El País Digital
Jueves
12 junio
1997 - Nº 405

Viejos actores para nuevos papeles

EL DEBATE sobre el estado de la nación se desarrolla en un tono de sosiego que está en las antípodas del que se celebró hace dos años. Ese clima sirvió al presidente Aznar para responder a las críticas de González por ciertos comportamientos del Gobierno que calificó como abusos de poder. El debate anterior se celebró en febrero de 1995, y el líder de la oposición -Aznar- dedicó su discurso a deslegitimar al presidente: «Váyase, señor González». Tiene razón Aznar en que este debate está resultando mucho más sosegado y es posible que sea el reflejo de una atmósfera política más despejada. Pero sería injusto ignorar que el motivo principal de ese cambio de tono es que los protagonistas de entonces han cambiado sus papeles y que el nuevo líder de la oposición no ha respondido a su oponente de entonces con la misma moneda de la descalificación global. Es más, no tuvo reparo en admitir de entrada la favorable evolución de la economía.

El debate fue moderado de tono, aunque sin los destellos de brillantez que caracterizaron a algunos de los primeros años de la transición. Desde luego, Aznar no es Suárez, pero tampoco González es el de los años ochenta. El actual presidente fue cicatero incluso para reconocer el tono constructivo de las intervenciones de su rival.

Aznar llegó al debate con dos bazas en la mano: la buena coyuntura económica y el pacto con los nacionalistas. Respecto a la economía, no se limitó a enumerar las buenas cifras macro o las expectativas de superar el examen europeo de convergencia, sino que intentó ligar esos resultados con efectos tangibles para el ciudadano: la rebaja de las tarifas eléctricas como consecuencia de las reformas liberalizadoras, o el abaratamiento de los créditos derivado de la reducción de los tipos de interés, el acceso a la vivienda por la liberación del suelo, etcétera. Tuvo especial interés -y puso mucha vehemencia en ello en las réplicas- en vindicar la política social del Ejecutivo. El pacto de las pensiones sería la prueba de lo injustificado de las sospechas sembradas por los socialistas sobre las intenciones del PP al respecto, y el acuerdo sobre la reforma laboral demostraría la sinceridad de su compromiso de favorecer el diálogo social.

El segundo aspecto que explotó a fondo fue el cumplimiento del pacto con los nacionalistas, que en sus intervenciones así lo reconocieron. Aznar reiteró el llamamiento a afianzar el consenso en los temas de Estado y propuso un bienio de tregua a la oposición. Los turnos de réplica pusieron de manifiesto, sin embargo, que parecía tratarse de una tregua sin contrapartidas, como si las palabras bastaran para crear la realidad. Una vez más se amparó en las grandes palabras -«interés general»- cuando González denunció con firmeza los abusos de poder cometidos en tres cuestiones: la utilización partidista de la Agencia Tributaria, las leyes sobre televisión digital y el nombramiento del fiscal jefe de la Audiencia Nacional.

Las explicaciones sobre el nombramiento de Fungairiño indican que Aznar todavía no ha entendido cuál es el problema de fondo, y las apelaciones al interés general y la defensa contra los monopolios en relación a la batalla de la televisión digital retumbaban a populismo en un día en que se habían conocido las declaraciones del comisario europeo Bangemann: «Lo que pretende la ley española es un monopolio», «el Gobierno tendrá que pagar daños y perjuicios». Aznar no tuvo respuesta a la pregunta de González: por qué los intereses de Televisa se identificarían con el interés general, y los de su competidora, con el particular de sus accionistas.

Después de tantos debates sobre el estado de la nación es probable que no tenga mucho sentido determinar quién ha ganado o perdido. Lo significativo para los ciudadanos sería que las partes confrontadas no se encastillaran en las posiciones previamente adquiridas y que fueran capaces de incorporar las propuestas más razonables de sus oponentes. Esto no es una utopía, sino la demostración de que, tras 20 años de democracia, ésta ha madurado y se ha enriquecido. En este último sentido, la permeabilidad de González fue ayer bastante más convincente que la rigidez de Aznar. Algo se ha avanzado, al menos en el sentido de hacer oposición.

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