domingo, 05 de octubre de 1997

La ceremonia: La emoción inundó la Catedral cuando Doña Cristina e Iñaki dijeron «sí quiero»

Clara Isabel de Bustos / Dolors Massot

Las lágrimas de emoción de Su Majestad el Rey resumen el gozo y la alegría que ayer vivió el pueblo español con el enlace de Su Alteza Real la Infanta Doña Cristina e Iñaki Urdangarín en la catedral de Barcelona. A las 11.30 horas, los novios pronunciaban el «sí, quiero» para siempre ante el cardenal-arzobispo de Barcelona, Ricard Maria Carles. La Duquesa de Palma de Mallorca y su marido demostrarían su amor a cada minuto de la boda: desde la primera sonrisa de él a la entrada de la novia por la Vía Sacra del templo, hasta la mirada radiante de los esposos a la salida

Imagen No hay que evocar Sevilla. Barcelona era ayer bulla y aplausos, risas de la gente en las calles, vivas y cintas adornando los paseos: blancas, rojas, amarillas, azules... carteles proclamando un «felicidades» trilingüe, sardanas y «castellers». Barcelona dio lo mejor de sí misma en una jornada en la que la ciudad lucía guapa, guapa y en la que los barceloneses fueron fieles a la cita con «su» Infanta y salieron a la calle para verla y aplaudirla.

La cita es a las nueve y media. La plaza frente a la catedral rebosa gente. La última Boda Real fue la de Juan I de Aragón y la Princesa Mata de Armagnac. Corría el año 1373. Desde primeras horas de la mañana van llegando invitados, que entran por la puerta de San Ivo y la de Santa Eulalia, y por la puerta principal, la misma que verá llegar a la novia a las once en punto. En el edificio de la Pia Almoina, se forma el cortejo unos minutos antes. La primera en llegar es la Condesa de Barcelona, poco después de las diez y media. Luce un traje azulón y ocupa un lugar preferente frente al altar.

Ocho minutos ha tardado Doña Cristina desde el palacete Albé-niz hasta la catedral. Dieciocho motoristas de la Guardia Real escoltan el Rolls Royce. Cinco minutos antes de las once llega a la plaza y su presencia arranca los mayores aplausos. Pero no será hasta las once en punto cuando entre por la puerta principal de la catedral. Del brazo derecho de su padre el Rey, la novia cierra un cortejo que encabezan la Infanta Doña Margarita y su esposo, Carlos Zurita, Duques de Soria, a quienes preceden el oficial de alabarderos de la Guardia Real y dos alabarderos con uniforme de gala. Tras los Duques de Soria, la Infanta Doña Pilar, acompañada de su hijo Juan Gómez-Acebo, vizconde de la Torre; los Duques de Lugo y, a continuación, la Reina del brazo del Príncipe de Asturias. Don Felipe viste el uniforme de gala de capitán del Ejército de Tierra y luce la Orden de Carlos III, así como las insignias de las cuatro órdenes militares. Al cuello, la venera del Toisón de Oro, perteneciente a Alfonso XIII, que le regaló el Conde de Barcelona. Don Juan Carlos, por su parte, viste el uniforme de gala de Capitán General y luce en el pecho el collar del Toisón de Oro. El Rey y la Infanta caminan despacio, dejando atrás los más de dos mil geranios blancos que jalonan su llegada a la puerta principal de la catedral y adornan las escaleras.

Tras el cortejo, seis pajes. Dos niñas sujetan la cola: la Princesa Teodora de Grecia y Lucía, sobrina de Iñaki Urdangarín. Todos los pajes visten trajes de Lorenzo Caprile: las niñas, vestidos largos color hueso, con corpiño y las cintas de color rojo. Son Carmen García Wang, Inés Costa Calzado y Arola Urdangarín Ferreira. Los niños, chaquetas rojas y pantalones color hueso: Pablo Alonso Caprile, Fernando Möller e Iñaki Flood Urdangarín. Cierran el cortejo el jefe de la Casa de Su Majestad el Rey, Fernando de Almansa; el jefe del Cuarto Militar, general de división del Ejército del Aire José María Pérez Tudó; y el jefe de Protocolo de la Casa del Rey, Francisco Fernández Fábregas, y cuatro alabarderos de la Guardia Real.

