El País Digital
Domingo
4 mayo
1997 - Nº 366

La bonanza económica ampara al Gobierno del PP en su primer año

JUAN G. IBÁÑEZ,

El Gabinete, al completo, hace un año,
a las puertas de La Moncloa (G. Lejarcegi).
El sonido grave del teléfono beige anuncia una llamada directa del presidente del Gobierno. Un hombre joven, en mangas de camisa y con pantalón de traje, descuelga y escucha atentamente. Apenas habla. Sólo pregunta si es urgente. Cuelga, y se pone corbata y chaqueta. Cuando sale de su luminoso y espacioso despacho , en el pasado ocupado por Alfonso Guerra y Narcís Serra, lleva en una mano varios folios escritos en ordenador. Su firma, al pie, es la señal habitual de que ha leído su contenido. En la cabecera, junto al escudo constitucional, figura en letras mayúsculas Nota sobre la política educativa de Clinton. En tres minutos llega a pie al despacho de José María Aznar, tras cruzar al edificio donde se reúne el Consejo de Ministros. El presidente tiene ya en su mano una información que su jefe de gabinete -Carlos Aragonés, de 40 años, licenciado en Filosofía, hombre de confianza desde hace diez años- consideraba conveniente entregarle, al margen de los informes diplomáticos y ministeriales, antes de que emprendiera su primer viaje oficial a Estados Unidos. Cuando sale del edificio, llega el vicepresidente segundo del Gobierno, Rodrigo Rato, responsable de la política económica y emergente consejero de Aznar en asuntos de política internacional. Mientras ellos cruzan un rápido saludo, Alonso Aznar, el hijo menor del presidente del Gobierno, se halla sentado en las escaleras, ajeno al ajetreo de altos cargos: ha encontrado como compañera de juego a una lagartija.

Carlos Aragonés dirige el equipo de asesores del Gabinete de la Presidencia (todos ellos jóvenes -su edad media es de 37 años-, todos ellos amigos suyos o de Aznar) que elabora notas e informes al presidente para allanarle el camino en sus actividades y problemas cotidianos. Pero el círculo donde Aznar tiene a sus principales consejeros políticos, y desde donde dirige la maquinaria del Gobierno y del PP, sigue siendo el que forjó cuando estaba en la oposición. (También en eso apenas ha cambiado: su sentido de la desconfianza no ha disminuido, como tampoco su hermetismo ni su ira hacia cualquier acción u omisión que le parezca que le ningunea). Es el círculo que se forma casi todos los lunes, a las nueve de la mañana, en la planta baja de su vivienda del palacio de La Moncloa. Allí están, en las llamadas reuniones de maitines, Francisco Álvarez Cascos, Rodrigo Rato, Jaime Mayor Oreja, Mariano Rajoy y Miguel Ángel Rodríguez, más el coordinador general del PP, Ángel Acebes, y el portavoz del Grupo Popular en el Congreso, Luis de Grandes, en virtud de sus cargos. Ahí han sido anticipadas muchas de las decisiones tomadas por el Gobierno. Pero no todas. La Ley de Secretos Oficiales -uno de los proyectos más polémicos del Gobierno, y que se vio obligado a rectificar tras un varapalo del Consejo General del Poder Judicial- no fue debatida en esa reunión. Mayor Oreja, ministro del Interior, no encontró oportunidad de dar su opinión sobre ese asunto hasta que el anteproyecto, ya redactado, fue sometido a comentario, recientemente, en el Consejo de Ministros.

Cuando EL PAÍS publicó el proyecto, el vicepresidente primero espoleó una modificación para que el texto difundido pareciera que no era el auténtico. Pero se excedió en el uso de la fuerza. La propuesta de que los documentos secretos pudieran ser examinados y desclasificados por el pleno de la Sala Tercera del Tribunal Supremo suscitó la descalificación de otros asesores, sobre todo juristas, más ecuánimes. En este momento, esa ley se halla arrumbada en un cajón.

