OPINIÓN
02/03/97



LAS COSAS transcurrían bien, hasta que la autoridad ha sentido la imperiosa necesidad de intervenir

El catalán natural

MANUEL TRALLERO

T odo este guirigay que han organizado, el maldito embrollo en que nos han metido, y el lamentable espectáculo que, entre todos, nos han deparado respecto al proyecto de ley del catalán --o como demonios se le viene denominando-- antes incluso de empezar a debatirlo en el Parlament de Catalunya, me recuerda extraordinariamente, por el confusionismo que desprende, a un monumental atasco de tráfico.
Yo no sé ustedes, pero un servidor, que es por natural desconfiado y malpensado, cada vez que me veo involucrado en una de esas interminables retenciones, en una calle por la cual circulo habitualmente con toda fluidez, no me imagino que la causa sean unas obras de pavimentación de la calzada, o ni tan siquiera una manifestación que se celebre en aquel preciso instante. Lo primero que me viene a la cabeza es que hay un guardia urbano regulando el tráfico, y provocando aquel lamentable estado de cosas. Lo bueno del caso es que las más de las veces acierto.
Pues con lo del mencionado catalán igual.
Las cosas transcurrían a mi modesto entender razonablemente bien, hasta que la autoridad competente ha sentido la imperiosa necesidad de intervenir, prueba evidente de que no hacía ninguna falta, y se ha montado un pesebre de mucho cuidado. A mí, como a cualquier hijo de vecino, me parece una absoluta tontería que deba decirle al señor taxista que voy a Rambla Cataluña con Aragón, por la poderosísima razón de que no entiende que vaya a "Rambla Catalunya amb Aragó"; una frase que incluso alguien, con tan pocas luces como yo, comprendería sin duda alguna, en serbocroata, en malayo o en cualquier otra lengua o dialecto.
Tampoco consigo entender la necesidad, que tienen algunos, de que los catalanes seamos unos seres estrafalarios, que estemos todo el día diciendo palabras tan complicadas como "àdhuc" y "llur", vengan a cuento o no, para estar así en estado de gracia lingüístico y no caer en pecado mortal.
Pretender regular el uso de una lengua a través de una ley, como quien regula las rebajas de los comercios o la ayuda a la avellana en el Camp de Tarragona, me parece una notable estupidez. Con ello sólo conseguiremos que nuestra lengua pierda aquel plus de simpatía que despertaba durante el franquismo, y que se convierta exclusivamente en la lengua para hacer las oposiciones a funcionario de la Generalitat de Catalunya.
A base de golpe de "Boletín Oficial" y de la implantación de cupos, cuotas, multas, broncas o reprimendas, como si estuviéramos en la época del estraperlo, no se conseguirá en absoluto un mayor reconocimiento social del catalán, sino todo lo contrario, un amplio rechazo en algunos sectores de la población de Cataluña.
Parece mentira que a estas alturas de la película haya políticos que todavía no sepan en dónde viven, en un país enamorado profundamente de su libertad individual. Se llama Cataluña.




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