CULTURA
03/01/97



Fin de una etapa de la lingüística

L a lengua catalana pierde hoy a uno de sus más perspicaces escrutadores en el vocabulario, en la estructura y en el funcionamiento. La cultura y la ciencia catalanas, que, como es bien sabido, se mueven sin cesar con graves dificultades de toda suerte, tienen la fortuna de poder contar, de vez en cuando, con una figura de primera categoría, que, por su aportación a la especialidad que cultiva, gracias al prestigio que su labor le depara y con la aureola popular que por ello se va forjando, soluciona un desequilibrio que, tanto en las instituciones como en las personas, sugería que el costado catalán de la disciplina científica de que se trata no estaba al día como debiera. Cuando esto pasa en el campo de la lengua, que siempre despierta el interés del hombre de la calle, la figura en cuestión gozará, además del prestigio de su valiosa aportación científica, de un renombre poco común en otras culturas, por parte de muchas personas profanas pero interesadas.
Esto le ha ocurrido a Joan Coromines, que la lingüística románica y catalana acaba de perder. En este sentido, no vacilo en colocarlo en la misma línea de interés y popularidad que marcó a sus predecesores y amigos Pompeu Fabra, Francesc de B. Moll y Manuel Sanchis Guarner. Los cuatro, picapedreros de la misma cantera, cada uno a su manera y con sus propios objetivos.
Veámoslo en un ejemplo concreto. La información acumulada sobre el léxico de las distintas lenguas románicas fue suscitando diccionarios etimológicos singulares, cada uno con su método y con su estilo. Dejando de lado la venerable obra de Alcover y Moll (que es más que un diccionario etimológico, pero que no agota las discusiones ni las comparaciones sobre el origen y la evolución de las palabras), la lengua catalana carecía de un diccionario que pudiese parangonarse con los de otras lenguas. Pues bien, esta función la ha asumido el "Diccionari etimològic i complementari de la llengua catalana", de Joan Coromines, Barcelona 1980-1991, en 9 volúmenes (y todavía falto de un tomo de índices, que todos echamos mucho de menos). "La obra de una vida", así lo definió el propio Coromines, quien, por otra parte, nos ha dejado en su conjunto una obra que por lo menos llena otra vida humana. Así vivía esta persona, para la cual, como dije en cierta ocasión, "vivir" y "trabajar" eran verbos sinónimos. El caso es que este diccionario, obligadamente lleno de tecnicismos y de datos de fonética histórica, obtuvo un clamoroso éxito editorial, inconcebible fuera de nuestra cultura.
Pero abramos por un momento este curioso diccionario. Es decir: miremos hasta qué punto nos retrata a su propio autor. Joan Coromines era un romanista completo, en el sentido estricto del que conoce e investiga las lenguas románicas. Aun más que romanista: conocedor de la lingüística indoeuropea, clásica, semítica, se lanzó a una recogida de datos de catalán y otras lenguas relacionadas con una laboriosidad que hace estremecer. Es cierto que no penetró, por ejemplo, en el mundo de los inventarios medievales (que se nos están revelando de una riqueza léxica sin par); no es menos cierto, empero, que nos deja atónitos constatar hasta dónde podía llegar un hombre únicamente con su afán recopilador. A esa abundancia de materiales corresponde una amplia información bibliográfica, que resume un siglo de investigaciones etimológicas, a veces citadas de memoria, otras veces juzgadas con poca ecuanimidad, pero el lector pronto sabe a qué atenerse, y ya las lee ajustándose a la que adivina realidad objetiva, y eso ya es mérito de la obra.
Ahora bien, para llegar al diccionario catalán de que hablo, Joan Coromines hubo de hacer un gran rodeo, paralelo al itinerario que, exiliado él en 1939, le llevó a París, a Mendoza (Argentina) y a Chicago. No volvió a su Cataluña hasta 1952. Pero venía con el original del "Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana". Era el gran rodeo. Siempre atento a su sueño del diccionario catalán, las circunstancias le llevaron a elaborar un primer diccionario español (luego ampliado a otro, español e hispanoamericano) y ya en sus páginas se contenía la etimología de copiosas voces catalanas. En resumen: por razones extraacadémicas, el diccionario catalán le costó la elaboración previa de un diccionario castellano. Otra gran obra de Coromines es el "Onomasticon Cataloniae", labor de sus últimos años, pero también en preparación desde los años treinta. Es fácil de comprender que abundan sus otras aportaciones a la lingüística, que no puedo recoger ahora, y que son piezas clave en la bibliografía relativa a las lenguas románicas, especialmente al catalán. Sin duda descuella el opúsculo "El que s'ha de saber de la llengua catalana". Redactado y publicado en inglés, con motivo de los Jocs Florals en el exilio, celebrados en Nueva York en 1950, fue traducido al catalán en el primer número de la Biblioteca Raixa (1950).
Joan Coromines representaba una materia científica, la lingüística románica, que hoy muchos consideran superada por la vastedad de conocimientos que implica o que debería implicar. De ahí la tendencia actual a fragmentar la romanística según los territorios de cada lengua o de grupos de lenguas. Por más que yo sea de los que creen que la lingüística románica tiene todavía un ancho campo de posibilidades, he de reconocer que, en varios aspectos, la figura y la obra de Joan Coromines cierran una etapa importante en nuestra disciplina. ANTONI M. BADIA I MARGARIT Universitat de Barcelona Institut d'Estudis Catalans

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