Los alardes de mando de Álvarez Cascos, propios del papel de capataz que desempeña con esmero y que tan útil resulta para Aznar, son uno de los reflejos del poder que ha ido acumulando, a partir de una parcela exigua, al responsabilizarse de la coordinación con los nacionalistas y de la ejecución de encargos de Aznar. Tanto entusiasmo ha puesto en su tarea de garantizar el respaldo nacionalista que cuando supo que a Xabier Arzalluz no le crecían en su jardín las camelias, le envió desde Luarca (Asturias) plantones de camelia roja y blanca -que, junto al color verde de la hoja, formarían las tonalidades de la ikurriña-, y llegó a reclamar una rectificación pública del presidente del PP del País Vasco, Carlos Iturgáiz, cuando éste afirmó que el líder del PNV «chochea». Jaime Mayor Oreja, que cuenta con toda la confianza política de Aznar y una enorme sintonía personal con él, se opuso a ese tipo de desautorización y defendió que en el País Vasco el PP debe, en ocasiones, plantar cara al PNV y acreditar su condición de rival electoral, porque ésa es una vía irrenunciable de contener a los nacionalistas.

Aznar ha encontrado
un gran apoyo en el más poderoso
alto militar que no milita en el PP:
el teniente general Javier Calderón,
jefe del Cesid

No era el primer roce entre el vicepresidente primero y el ministro del Interior. Meses atrás, Álvarez Cascos impuso su voluntad en algunos nombramientos de delegados del Gobierno, y ha pugnado por el control de los servicios de información, que planea coordinar como vicepresidente primero. Aznar, en confidencia amistosa, ha sugerido a Mayor Oreja -el ministro mejor valorado en las encuestas- que para mitigar posibles celos reduzca sus apariciones en medios de comunicación.

Álvarez Cascos ha asumido además la tarea de debilitar la fortaleza económica y la influencia de los grupos de comunicación que no son dóciles al Gobierno. Una labor en la que cuenta con el apoyo del director de El Mundo, Pedro J. Ramírez, quien mantiene con Aznar una relación amistosa y también de asesoramiento, a juzgar por las coincidencias entre lo que su periódico dice que debería hacer el Gobierno y lo que el Ejecutivo hace. En la batalla sobre las plataformas digitales de televisión, que dirige Álvarez Cascos, El Mundo exhortó al Gobierno a recurrir al BOE y a pactos con IU para frenar a Canal Satélite Digital. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido.

Aznar, a diferencia de Adolfo Suárez y Felipe González, no tiene un jurista de cabecera. No cuenta con alguien que cumpla un papel equivalente al de Rodrigo Rato en el ámbito económico o al de Miguel Ángel Cortés en el terreno cultural. No hay en su entorno una personalidad del mundo del derecho al que consulte siempre, con total confianza, las dudas de estrategia jurídica o de interpretación doctrinal. Un papel que no desempeña quien por su cargo debería reunir las condiciones para cumplirlo: la ministra de Justicia, Margarita Mariscal de Gante. Vocal del Consejo del Poder Judicial a instancia de Ana de Palacio, hermana de Loyola de Palacio y actual vicepresidenta de la Comisión de Asuntos Jurídicos del Parlamento Europeo, Mariscal fue promovida por Federico Trillo para el Ministerio de Justicia cuando Aznar decidió no confiar en él para esa responsabilidad de gobierno. Mariscal, que accedió a la carrera judicial por la vía de juez de distrito, carece de consistencia como jurista para muchas de las relevantes personalidades jurídicas con que cuenta el PP. Y su escaso calado político, percibido en su actitud ante el problema con los fiscales de la Audiencia Nacional, levanta lamentos en algunos dirigentes populares, cada vez menos interesados en invitarla a reuniones del partido y más partidarios de su relevo.

Frente a ese fallido asesoramiento, Aznar ha encontrado un extraordinario apoyo en el más poderoso alto cargo que no milita en el PP: el teniente general Javier Calderón, jefe del Cesid. Calderón ha sido el director general que con más frecuencia ha despachado con Aznar en La Moncloa. Sin estar acompañado del ministro de Defensa. Ya en la campaña electoral de 1993 ayudó a Aznar a elaborar las propuestas del PP sobre defensa y seguridad. Calderón, que participó en el nacimiento del Cesid del brazo de Manuel Gutiérrez Mellado, fue en 1975 gerente de GODSA (Gabinete de Orientación y Documentación, SA), un germen de AP promovido por Manuel Fraga, donde él coordinó el Libro Blanco para la reforma democrática y trabajó con hombres de confianza de Fraga que hoy asesoran a Aznar.