Hace ya unos minutos que se ha desvelado el gran secreto: el traje de Doña Cristina. Hace unos días que se confirmó que el diseño se debe a Lorenzo Caprile. Atrás han quedado, como en el caso de Doña Elena, especulaciones y rumores, comentarios múltiples y no pocos nombres mentados en falso. Han servido de inspiración para el traje la flor de lis, los lirios de Santa Eulalia y las estrellas de la nieve, así como, a un tiempo, el estilo gótico y el modernista. Es el traje de seda española, de corte sencillo, liso por la parte de delante salvo un pequeño bordado en el talle. Las mangas, largas. La cola mide 3,25 metros y va bordada con las flores antes mencionadas. En la cabeza, luce la Infanta una diadema rusa del siglo XIX, que pertenece a Doña Sofía, en oro, plata y diamantes formando motivos florales. El velo, fue encargado para María Cristina, esposa de Alfonso XIII, y fue realizado en Bélgica. Mide 2,40 por 2,30 me- tros y lleva la orla bordada con rosas y rosetas. Los pendientes, de diamantes, pertenecieron a la Reina Victoria Eurgenia y son un regalo de la Condesa de Barce-lona a Doña Sofía. Entra el cortejo en la catedral. Al entrar, el deán da besar a cada uno el «Lignum Crucis». Rosas blancas y liliums adornan la catedral, unos adornos florales encargados a la floristería Prat, fundada en 1891 por Florencio Prat y a cuyo frente se encuentra actualmente su bisnieto, Antonio Prat.

Cuando son más de las diez de la mañana y muchos de los invitados se encuentran ya en el interior de la catedral, el Prefecto de Música, Domènec Cols, hace que se deslicen por la nave las primeras notas del órgano. Es el «Tiento» de Pere Alberch. A continuación, el tema coral «Lobe den Herren» de Johan Walter, «Preludio y Fuga en la menor» de Buxtehude, unas variaciones sobre «Allein Gott in der Höh’Ehr» de Johan Sebastian Bach y, antes del primer tiempo de la «Sonata en la menor» de Rheinberger, una tocata-fantasía con variaciones sobre un tema gregoriano, creación del propio Cols, como testimonio de la tradición compositora de los organistas de la Catedral de Barcelona.

A falta de veinte minutos para las once había llegado Iñaki Urdangarín acompañado de la madrina, su madre Claire Liebaert. La sonrisa de ambos no puede ser más expresiva. El novio se dirige al presbiterio, espera allí unos momentos y desciende de nuevo las escaleras para saludar a Su Alteza Real Doña María de las Mercedes. Comienza un diálogo de brevísimos comentarios y sonrisas entre el novio y sus hermanos, especialmente con Lucía. La novia se hace esperar. En el templo se superan los 28 grados de temperatura y la emoción ayuda a caldear el ambiente. Los abanicos entran en acción.

A las 10.50 horas todos los invitados se ponen en pie. Iñaki Urdangarín fija la mirada en la puerta. Es su padre quien mira el reloj: ¡no es posible que sea la novia, todavía no es la hora! El novio se recompone el chaqué, estira las mangas de la camisa y trata de inquie- tarse lo menos posible. Con la mano derecha aparta el sudor de su frente. Un gesto que repetirá más adelante. Quien entra es el cardenal-arzobispo de Barcelona, monseñor Ricard Maria Carles. Son las 10.55 horas. Cada segundo se hace interminable. El novio hace comentarios con sus padres. Es Claire Liebaert quien le da los últimos consejos. El redoble de campanas anuncia la llegada.

Iñaki Urdangarín toma aire y respira hondo, se pone firme con las manos atrás y se ajusta el chaqué. En el interior del templo se hace el silencio. Todos miran hacia la puerta. El novio se moja los labios en repetidas ocasiones en un gesto de cierto nerviosismo controlado. Todas las cabezas se giran ciento ochenta grados para ver la entrada de Doña Cristina. Nadie ha contemplado todavía el vestido, el gran secreto.

