El País Digital
Domingo
1 febrero
1998 - Nº 639

'La buena estrella', gran triunfadora de los Premios Goya 1998

MIGUEL ÁNGEL VILLENA, Madrid
La buena estrella, de Ricardo Franco, y Secretos del corazón, de Montxo Armendáriz, arrasaron ayer en la entrega de los Premios Goya, la auténtica noche de gala del cine español. Dos historias intimistas, que hablan de sentimientos, con unos excelentes trabajos de conjunto, fueron las más premiadas por los académicos en el marco de una selección difícil, porque todo el mundo del cine coincide en que el año pasado ha sido uno de los mejores, si no el mejor. Optimismo a raudales, emociones a flor de piel entre muchos galardonados, alguna crítica a la Academia de Cine y más de un fallo de organización definieron una cita ya clásica del cine español que anoche alcanzó su XII edición.


Ricardo Franco se dirige al público, mientras
retira su Goya al mejor director (Efe).
Ver gráfico: Premios Goya 1998
El singular triángulo de amor y amistad formado por un honesto carnicero, un delincuente convertido en carne de presidio y una prostituta tuerta, que reparte sus afectos entre ambos, se convirtió ayer en el ganador de la XII edición de los Premios Goya, que concede la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas. Basada en una historia real, La buena estrella se alzó con los premios a la mejor película, la mejor dirección (Ricardo Franco), la mejor interpretación masculina protagonista (Antonio Resines), el mejor guión original (Ricardo Franco y Ángeles González Sinde) y la mejor música original (Eva Gancedo). Esta durísima historia conmovió a los académicos y a los premiados, como Franco y el actor Antonio Resines que, a duras penas, pudieron contener la emoción. Los más de 700 académicos no tuvieron fácil la decisión de sus votos, porque la inmensa mayoría de galardonados manifestó que el año pasado fue magnífico para el cine español.

La otra gran favorita de la noche, Secretos del corazón, de Montxo Armendáriz, que optaba a nueve premios tuvo que conformarse con sólo cuatro estatuillas menores que fueron a recaer en Charo López (mejor actriz de reparto), el niño Andoni Erburu (mejor actor revelación), Félix Murcia (mejor dirección artística) y G. Ortion, A. Pino y Bella María de Costa (mejor sonido). Esta narración sobre el siempre difícil tránsito de la infancia a la edad adulta, ambientada en la Navarra de los años sesenta, añade estas cuatro distinciones al premio en el último Festival de Berlín a la mejor película europea y a la candidatura para representar a España en los próximos Oscar de Hollywood.

Otras tres películas que contaron con el apoyo de los académicos fueron La camarera del Titanic, dirigida por Bigas Luna, y que recrea una ensoñación a partir del viaje de un obrero para ver zarpar al mítico barco que se hundió a principios de siglo; Perdita Durango, el filme rodado por Álex de la Iglesia que narra una trepidante acción en la frontera entre México y Estados Unidos; y la taquillera y delirante Airbag. La primera obtuvo los premios al mejor diseño de vestuario y mejor guión adaptado, mientras la segunda se alzó con las estatuillas de maquillaje y diseño de producción y la tercera logró los galardones para efectos especiales y mejor montaje.

Como ya es habitual en anteriores ediciones el público ovacionó a la mejor película revelación que, en esta ocasión, fue a parar a Familia, de Fernando de León, que agradeció a todo el equipo su colaboración, pero de modo especial a los tres guionistas de la historia. También tuvo una cálida acogida el triunfo de The full monty, como mejor película europea, tras las inmejorables críticas recibidas en España y tras su espectacular éxito de taquilla.

Las manos blancas de José Luis Borau

ROCÍO GARCÍA, Madrid
José Luis Borau eligió ayer el color blanco para pintar sus manos. Fue su gesto de repulsa ante el asesinato del concejal sevillano del PP, Alberto Jiménez Becerril, y su esposa. El presidente de la Academia de Cine cambió las palabras que tenía preparadas y su eterna bonhomía se quebró. «Nadie, nunca, jamás, en ninguna circunstancia, bajo ninguna ideología ni creencia, nadie puede matar a un hombre». El tono fue duro, rabioso e impotente. Borau mostró sus manos pintadas de blanco y los asistentes le corearon, de pie, con un aplauso emocionado.

Emoción hubo a diestro y siniestro. Alguna más sincera que otras. Y una que no se pudo ver: la del guionista Rafael Azcona, el Goya de Honor, que, aún a sabiendas de que era el único que se llevaba premio seguro, prefirió quedarse en casa. El galardón lo presentaron los directores Luis García Berlanga y José Luis Cuerda. Lo recogió el actor Miguel Rellán, quien leyó unas palabras del guionista: «Conocéis mi incapacidad para asistir a actos como este, pero hoy reconozco que me siento más miserable que nunca... Esta distinción creo que es un pasaporte para el Inserso». Berlanga, después de reprocharle a su antiguo colaborador la falta de valentía, fue directo al grano: «Azcona es cojonudo. El mejor guionista del cine español».