Cuando el líder del PP tomó posesión como presidente del Gobierno, encargó la formación y jefatura del Gabinete de la Presidencia a quien ya había ejercido con él, en la oposición, una función semejante: Carlos Aragonés. Aznar le conoció en Valladolid, por iniciativa del actual secretario de Estado de Cultura, Miguel Ángel Cortés -entonces éste y Aragonés eran íntimos amigos- e inmediatamente le confió su gabinete de presidente de la Junta de Castilla y León, en julio de 1987.

Aragonés, un licenciado en Filosofía que cursó varios años de Derecho e inició estudios de Sociología, compone un retrato casí antagónico al de un ejecutivo. Tiende a tomarse las cosas con tranquilidad. Le interesa más la influencia que le permite su proximidad a Aznar que la acumulación de poder autónomo, y asume que la suya es una posición subordinada en comparación con el tipo de asesoramiento que Aznar recibe de Rato, Álvarez Cascos, Juan Villalonga -presidente de Telefónica- o Manuel Pizarro -vicepresidente de la Bolsa de Madrid y presidente de Ibercaja-.

Tan capaz de enviar con retraso felicitaciones navideñas con improvisadas citas bíblicas como de mantener pendientes de devolución llamadas telefónicas registradas hace tres meses, recibe más información del presidente del Gobierno que cualquiera de los jefes de gabinete de los presidentes anteriores, y a la vez está menos encima de los asuntos políticos cotidianos que el menos fiscalizador de sus predecesores. Aznar ve en él un colaborador de trato encantador, buen consejero, culto, penetrante en sus juicios sobre las personas y que, como ayudante, tiene una gran compenetración con él.

Antes de encomendarle ese puesto, Aznar dio el visto bueno a una reforma del gabinete para poner bajo el mando de Javier Zarzalejos varios departamentos de tipo operativo. Tras rechazar una propuesta para entrar en el equipo dirigente del Ministerio del Interior, Zarzalejos, de 36 años, fue promovido por Mayor Oreja para ocupar la Secretaría General de la Presidencia. No pertenecía al entorno de Álvarez Cascos ni de Aragonés, pero aportaba al equipo un conocimiento profesional de la Presidencia del Gobierno, donde había trabajado varios años con el PSOE. Ahora es el responsable de toda la organización de los viajes de Aznar, desde que sale de su despacho y sube al helicóperto que le lleva al aeropuerto hasta que cruza de nuevo la puerta de entrada de su vivienda particular en La Moncloa. De él dependen además los servicios de seguridad de la Presidencia, los de protocolo y el departamento de infraestructura y seguimiento para situaciones de crisis, encargado del bunker (refugio de seguridad).

El equipo formado por Aragonés -cuatro jefes de departamento con rango de director general- está compuesto por jóvenes profesionales a los que les une una procedencia política similar, una ideología liberal y una larga relación amistosa. Su número dos, Gabriel Elorriaga, de 34 años, inspector de finanzas, vocal asesor del Instituto de Estudios Fiscales e hijo de un ex diputado de Alianza Popular, fue quien más preparó con el Ministerio para las Administraciones Públicas y los presidentes de las comunidades autónomas gobernadas por el PP el debate sobre el Estado de las autonomías de modo que se ajustara a los objetivos de Aznar.

El departamento de Educación y Cultura, que abarca también las áreas de Sanidad y Medio Ambiente, está dirigido por José Luis Puerta, un licenciado en Medicina y Cirugía, master en dirección de empresas y consultor en el sector de la industria farmacéutica y de los seguros sanitarios privados. Aragonés y él fueron compañeros de colegio.

Al frente del departamento de Asuntos Económicos y Sociales se halla Baudilio Tomé, de 34 años, abogado, master en Derecho y Fiscalidad Internacional por la Harvard Law School, economista, inspector de finanzas e hijo de un ex diputado de UCD amigo de Rodolfo Martín Villa.

Como responsable del departamento de Internacional y Defensa, Aragonés nombró a Ramón Gil-Casares, un diplomático -licenciado en Filosofía, Derecho y Filología Hispánica- que se encontraba destinado en el consulado de Nueva York y que había sido compañero de clase de Aznar en el colegio del Pilar.

