CULTURA
03/01/97



Bendición para el castellano

P ocas veces se ha visto a Joan Coromines recibiendo una distinción, pues sabía defenderse en su casa de Pineda de los riesgos de cualquier celebración. Anteponía a cualquier honor el placer que suponía levantar un momento la vista de su máquina de escribir dirigiendo la vista comedidamente hacia el pino de su pequeño jardín: era un rito que continuaba luego, a punto de remachar el último clavo de una etimología, girando sus ojos claros, para buscar con ellos el ancho mar.
Son recuerdos que me asaltan en estos momentos de añoranza y de dolor, mientras intento --apresurada y torpemente-- dar cuenta de la importancia de una obra científica sobre el castellano cuya descripción más neutral tiene el aspecto de ser una abultada exageración. Y eso que no se puede entender fácilmente que su "Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana" sea la obra de una sola persona y que se haya realizado, en lo fundamental, en menos de quince años y en las condiciones más adversas.
A pesar de ello, este diccionario marca un antes y un después en la filología hispánica. Las casi seis mil apretadísimas páginas que llegó a alcanzar en su versión definitiva, en la que se explica el origen y la evolución de la mayor parte del léxico castellano (también de muchas palabras gallegas, catalanas o vascas), resultan imprescindibles en el estudio de una lengua cuyos instrumentos básicos para la investigación histórica iban muy por detrás de los que disponían otras. ¡Y eso que se trataba de un paréntesis en su actividad, mientras esperaba volver al estudio del catalán!
No deja de sorprender que, entre tanta provisionalidad y en tan poco tiempo, un filólogo de cuarenta y tantos años supiera dotar a nuestra lengua de un diccionario que unos años antes hubiera parecido una tarea inabordable a los propios miembros de la escuela de don Ramón Menéndez Pidal. Una obra que, aún hoy, nadie ha podido superar. F ue una verdadera aventura que comenzó en Argentina, donde había llegado con el ligerísimo equipaje de los derrotados en nuestra guerra incivil y donde no le sobraban los libros con que emprender su tarea etimológica. Con una admirable paciencia comenzó a vaciar de todas sus palabras el diccionario académico, para después agruparlas por familias... Luego fue extrayendo de los textos que tenía a mano --notablemente aumentados cuando se trasladó a Chicago-- cuantas referencias podían serle de alguna utilidad; despojó además todos los glosarios que pudo lograr y cada diccionario que cayese en sus manos que contuviese algún nuevo registro de una voz. No era mucho, pero le sirvió para orientarse con respecto a la época en que cada familia de palabras había empezado a usarse en español, si es que no procedía directamente del latín. Sin embargo la mayor dificultad no se presentó hasta que hubo de aplicar unas férreas leyes de evolución que le permitieran distinguir el fondo tradicional del castellano de los préstamos de diversas lenguas.
Terminada la tarea, ya en EE.UU., podía volver a dedicarse con exclusividad al estudio del catalán... Pero este paréntesis en la dedicación del maestro supuso una bendición para el castellano. JOSÉ A. PASCUAL Colaborador de JoanCoromines

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