Ricardo Franco, el gran ganador de la noche, se reconocía agobiado y achacaba a la magia el porqué del éxito de su película La buena estrella. ¿Qué hay suyo en este filme?, se le preguntó. «Como en todos, todo», confesó escueto el director, siempre con su sombrero. «Ahora quiero paz y descanso», añadió.

Hubo dos emociones pequeñitas, no por intensidad, sino por tamaño. Fue la de Andoni Erburu, el niño de ocho años que obtuvo el premio al actor revelación por Secretos del corazón, quien lamentaba que a causa de los nervios no había enviado un saludo a sus abuelos, y la del hijo de Antonio Resines, que se echó a llorar cuando oyó el nombre de su padre como ganador del Goya al mejor actor. «Yo también tenía ganas de llorar pero no lo he hecho para que no me vieran mis padres», dijo Resines, que ya sabe el lugar donde pondrá su Goya: encima del televisor.

Con Cecilia Roth se rompe un maleficio. Es la primera actriz no española que se alza con un Goya, el galardón más aplaudido en la sala de prensa. La protagonista de Martín (Hache) , de intensa belleza, sólo acertaba a decir: «¡Vaya reencuentro con el cine español. La nominación ya fue un regalo, pero esto es increíble». No menos bella, Charo López, que no abandonó su papel de actriz ni ante la prensa. Le caían lágrimas de sus ojos sin parar y casi no acertaba a decir palabra. Sólo que estaba emocionadísima.

Pepe Sancho, más que emocionado, estaba nervioso. El actor de Carne trémula estuvo duro. Se quejó de que fueran los jóvenes los que acapararan toda la atención del cine. «El cine somos todos, los jóvenes, los maduros, los medianos y los mayores».

Más o menos, lo previsto

ÁNGEL FERNÁNDEZ-SANTOS
Incluso la ausencia de Rafael Azcona, previsible, se cumplió anoche. Las películas y los trabajos en competición eran todos tan solventes, que no había posibilidad de arbitrariedad a la hora de elegir uno de cada tres, porque de haber existido voto de interés habría pasado por fuerza inadvertido. No sé quien de la Academia dijo el otro día en una radio que la mayoría de los premios podían darse a golpe se suerte, sacando cada título de película o cada nombre de autor de un trabajo de un sombrero con las tres papeletas dentro y el resultado del azar sería aceptable.

Sólo el hecho de que sean tres los únicos posibles aspirantes a cada premio creó las dos injusticias de la noche: las ausencias, para optar al Goya a la mejor dirección, de Pedro Almodóvar y Bigas Luna, y las respectivas películas dirigidas por ellos, Carne trémula y La camarera del Titanic, para entrar en liza en el capítulo más lustroso, el de la mejor película del año . Ganaron (y en buena ley) Ricardo Franco y La buena estrella, pero podían haber ganado las otras dos competidoras, Secretos del corazón y Martín (hache), y nadie podría objetar nada. Pero las que no podían ganar en ningún caso eran Carne trémula y La camarera del Titanic, y ahí está la (irremediable) injusticia.

Color dorado oculto

Que tengamos que acudir a inevitables fallos reglamentarios para poder encontrar una mínima (en realidad, inexistente) grieta en esta solidísima colección de películas y de nombres premiados, dice muchas y reconfortantes cosas, pero sobre todo una de gran calado: que el cine español cuenta con una nómina de capacidades creativas más que suficiente para atiborrar de merecimientos un reparto tan ancho como el de anoche, lo que sitúa a nuestro abandonado, maltratado y menospreciado cine en la primera línea del europeo, mano a mano con el británico.

Y esto no se fabrica mágicamente de la noche a la mañana, sino que requiere una larga forja de ingenios profesionales durante años y años de viaje y aprendizaje. Y aquella profecía en que algunos -ciertamente, muy pocos y rodeados de las risotadas burlonas de muchos- nos aventuramos hace una década al pronosticar, así como suena, literalmente, que estamos en una oculta edad dorada del cine español, se cumple con creces. De ahí la grosería de los intentos de capitalización de el actual brote del cine español por parte de quienes hace un par de años tomaron sus riendas y nada han hecho para que ocurra lo que ocurrió anoche, que fue magnífico incluso en porque por fin se rompió el voto chovinista y aldeano de otros años con el triunfo de la actriz argentina Cecilia Roth.

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