El departamento relacionado con la actividad parlamentaria de Aznar, el de Asuntos Institucionales, está dirigido por un liberal militante, Alfredo Timermans del Olmo, jefe de la asesoría jurídica de la Universidad Complutense cuando ejerció de rector Gustavo Villapalos. Íntimo amigo de Miguel Ángel Cortés, secretario de Estado de Cultura, es director general de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES).

Fuera del círculo
ministerial, Manuel Pizarro
ha acreditado ser
uno de los más influyentes.
Su intervención fue decisiva
en algunos nombramientos

Cortés, secretario general de la FAES -ahora presidida de hecho por el ex ministro centrista José Pedro Pérez-Llorca-, acaba de materializar de acuerdo con Aznar una hábil maniobra de revitalización de esa fundación, languideciente desde que muchos de sus directivos pasaron a cargos públicos: el ascenso de Aleix Vidal Quadras a coordinador general. Elevarle a una plaza de primera fila en la FAES le aparta más de la política catalana y trata de agradar a los militantes del PP que simpatizan con la rebeldía de Vidal Quadras frente al nacionalismo de Jordi Pujol.

Cortés, activo asesor de Aznar en política cultural, es quien ha organizado los numerosos almuerzos de los viernes en los que Aznar, por lo general en el palacio de La Moncloa, ha conversado con numerosos representantes del mundo de la cultura. Reuniones que en ocasiones han servido para tender puentes entre el presidente y personalidades con las que había conflictos de intereses.

El Gabinete de la Presidencia tiene a estas alturas vacante la jefatura del departamento de Análisis y Estudios, si bien Aragonés acaricia la idea de reservar ese puesto a su amigo Arturo Moreno. Éste tuvo que dimitir de una vicesecretaría general del PP en 1989 al verse salpicado por el caso Naseiro. Sea él u otra persona, la ocupación de esa dirección general supondrá una nueva internada en un área que antes dominaba Pedro Arriola. Convencido como estaba Aznar, en febrero de 1996, de que los resultados de las elecciones iban a depararle un triunfo aún mayor del que pronosticaban Arriola y otros profesionales de la demoscopia, se distanció de él tras la exigua victoria del 3 de marzo. Seis meses después recabó de nuevo su asesoramiento. Pero la influencia de Arriola no ha vuelto a ser la que era.

Como le ha ocurrido a Miguel Ángel Rodríguez, secretario de Estado para la Comunicación, tras sufrir las consecuencias de haber actuado como dueño de un área que desbordaba sus competencias. Rodríguez se erigió en constructor de un grupo de comunicación -agrupado en torno al negocio de una plataforma de televisión digital- que le sirviera al PP durante la etapa de gobierno y también si volvía a la oposición. Llegó a proponer una reducción de publicidad en La 2 de TVE para facilitar el desvío de esos ingresos a un canal de televisión privada que entonces consideraba afín, en fechas en las que precisamente TVE no disponía de dinero para pagar la nómina a final de mes. Pero el acuerdo de Nochebuena entre Antena 3 TV y Canal + sobre los derechos de la Liga de fútbol y la dimisión de Mónica Ridruejo, que veía enterradas bajo intereses políticos las promesas de apoyar una gestión empresarial y de saneamiento de RTVE, le llevaron a ser arrinconado por Aznar. Y todavía acusa la herida. Eso sí, Aznar, en una nueva muestra de amistad hacia él, buscó una salida que no le resultara humillante. Elevó el encargo al vicepresidente primero, quien ha aprovechado para colocar a un político con tragaderas, Fernando López-Amor, al frente de RTVE.

Aun con todo, Rodríguez conserva un enorme depósito de confianza. La protección que le dispensa Aznar desborda las reglas de la política y más bien se adentra en una relacion paterno-filial. De hecho, «le ha tolerado lo que a nadie», según amigos comunes. No obstante, reconocen que Rodríguez ha sido uno de los principales artífices de la construcción de la imagen centrista de Aznar.

Ahora, en el Gobierno, Aznar carece de un perfil nítido y característico como presidente. Su propio entorno es consciente de ese déficit. Pero no preocupa, dado que no hay elecciones a la vista. El Gobierno cree que sus bazas se hallan en otros derroteros: el cumplimiento de los requisitos para ingresar desde el principio en la unión económica y monetaria, el mantenimiento del poder adquisitivo de las pensiones, el pacto entre empresarios y sindicatos y el uso de RTVE. Miguel Ángel Rodríguez ha llegado a sostener que cada día de permanencia en el Gobierno equivale a mil votos más.

