VANGUARDIA
POLÍTICA
15/07/97



Un silencio de un millón de voces

Barcelona salió a la calle en solidaridad con Euskadi y contra el terrorismo

MÁRIUS CAROL Barcelona

L luís Llach invitaba en una de sus canciones más celebradas "Fer del silenci paraula". Pocas veces un silencio resultó tan expresivo como los cinco callados minutos de los centenares de miles de personas que se congregaron a las ocho y cuarto de la noche, en la plaza Catalunya. Manos en alto, con el murmullo del agua de las fuentes como única sinfonía que acompañaba ese impresionante mutis colectivo, intentaron "estremecer la conciencia de los asesinos", según invitación de Rosa Novell. Pero sobre todo el silencio fue un grito de libertad y en favor de la vida. La actriz cerró con un expresivo parlamento una manifestación de un millón de personas, según los últimos cálculos de la Guardia Urbana, tan numerosa como la que veinte años antes pidió el Estatut d'Autonomia para Cataluña. En su alocución, citó el tema "A un amic d'Euskadi" que Raimon dedicó al País Vasco y el poema "La pell de brau" de Espriu, y recordó que "el sábado, los terroristas volvieron a asesinar para privar al pueblo vasco de su libertad, para privarnos a todos de nuestra dignidad". Sus palabras fueron una oda a la vida y a la esperanza, una proclama para aislar a los intolerantes y a los violentos, y un recuerdo emocionado a Miguel Ángel Blanco, "que ha muerto por todos nosotros, asesinado, pero que ya siempre vivirá en nuestra memoria," según recordaba Rosa Novell.
La impresionante concentración había colapsado el centro de la ciudad desde media hora antes de la fijada para la convocatoria. La primera fila la integraban Anton Cañellas, síndic de greuges; Joan Coscubiela, secretario general de CC.OO.; Guillem Vidal, presidente del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya; Josep Lluís Carod-Rovira, secretario general de ERC; Joan Antoni Duran Lleida, presidente del comité de gobierno de UDC; Alberto Fernández Díaz, secretario general del PP; el alcalde Pasqual Maragall; el presidente Jordi Pujol; el ministro Josep Piqué; la delegada Julia García Valdecasas; Pere Esteve, secretario general de CDC, Ángel Colom, presidente del PI; Josep Maria Álvarez, secretario general de UGT; el cardenal Ricard Maria Carles; Manuel Royes, presidente de la Diputació, y Pep Riera, secretario general de Unió Pagesos. Entre todos portaban una pancarta donde se leía: "Per la pau i la llibertat". Detrás, un rosario de caras conocidas: el ex ministro Josep Borrell; el vicepresidente azulgrana Nicolau Casaus, el político Miquel Roca; el editor Javier Godó, conde de Godó; el periodista Juan Tapia, el fiscal José María Mena, el obispo Joan Carrera, el teniente de alcalde Joan Clos y la totalidad de los miembros del Consell Executiu. Pero más allá de los nombres propios, hubo una legión de rostrosanónimos, que dieron una lección de civismo, sin que se corearan lemas que destilaran odio. Había manifestantes de todas las edades, de todas las clases sociales, de todas las geografías. Algunos turistas se sumaron a la larga marcha que desbordó el Paseo de Gràcia, porque la libertad es un patrimonio transfronterizo. Había pancartas duras como esa que rezaba: "Miguel está en el cielo, pero vosotros vais a vivir en un infierno". Y otras tan deliciosamente ingenuas como esa escrita a mano y con trazo trémulo: "Los niños de Cataluña con los niños vascos, por la paz".
La cabeza de la manifestación partió de la calle Aragó y llegó hasta la plaza Cataluña; allí locales como el Fashion Café o el Barclays, pero también algunos balcones, tenían prendidos grandes lazos negros en sus fachadas. No fue fácil el camino del río humano, a pesar de la colaboración de todas las policías y de los voluntarios que abrían paso. El momento más delicado fue el giro de las fuentes de la Gran Via, que reducía el pasillo de asfalto, y el tramo entre la Gran Via y la plaza, pues las obras de las aceras mantienen en pie unas vallas metálicas que constreñían el paso del grupo principal, sobre todo porque estaban atestadas de curiosos que deseaban sumarse a la concentración desde su insólita platea.

Recuerdo de Hipercor
A las diez de la noche todavía fluía la torrentera humana en el centro de la ciudad, con sus fotocopias en alto de Miguel Ángel y sus manos blancas de cartón. Algunos portaban retratos de la mesa nacional de HB con el encabezamiento: "Estos son los asesinos". Parecía que se negaban a abandonar ese espacio de libertad que es la calle ganada para la expresión de los sentimientos. Los rostros reflejaban la emoción de la jornada; algunos recordaban que hace diez años estas mismas calles se llenaron de gentes de bien que repudiaron con horror el salvaje atentado a Hipercor, que segó la vida de 18 de sus conciudadanos. Y es que la memoria es un gran cementerio, pero también la mayor aliada para afrontar desde la dignidad el reto de la salvaguarda de la libertad por encima de los fanatismos.

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