El País Digital
Miércoles
4 febrero
1998 - Nº 642

Un cadáver con premio

La familia de un fallecido pide una investigación judicial para localizar un cupón de la ONCE ganador de cinco millones

PRIMITIVO CARBAJO , Vigo

María Antonia y su marido, familiares del
comprador del boleto (L. R. Villar).
De nuevo, si no se repite a sí misma, la realidad imita al arte. Manuel Vicent relató hace años en este periódico la peripecia de una quiniela multimillonaria que fue enterrada en el cementerio de la Almudena, dentro del bolsillo del «afortunado» difunto. Algo similar ha sucedido en Pobra do Caramiñal (A Coruña). Juan Villasante Paz, de 76 años, compró un cupón de la ONCE que resultó premiado el pasado 26 de enero con cinco millones de pesetas. Pero el hombre no pudo gozar de su suerte: falleció doce horas antes del sorteo y el boleto no ha aparecido. «O se lo robaron o fue enterrado con él», afirma su sobrina María Antonia Alonso, decidida a que el juez investigue hasta el final el paradero de un cupón premiado con cinco millones de pesetas. Solicitan que declaren todas las personas que estuvieron en contacto con el fallecido el día de su muerte.

Juan Villasante nunca jugaba a los ciegos . De vez en cuando, eso sí, a la primitiva o a la bonoloto, porque sus premios le parecían más suculentos. El domingo 25 de enero, sin embargo, cedió a la tentación. Estaba en el bar A Chispa, con un amigo que reclamó al camarero, Antonio González, los dos últimos boletos de la ONCE que le quedaban. Juan Villasante aceptó quedarse con uno porque a su amigo no le alcanzaba el dinero para pagar los dos y...

Villasante fue emigrante en Montevideo y luego, hasta que se jubiló, barrendero en su pueblo. Solterón empedernido, vivía solo. Su sobrina María Antonia o las hijas de ésta se encargaban de arreglarle la casa.

El viernes 23 había ido a Santiago a pasar una revisión médica por sus cataratas. En la revisión le fue descubierta una dolencia cardiaca, por lo que le recomendaron que, al lunes siguiente, recogiera el oportuno volante del médico de cabecera para ser tratado por el cardiólogo en el mismo hospital de Santiago. A eso iba, sobre las 9.30 del lunes, cuando el infarto le sorprendió de camino. Falleció poco después en la clínica local de la Seguridad Social y el martes fue enterrado.

Al día siguiente, Ana, la hija menor de María Antonia, volvió de la compra particularmente excitada: el tío Juan había comprado un cupón de los ciegos, premiado, como otros cuatro en el pueblo, con cinco millones de pesetas. No había lugar a dudas. «Eso va a misa», insistía ayer Antonio, el camarero de A Chispa. «Estoy seguro de que su cupón fue el premiado».

La familia del difunto no tenía ni idea de la existencia de esa apuesta. Pero María Antonia y su hija no perdieron el tiempo. Acudieron a la casa del tío fallecido y no dejaron rincón ni cajón sin revolver. El boleto no apareció. ¿Dónde podía estar el cupón?

No, desde luego, en la bolsa que los empleados de Pompas Fúnebres del Noroeste habían entregado a la familia con las pertenencias del difunto. «En sus bolsillos no estaba el boleto», les aseguró el empleado que se los vació y que, según María Antonia, se permitió bromear repitiendo varias veces en cantinela: «El boleto no tiene nombre, el boleto no tiene nombre...».

Pero en el hogar de María Antonia las cosas no van tan boyantes como para renunciar alegremente a esa prometedora ayuda póstuma del tío. Trabajando de asistenta en seis casas, gana 400 o 500 pesetas la hora. Su marido, Jaime, albañil, cobra una pensión de 36.000 pesetas por invalidez tras caerse de una escalera, y de los tres hijos del matrimonio, uno todavía está en edad escolar, la mayor anda en pleitos con su ex marido porque no le pasa pensión por el hijo de ambos y, en fin, sólo la otra hija aporta un sueldo a la familia trabajando en una conservera.

Juan Villasante fue enterrado con el mismo traje que vestía cuando compró el cupón que tanto revuelo está originando. Los empleados de la funeraria levantaron el cadáver en la clínica, dos o tres horas después de que falleciera. ¿Fue sisado entonces el cupón o ha acompañado al difunto hasta su última morada? Eso es lo que tratan de esclarecer sus herederos, para lo que hoy firmarán una demanda pidiendo la intervención del juzgado de Ribeira. «El cupón tiene que aparecer. No creo que haya subido al cielo con el tío», sostiene María Antonia. © Copyright DIARIO EL PAIS, S.A. - Miguel Yuste 40, 28037 Madrid