Un beso en la mejilla

El cortejo entra en la Catedral. El novio sonríe abiertamente al verla a ella. La novia, junto a su padre, deja a su izquierda el parteluz de la fachada y se dirige al presbiterio entre las miradas y las sonrisas de los cerca de dos mil invitados.

Recorre la Vía Sacra de la Catedral, cruza el coro y sube al presbiterio. Los comentarios no pueden ser más positivos: los miembros de las Casas Reales asegu- ran que nunca han visto a una novia tan guapa. El novio saluda a la novia y le da un beso en la mejilla. Segundos antes, entre él y Su Alteza Real el Príncipe de Asturias ha habido un intercambio de sonrisas francas.

Junto al altar, en el lado del Evangelio, se sitúa la Familia Real: Sus Majestades los Reyes, Sus Altezas Reales el Príncipe de Asturias y las Infantas Doña Elena, Doña Pilar (ambas testigos) y Doña Margarita. Con ellos están el Duque de Lugo (también testigo), Don Jaime de Marichalar, y el Duque de Soria, Don Carlos Zurita.

Por parte del novio, toman asiento en el lado de la Epístola: los padres de Iñaki Urdangarín, Juan María Urdangarín y Claire Liebaert, y los familiares más próximos: Miguel, Ana, Lucía –los tres actuarán como testigos–, Clara, Cristina y Laura Urdangarín, junto con Joseba Etxebeste, Sean Flood, Alfredo Aja, Fabiola Ferreira, Carlos Gui y Pablo Fernández de Troconiz.

El resto de testigos ocupan la zona de la plataforma situada sobre la cripta de Santa Eulalia, frente al altar. Son Sus Altezas Reales la princesa Alexia de Grecia y el Príncipe Kubrat de Bulgaria, Doña Cristina de Borbón-Dos Sicilias, Victoria Fumadó, Carlos García Revenga, Roberto Molina, Ana Pérez Lorente, Fernando Barbeito, David Barrufet, José Esteve, Ramón Esteve, José Montero, Jordi Pujol Xicoy y Jaime Reguant.

En la misma zona se sitúan también Sus Altezas Reales el Infante Don Carlos, Doña Ana de Borbón-Dos Sicilias, la Princesa Irene de Grecia, la Princesa Theodora de Grecia, la Condesa viuda de Ripalda, Doña Concepción Sáenz de Tejada y Lucía, sobrina de Iñaki Urdangarín.

El velo sobre el hombro

Los novios van a tomar asiento. Se han intercambiado unas palabras cariñosas. Él se asegura de que Doña Cristina tiene bien el velo. Deja que una de las niñas ayude a la novia y al fin él también colabora con delicadeza para que el hombro derecho de la novia quede cubierto. Toma el ramo de la novia y lo deja sobre el reclinatorio. Se oye la voz del cardenal-arzobispo de Barcelona, Monseñor Ricard Maria Carles. Comienza la misa nupcial. Concelebran el arzobispo castrense de España, monseñor José Manuel Estepa, y el deán de la Catedral, Don Juan Guiteras Vilanova. También están presentes en el altar, aunque no intervienen, el presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Elías Yanes, el nuncio de Su Santidad, monseñor Lajos Kada, y los reverendos padres Don Marco Álvarez de Toledo Marone y Don Federico Suárez.

Comienza la liturgia: «Nos hemos reunido en el nombre del Señor, para celebrar la unión en santo matrimonio de Su Alteza Real la Infanta Doña Cristina y Don Iñaki Urdangarín Liebaert. Bienvenidos seáis todos, y que la gracia y la paz de Dios os acompañen».

Llega la primera confidencia entre los novios. Se miran y sonríen. En esos momentos no existe nadie más. Son ellos los ministros del sacramento del matrimonio, como les recordará monseñor Carles en la homilía. Ministros en ese momento y durante el resto de sus vidas. Las lecturas han sido seleccionadas por la pareja. La primera es de la Epístola de San Pablo a los Efesios: «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia... Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne...»

Ambos bajan la cabeza al mismo tiempo y se recogen en oración. El canto responsarial será en catalán: «La misericordia del Señor llena la tierra». En el Evangelio, se lee de San Mateo: «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».

