VANGUARDIA
OPINIÓN
11/09/97



El mapa mallorquín

BALTASAR PORCEL

Celebra hoy su Diada anual la Casa Catalana de Mallorca, entidad discreta, inquebrantable y conciliadora, presidida por Josep Planas Montanyà, hijo de Cardona, vigoroso fotógrafo y como mallorquín un activo empresario. Buena ocasión para preguntarse cómo son vistos los catalanes en Mallorca y qué mapa propio pergeñan los isleños. Con lo que la respuesta podría ser: a los catalanes se les admira la energía y se les recela un sentimiento de superioridad, mientras en general se acepta que hablamos el mismo idioma cada cual a su manera, rechazando las relativas propuestas políticas de hermandad dependiente.
Porque el mallorquín se siente seguro en la isla, pero también tímido a causa del aislamiento histórico. Con lo que presenta un exterior apacible mientras en su interior permanece inflexible. Es el etnocentrismo, la planta endémica pero fuerte. Así, los catalanes que viven en Mallorca se muestran prudentes, al igual que muchos de Cataluña, pero otros andan por la isla desconociendo sus intríngulis y pisando callos.
Luego están los extremos, movidos por la presión política: el anticatalanismo y el catalanismo. El primero cuenta con un pequeño grupo insular radical e ignorante, azuzado por el españolismo, mientras el segundo se nutre de un amplio segmento reivindicativo y adicto a la culturalización autóctona, con dialogantes y duros. Los españolistas no hallan eco popular. Y los segundos, después de crecer gracias a la universidad y a la enseñanza del y en catalán, se hallan estáticos porque no han podido competir con la presión del castellano ni con la exterior gigantesca que suman los medios de comunicación, la gran inmigración peninsular, el poderoso Madrid veraneante, la vasta afluencia extranjera. Todo lo cual arrincona la vera mallorquinidad y no es ya que lo haga pisando callos, sino que hasta la ignora.
Así, ante el alud hay quien se somete con reverencia provinciana y quien pugna por fortalecer lo autóctono. Pero los mallorquines genuinos sólo son 300.000, por tanto los concienciados necesitan un encuadre exterior. Y si pocos dudan de que deba ser español, bastantes le desean un componente catalán. La cuestión reside en las medidas. Pero el insular es, aunque sin decidirse a ser, sino estando. Lo que favorece una posición mayoritaria conservadora, pero apenas ideológica sino sociológica. Con lo que se va dibujando este mapa: un nacionalismo moderado cierto, una exigencia cultural propia y medio catalana notable, una firme apuesta por la España autonómica, un entendimiento natural con Cataluña. Con dos importantes añadidos: todo esto no interesa a Madrid y los grandes empresarios hoteleros están por la inmovilidad.



Copyright La Vanguardia 1997