VANGUARDIA
OPINIÓN
11/09/97



HOY, 11 DE septiembre de 1997, ¿tienen los ciudadanos y tiene Cataluña suficiente libertad?

Mucho por cambiar

PERE ESTEVE

E l Onze de Setembre de 1977 más de un millón de catalanes salíamos a la calle para pedir: "Llibertat, amnistia i Estatut d'Autonomia". Hoy, veinte años después, me parece bastante apropiado preguntarse, al menos desde la perspectiva del catalanismo, si las ilusiones, los anhelos y las reivindicaciones que los ciudadanos depositaron en las calles en aquella fecha se han hecho realidad y si han evolucionado positivamente.
En cualquier caso, aquella manifestación me parece un ejemplo muy claro de algo que falazmente se niega a menudo: la compatibilidad, y hasta complementariedad, entre los derechos individuales y los derechos colectivos, puesto que aquello que unió las voces de gente tan diversa, ahora hace veinte años, eran dos reivindicaciones y una a la vez: libertad para las personas y libertad para Cataluña.
Pero hoy, a 11 de septiembre de 1997 --obviamente obtuvimos libertad, amnistía y Estatut--, ¿tienen los ciudadanos y tiene Cataluña suficiente libertad?
No. Y me explico. De entrada por una razón universal: la convivencia en libertad de las personas y de los pueblos, con la democracia, es perfectible y detrás de cada paso adelante que se da en este sentido, siempre aparecen dos pasos más a dar.
Pero la respuesta es la misma si nos atenemos al contexto concreto de Cataluña. No. Al menos para el catalanismo político. Quizás tengamos la libertad que reclamábamos en la manifestación del 77, aquélla a la que aspirábamos, pero no hemos obtenido toda la libertad que por justicia debería tener Cataluña.
¿Las causas? Cada uno apunta las suyas. Por mi parte, me parece que una razón clave hay que buscarla en la actitud cerrada, en la incomprensión que respecto a Cataluña han mantenido los partidos de ámbito estatal --apoyados en la nula soberanía de sus representantes en Cataluña--. Esto se ha puesto de manifiesto de una manera especial mediante la acción política de aquéllos que han tenido y tienen en sus manos la responsabilidad del gobierno. A lo largo de este periodo --principalmente a partir de 1981--, hemos visto cómo se "traicionaba" cierto espíritu de la transición y se aprovechaba la vaguedad del texto constitucional para iniciar una política autonómica lo más homogeneizadora posible. Así pues, no comparto, como apuntan algunos, que la causa de que hoy Cataluña no disponga de la libertad deseada se deba al cansancio del catalanismo. Esta es, por ejemplo, una de las tesis del último libro de Toni Strubell cuyo título ya es lo bastante explícito: "El cansament del catalanisme". Se trata de un libro honesto. Coincido en sus conclusiones principales en cuanto a que el catalanismo moderado debe proyectarse todavía más hacia toda la sociedad; pero no comparto sus análisis, puesto que el autor --quizás por añorar intensamente todo aquello que no tiene Cataluña-- no valora suficientemente cuanto se ha conseguido hasta hoy. Aunque acepto algunas de las críticas que dirige contra lo que él llama "el nacionalismo hegemónico en Cataluña", no estoy de acuerdo con su tesis acerca de la fatiga del catalanismo.
Porque si la política tiene sentido en cuanto intenta alcanzar lo posible, debe valorarse como positiva (en según qué ámbitos como muy positiva) la Cataluña que hemos podido hacer y rehacer hasta hoy. La insatisfacción, si se tiene, viene por el lado de la Cataluña que queríamos y/o queremos hacer.
Es aquello del vaso medio vacío o medio lleno, sí. Pero es que, además, el libro respira un pesimismo que considero fuera de la realidad. Porque la realidad que hoy respira el catalanismo es la de la ilusión. El catalanismo no está cansado. Ni cansa ni descansa. El catalanismo debe ser, por estrategia, constante, paciente y tenaz. Y además, hoy, está ilusionado.
Es evidente que cuando hablamos de ilusión en 1997, hablamos de una ilusión distinta de aquella que teníamos en 1915, en 1932 o en 1977. No porque sea una ilusión inferior, igual o superior, sino porque es diferente la realidad en que se sustenta. Una realidad que desde entonces hasta nuestros días ha sido cambiante. Afortunadamente.
O sea que las cosas han cambiado desde entonces. Y creo que van a cambiar aún más. Cerramos una etapa que ha permitido a Cataluña y a sus ciudadanos ganar libertad y cotas de autogobierno de manera irreversible. Una etapa en la que muchas cosas han sido posibles y otras no. Pero se abre una nueva etapa que ambiciona superar la anterior y alcanzar un marco político más justo y con mayorlibertad para Cataluña. Una etapa que pretende el reconocimiento nacional de Cataluña y una mayor soberanía política para permitir la realización y el desarrollo pleno y en libertad de todos y cada uno de sus ciudadanos.
Esto no ha sido así hasta ahora, cierto, pero es que no podía ser mientras no creáramos las condiciones para este y nuevos retos. Los tiempos han cambiado y no hemos perdido el tiempo.
Pero ahora toca ir a más. Aún hay mucho que lograr y mucho que cambiar. Ante la insuficiente libertad de que dispone Cataluña no hay lugar para lamentaciones ni escepticismos, sino para trabajar con ilusión para que las cosas cambien. Para que sean posibles la comprensión y el reconocimiento nacional de Cataluña. Para cambiar, en primer lugar, la cultura política que ha dominado hasta hoy.
Por lo tanto, deberemos trabajar para lograr una importante concienciación colectiva y promover una amplia complicidad cívicopolítica.
Deberemos trabajar haciendo que Cataluña devenga, aún más, un ejemplo de cohesión y justicia social, de convivencia, de civismo, de participación, de modernidad y de apertura hacia los otros y hacia el futuro.
Deberemos trabajar buscando aliados y promoviendo la política de las identidades y de su convivencia positiva y creativa. Porque Cataluña puede liderar esta política de proyección y alcance universales.
Deberemos trabajar para la comprensión de un nuevo modelo de Estado.
Deberemos trabajar... para promover estos y otros cambios. Lo que no es poco. Pero vamos a dedicarnos a ello con ilusión y, claro está, vamos a hacerlo porque para nada estamos cansados.
PERE ESTEVE, secretario general de CDC



Copyright La Vanguardia 1997