OPINIÓN
20/02/97



LA INDUSTRIA catalana no se desarrolló en la mayor parte de su trayectoria en un clima cultural favorable salvo en lo arancelario

Algunos enigmas de Cataluña

E l devenir de Cataluña ha planteado y plantea algunos enigmas de difícil interpretación. No me refiero a dificultades de interpretación para los que son catalanes o que se interesan por Cataluña, sino a singularidades que la diferencian de lo que se puede considerar normal en sociedades parecidas. Casos concretos lo dejarán más claro.
El primero es el que se deriva de la supervivencia de la lengua catalana. No hablada por muchos millones de habitantes ha tenido además circunstancias del todo adversas y pese a ello pervive. Pervive con fuerza como se puede demostrar en ambientes cultos extranjeros enseñando el catálogo de Edicions 62, donde figura buena parte de lo mejor que en el mundo se haya escrito. Los obstáculos que se han superado son notables. Hay que empezar por una cierta desidia no en su empleo en la vida cotidiana, sino como vehículo culto por parte de bastantes catalanes. Estremece leer las adicionales prohibiciones de su utilización después de 1714 y después de 1939. Otras lenguas en circunstancias parecidas y aún con estructuras estatales han desaparecido.
Otra singularidad catalana es la orientación del movimiento obrero. Una orientación que pese a estar anclada en una zona industrial tuvo siempre definidos toques anarquizantes en vez de las orientaciones socialistas o comunistas más habituales en territorios parecidos. Incluso López Bulla, al presentar el sindicato de orientación comunista en la reciente transición, declaraba a las comisiones catalanas como herederas de la CNT. Los estudios de muchos historiadores han aclarado los porqués sin poder aclarar el porqué central.
Cataluña con tanto carlismo, que ahora solamente recordamos en el País Vasco, tuvo integrismos religiosos muy vivos en las ciudades más industriales. Es el caso del autor del famoso folleto "El liberalismo es pecado" de tanto éxito y de tanta traducción por toda Europa. Sardà i Salvany no solamente era de Sabadell sino que, me informa J. M. Benaul, poseía importantes intereses industriales. Presentar a la industria como un camino unívoco del progreso global tiene, pues, algunas contraindicaciones.
El aspecto más vistoso es sin duda el de la arquitectura que nació, la más brillante, unida a todas las artes y oficios que la industria moderna había arrinconado. Gaudí odiaba la simple repetición de un elemento. En general, los nuevos avances del vidrio y del acero no eran utilizados o escondidos. En otras partes de Europa donde la industria cuajó también existe esta reacción, pero no con la intensidad que tiene en Barcelona. Ahora podemos admirar justamente el modernismo, pero la técnica y la estética de su tiempo están más plenamente incorporados en el Born o en la maravillosa estación de França. El ahora casi olvidado Gatpac tardó en llegar.
La dificultad de interpretar el modernismo ha llevado a definiciones barrocas que si niegan que fuera un movimiento estético o literario además lo definen en sus propios términos, es decir, con el estilo de "una silla es una silla". Veamos lo escrito por Jordi Castellanos: "El modernismo no es un movimiento estético o literario, sino un movimiento político-cultural de amplio alcance que se concreta en muchas y diversas posiciones, algunas de las cuales, sólo algunas --y aun no siempre de manera mecánica y exclusiva--, comportan determinadas opciones estéticas, literarias o poéticas, reclamadas en función de los objetivos de modernización cultural que persigue el movimiento o un sector concreto del movimiento". El lector puede exclamar ¡cáspita! y estar, obviamente, de acuerdo con que "el modernismo es la modernización cultural", pero sin haber aclarado nada. Ni tan sólo la parte de reacción contra la estética de la industrialización que contiene.
Dos obras de teatro de Santiago Rusiñol serán próximamente representadas. En la novela que dio lugar a la primera en 1907, "L'auca del senyor Esteve", se encuentra una radical visión antiindustrial y anticomercial que se entremezcla con el espíritu de "La bona gent". La actitud de Rusiñol era radical: "El artista, cuando pinta una puerta sueña, tiene sus ideales, y el 'botiguer' tiene otro trabajo que entretenerse con ideales". Nos extenderemos en otra ocasión sobre ello. Albert, su hermano, dirigía mientras tanto la fábrica de Can Faluga, de Manlleu, con la justa fama de ser una donde las condiciones de los trabajadores eran las peores. Todo ello no evitaba que Santiago se beneficiara de las ganancias y se mereciera el que un médico dijera de él: "Costa poc fer el bohemi / tenint un bon passament...".
Pese a que algunos no lo quieren entender, la industria catalana en la mayor parte de su trayectoria no se desarrolló en un clima cultural favorable más allá del apoyo arancelario. Es otro de estos enigmas catalanes de los que el ruralismo, cuando no los "jardines de España", ha sido de amplia influencia y casi mayoritario en la literatura catalana. Esta complejidad y estos hechos no siempre esperados es lo que interesa de este gran sujeto social que es Cataluña. Sus más profundas complejidades o enigmas.
ERNEST LLUCH, catedrático de la UB


Copyright La Vanguardia 1996
cartero@vanguardia.es