimos con el vicepresidente primero del Gobierno, Francisco Álvarez Cascos, y, en el futuro, lo haremos igual con todos aquellos que incurran en actitudes machistas, sean de donde sean, para defender el valor de la igualdad entre hombres y mujeres, una asignatura todavía pendiente en la vida política y en nuestra democracia.

ROSA AGUILAR. Diputada de IU.

Absoluto rechazo de esta falta de educación

Es un hecho objetivo que llegar a la situación actual de la mujer en la sociedad y ser reconocida nuestra capacidad para desempeñar cualquier función o responsabilidad ha requerido un gran esfuerzo para todas y cada una de nosotras. Alcanzar esa «condición» ha precisado muchísimos años de trabajo en cada uno de los ámbitos en los que estamos presentes y hacerlo con la responsabilidad que cada labor exigía.

Todo cometido en el que hemos participado lo hemos llevado a cabo con la misma seriedad, dedicación y empeño que los hombres y, en muchos casos con la exigencia añadida de tener que demostrar constantemente además lo que a nuestros compañeros ya se les presupone.

Por tal razón, resulta cuando menos sorprendente que aún existan sectores de esa sociedad que valoren nuestra capacidad en función de esquemas que ya considerábamos anacrónicos, además de inaceptables e injustos.

En este sentido, debo expresar mi más absoluto rechazo por la actitud del señor Fraga hacia una persona que como tal merece la consideración de todos nosotros y además por su condición de representante de la soberanía popular. En este caso, no se trata de discrepancias políticas o de una mera expresión de diferencia de criterios, sino de una clara manifestación de falta de educación y respeto hacia la labor de una persona que, como todas las que formamos parte del arco parlamentario, hombres y mujeres, desempeña el cometido que se le ha encomendado con seriedad y responsabilidad.

Por este motivo y porque sabemos cuál es la importancia de nuestro trabajo, estoy convencida de que a ninguna de nosotras se nos hubiera ocurrido nunca ejercer la crítica política o manifestar las divergencias con nuestros adversarios políticos, masculinos, aludiendo a sus atributos físicos o características estéticas. Estoy segura que estas alusiones serían además inmediatamente tachadas de soeces, superficiales, frívolas e incluso se hubiera cuestionado nuestra capacidad política e intelectual.

Sin embargo, comprobamos que esa educación y ese respeto mínimo que se precisa para nuestra labor no parece tan exigible para el señor Fraga, quien se permite valorar la capacidad de una parlamentaria en función de su imagen. Pero lo más preocupante es que lo que en principio podía ser una «desafortunada anécdota» se ha convertido en motivo de aplauso, chanza y comentarios jocosos en determinados círculos políticos.

Sería francamente desazonador comprobar que aún existen personas desconocedoras del valor de la dignidad humana, del respeto al trabajo ajeno y que confunden las formas así como los contextos y ámbitos en que deben manifestarse los dictados del subconsciente.

Begoña Lasagabaster, diputada de Eusko Alkartasuna.

Con la transición perdoné. Ya no.

Ya no. Señor presidente de la Junta de Galicia: Cuando se produjo la transición, a la que usted contribuyó con el espíritu de supervivencia que le caracteriza, los españoles pactamos, en cierto modo, la paz con usted. Usted se olvidaba de que la Prensa y la calle habían sido suyas (así como el turismo: los paradores le salieron bien, no se lo voy a negar), y nosotros relegábamos al baúl de Karina su segundo apellido, que, no sé por qué, le marcaba más el perfil autoritario.

Como mujer sentí que bajo los grandes pactos, las grandes concesiones que nos hacíamos los unos a los otros y las otras a los unos, junto con el perdón necesario y el inevitable olvido, usted y yo llegábamos a otro acuerdo. Una parte del trato no escrito era que usted se adecuaba a los tiempos y a la realidad social y dejaba de tratar a la españolas, al menos públicamente -comprenderá que lo que haga en su vida privada no es asunto que me preocupe ni me incumba-, con el paternalismo, el desdén e incluso la injusticia con que lo hizo durante el franquismo: recuerde que, durante su paso por el Ministerio del Interior, sus esbirros no dejaron de amenazarnos con el Código Penal por abortistas y por adúlteras, y que las españolas mayores de edad (categoría que alcanzábamos más tarde que los hombres) no dejamos de necesitar permiso paterno o la tontuna de realizar el servicio social para poder obtener el pasaporte.

A cambio de verle adoptar tal talante democrático en cuanto a nosotras, lo que implícitamente incluía callarse los comentarios zafios -por mucho que las de su panda se lo aguanten: que ésta es otra, aunque lógica- yo le había concedido olvido total respecto al aspecto que tenía usted cuando se bañó hace más de 30 años, luciendo un calzón inenarrable, en la playa almeriense de Palomares, donde junto al gringo de turno hizo propaganda de la salubridad del mar en donde habían caído ingenios atómicos. Olvidé el meyba e incluso que, por culpa de su viril espectáculo dantesco, estuve sin tocar la lujuria más de quince días, y eso que, por aquel tiempo, yo cumplía prácticamente con todos los requisitos de su Código Penal de entonces para acabar en la mazmorra por licenciosa. Con el sofoco de la transición, perdoné y me volví amnésica.

Ya no. Ni suya, ni atentamente.

Maruja Torres, periodista.

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