VANGUARDIA
OPINIÓN
21/07/97



Una semana después

CUANDO se ha cumplido una semana del asesinato del concejal del Partido Popular en el Ayuntamiento de Ermua, Miguel Ángel Blanco, y tras la impresionante movilización de la sociedad vasca y española contra ETA y Herri Batasuna, ha llegado, probablemente, la hora de reflexionar sobre cuáles pueden ser las iniciativas más eficaces para lograr la pacificación del País Vasco.
Ayer mismo comentábamos en esta columna que eran escasos los paralelismos entre el terrorismo etarra y la situación en el Ulster. Aun, insistiendo en las enormes diferencias entre una y otra situación, es posible que, en una sociedad globalizada e internacionalizada por los medios de comunicación como la actual, algunos dirigentes de Herri Batasuna hayan podido pensar en la conveniencia de sugerir a ETA que establezca una tregua sin condiciones y lo suficientemente larga como para conferir alguna esperanza a la paz. Secretamente, algún dirigente batasuno no podrá por menos que admirar la celeridad --apenas 24 horas-- con que el IRA acató las recomendaciones de su brazo político, el Sinn Fein, y anunció la tregua.
Lamentablemente, en el entorno de ETA no parece darse una disciplina comparable. Da toda la sensación de que es la propia banda terrorista la que, gravemente lastrada por la detención de algunos de sus líderes más conspicuos, decide sobre la marcha qué iniciativa adoptar, en una búsqueda desesperada del infernal mecanismo acción-reacción que ha inspirado su estrategia a lo largo de todos estos años. Es terrible pensar en términos estratégicos cuando estamos hablando de vidas humanas, pero parece claro que nadie en ETA evaluó la pérdida de apoyos sociales que para Herri Batasuna iba a suponer un asesinato de las características del cometido en la persona de Miguel Ángel Blanco.
En definitiva, está claro que no son los demócratas los que ahora deben mover ficha, un concepto que parece desprenderse con nitidez de las declaraciones de los líderes de todos los partidos que forman parte de la mesa de Ajuria Enea, incluido por supuesto el PNV. Lo que no puede esperarse --ni sería bueno para la salud democrática del país-- es una movilización permanente de la sociedad, que de sobras ha demostrado durante la pasada semana cómo siente y en qué cree.
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