La Secretaría de Estado para la Comunicación está dispuesta a contratar, según Rodríguez, a importantes empresas de asesoramiento de imagen para dar a conocer en Europa los logros de España en la convergencia económica y «el programa de este Gobierno», ya que para esos objetivos las embajadas «no son suficientes». En el último viaje de Aznar a Alemania fueron contratados los servicios de Burson-Mastellers, que para sorpresa de diplomáticos españoles ofreció directamente a publicaciones alemanas entrevistas con el presidente del Gobierno. Ahora, Rodríguez baraja los nombres de ésa y otras dos empresas para mejorar la imagen de España en la Unión Europea y en EE UU. Un ex alto cargo de Burson-Mastellers, Juan Astorqui, es desde hace varios meses el asesor de comunicación de uno de los íntimos amigos de Aznar, Miguel Blesa, presidente de Cajamadrid.

Blesa y Juan Villalonga, presidente de Telefónica por impulso de Aznar, siguen siendo dos íntimos amigos del presidente del Gobierno que ejercen el doble papel de asesores y ejecutores de algunas estrategias político-empresariales. No obstante, se han comportado de distinta manera en sus cargos. Mientras Villalonga ha hecho y deshecho en la cúpula de Telefónica, Blesa apenas ha emprendido cambios al frente de Cajamadrid.

Pero el gran asesor de Aznar en temas de política económica, y en otros colaterales, sigue siendo Rodrigo Rato. Es uno de los grandes amigos del presidente del Gobierno. Muy probablemente, el que ocupa el primer lugar en la lista de amistades entabladas por el líder del PP en su carrera política. No en vano empezaron hace 14 años a compartir tareas, dificultades y ambiciones, y estuvieron en el mismo bando, frente a Antonio Hernández Mancha, cuando en AP se ventilaba la sucesión de Fraga. Hábil y correoso, asume con naturalidad los contactos que Aznar mantiene por su cuenta, al margen de él, con personalidades del mundo empresarial y económico, porque la experiencia de este año le permite asegurar que en su terreno «no se mete nadie».

Experimentado contendiente de batallas políticas, ha enviado a sus secretarios de Estado a bregar en los asuntos polémicos y vidriosos, como el de la supuesta «amnistía fiscal» del Gobierno socialista, y él se ha cuidado de aparecer exclusivamente identificado con la buena marcha de la economía, el éxito más claro del Gobierno en estos doce meses.

Fuera del círculo ministerial (en el que destaca el secretario de Estado de Economía, Cristóbal Montoro, entre los financieros a los que Aznar consulta directamente), Manuel Pizarro -presidente de Ibercaja, vicepresidente de la Bolsa de Madrid y consejero de Endesa- ha acreditado ser uno de los más influyentes. Su intervención fue decisiva para la designación de Francisco González al frente de Argentaria y de César Alierta como presidente de Tabacalera. Sus opiniones contribuyeron al nombramiento de Jaime Caruana, procedente de la sociedad de valores Renta 4, como director general del Tesoro, y de Luis de Guindos como director general de Política Económica. Pizarro puede ser promovido a la presidencia de la Confederación Española de Cajas de Ahorros (CECA) e incluso al cargo de gobernador del Banco de España.

Entre el grupo de empresarios que le merecen especial confianza personal a Aznar destacan Juan Abelló, presidente de Airtel, representante de Televisa y uno de los hombres de negocios que apostaron desde el principio por él, y Pedro Ballvé, presidente de Campofrío. Un amigo de éste, Aldo Olcese, ha frecuentado las tertulias con Aznar y ha compartido con él partidos de pádel.

Aznar suele recabar el punto de vista de otro amigo suyo, Juan Hoyos, de la consultora MacKinsey. Y el de Juan Antonio García Díez, ex vicepresidente económico del Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo (UCD). García Díez ejerció el año pasado de sparring del líder del Partido Popular en los preparativos de las entrevistas y debates televisados de la campaña. Su entrenamiento resultó eficaz.

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