En la homilía, se cumple lo que el cardenal-arzobispo de Barcelona había anunciado: «Está pensada para ellos». Habla de la belleza del amor humano y Doña Cristina encuentra en el padre del novio una mirada de apoyo para la vida que ahora comienza. La Infanta se muestra serena, relajadísima, sonriente.

Cuando se oyen las palabras «hasta la eternidad», la Infanta sonríe con gozo. Cada vez será más elocuente su rostro. Monseñor Carles se dirige de forma muy personal a los contrayentes: «No perdáis esta sencillez», dice a la novia, después de referirse al cariño que en Barcelona se le tributa, y ella se gira hacia sus padres con la mirada exultante.

El celebrante prosigue y confiesa su admiración por ellos, al haber querido pasar inadvertidos en el funeral por la madre Teresa de Calcuta.

Al cardenal se le rompe la voz con la emoción. Iñaki Urdangarín vuelve a apartarse el sudor de la frente. Monseñor Carles pide, por último, a la Patrona de Barcelona, que proteja a los novios, a lo que Doña Cristina asiente y sonríe.

Permiso del Rey

Llega la hora de dar el consentimiento. Los novios se dan las manos. Él, con su zurda, toma la derecha de la Infanta y la aprieta con delizadeza. Primero él. Antes de pronunciar el «sí, quiero», ella hace una reverencia a Su Majestad el Rey, e inmediatamente Don Juan Carlos asiente con la cabeza.

Doña Cristina se adelanta entonces hacia monseñor Carles y dice «sí», pero no sólo con la voz sino también con la cabeza. Ha llegado uno de los momentos más emotivos en la vida de la Familia Real española. El Rey llora en silencio. Trata de evitar que resbalen las lágrimas y mira hacia las vidrieras del ábside. Transcurre un instante y padre e hija se miran y sonríen.

Doña Cristina y Iñaki Urdangarín ya son marido y mujer. Se escucha el gran aplauso que inunda la plaza de la Catedral, entre los miles de personas que siguen la liturgia por la radio o por la televisión.

Al entregarse las arras, en el momento de depositarlas en las manos del novio, una cae al suelo. Iñaki Urdangarín las entrega a ella y la Infanta a él después. El novio las reúne todas en su mano izquierda y las entrega al maestro de ceremonias.

Momentos antes de la Consagración, uno de los testigos, Fernando Barbeito, jugador del F. C. Barcelona de balonmano y amigo íntimo del novio, sufre una lipotimia.

Después de que se restablezca fuera, en la plaza de san Ivo, afirma que todo ha sido por los nervios. Vuelve al interior del templo y firmará al final de la ceremonia. Entre los invitados, también la esposa del ex presidente del Gobierno Leopoldo Calvo-Sotelo deberá ser atendida a causa de un ataque de ciática.

Padrenuestro en vasco

En la Comunión, se vive un recogimiento especial, entre caras de gozo y cientos de personalidades arrodilladas rezando. El Padrenuestro se canta en vasco, con las voces del Orfeón Donostiarra, que dejan a los asistentes con una mirada de profunda admiración. Juan María Urdan-garín mira hacia los intérpretes emocionado al tiempo que se lee en los labios de su hijo Iñaki cómo reza la oración universal.

Al concluir la misa nupcial en la catedral de Barcelona, el cardenal-arzobispo da lectura a la Bendición Apostólica que ha enviado Su Santidad el Papa Juan Pablo II. Quedan entonces todos de pie y el jefe de protocolo de la Casa del Rey Fernando Fernández Fábregas, entrega el libro a la Infanta Doña Cristina para que firme. Luego lo hará Iñaki Urdangarín. Los novios no han vuelto la mirada hacia los asistentes en ningún momento pero ahora él ya no cabe de gozo y se gira para compartir su alegría.

Se forma el cortejo de nuevo y la pareja desciende del presbiterio. No se ha visto un rostro tan sonriente en la Infanta y en su marido. Al verlos tan radiantes, las felicitaciones son espontáneas y emocionadas. Una boda por amor que colma de felicidad a los esposos y a los millones de personas que comparten estas horas –desde lejos o muy de cerca– con ellos.

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