VANGUARDIA
OPINIÓN
11/09/97



Veinte años después

ES inevitable, a propósito de la conmemoración de hoy, evocar aquel Onze de Setembre de hace veinte años en el que más de un millón de personas se manifestaron en el centro de Barcelona bajo el lema unitario de "llibertat, amnistia, estatut d'autonomia". Fue una movilización que superó entonces, en Cataluña, todos los récords de participación en un acto político. El año anterior, en Sant Boi, ya se había dado un paso significativo con respecto a las conmemoraciones clandestinas, explicablemente minoritarias, de la larga etapa de prohibiciones de la posguerra. En 1976, aquella primera concentración catalanista tolerada marcó las pautas de lo que dominaría en la evolución de las reivindicaciones mayoritarias: desarrollar un proceso de autonomía en un clima de convivencia.
Hace veinte años concurrían, además, otros factores relevantes. Tres meses antes se habían celebrado las primeras elecciones legislativas de la democracia. Y en la víspera de aquel Onze de Setembre se había anunciado el restablecimiento de la Generalitat, con Josep Tarradellas de presidente, cuyo retorno, unas semanas después, movilizaría de nuevo, masivamente, a los ciudadanos de Cataluña. No era fácil entonces prever con precisión cómo se desarrollaría y concretaría aquella voluntad de afirmación catalana ampliamente compartida. Hoy es una realidad que se han alcanzado cuotas de autogobierno y que se ha progresado en la normalización cultural y lingüística.
Durante estos años, y especialmente en las etapas recientes, el catalanismo moderado ha demostrado que era posible profundizar en la autonomía y contribuir a la vez a la gobernabilidad general del Estado y a su proceso de integración europea. Es lógico que, en este marco político, la conmemoración histórica de hoy no contenga la carga reivindicativa de otros momentos. El tradicional mensaje que el presidente Jordi Pujol dirigió ayer a los catalanes tiene el tono de optimismo y confianza que se identifica con esta impresión mayoritaria, a pesar de que hay que subrayar su advertencia de que "debe aceptarse la confrontación" cuando la provocan las reclamaciones legítimas. Lo cierto es que, por debajo de marejadillas superficiales, las corrientes de fondo señalan una profunda normalidad en el compromiso mayoritario por un futuro de democracia y desarrollo.

Copyright La Vanguardia 1997