El País Digital
Lunes 28 abril 1997 - Nº 360 El 60% de los jóvenes con trabajo, entre 25 y 30 años, aún viven en el hogar familiar M. JOSÉ DÍAZ DE TUESTA , Madrid
Una tendencia que ha aumentado en la última década:
entre 1985 y 1995 se ha elevado entre un 25-30% el porcentaje de jóvenes
empleados que no se han emancipado. Si estas cifras se comparan con las
de países como Francia, Reino Unido o Alemania, en el mejor de los
casos España triplica el número de jóvenes empleados
sin independizarse: en Francia sólo un 18% de los que tienen trabajo
no han salido del paraguas familiar; en Alemania, un 25%; y en el Reino
Unido, un 20%. Sólo los jóvenes griegos e italianos comparten
una parecida actitud que los españoles.
«Cuando se les pregunta a los jóvenes, una
parte contesta que se iría de casa si pudiera, pero en 10 años
ha aumentado la tendencia contraria. Esto no se puede explicar por un rasgo
cultural arcaico y sí de poca estabilidad en el trabajo y escasas
perpectivas de solvencia económica. Ellos mismos no se creen estables
y los que pueden darles créditos tampoco les consideran solventes»,
afirma Fernández Cordón, investigador del CSIC.
Causas de índole económica y otras que tienen
que ver con la intendencia son a las que más recurren los expertos
para explicar esta conducta: la incertidumbre del actual mercado laboral,
salarios poco boyantes, pánico a independizarse y quedarse sin trabajo,
familias más permisivas que no piden cuentas y comodidad. Las familias,
que se constituyen como la última red de solidaridad, les facilita
además llevar a la práctica una razón de tipo estratégico:
poder ahorrar, otra explicación que abunda en por qué el
promedio de emancipación real en España, -28 años-,
«sea muy elevado si se compara con el resto de los países
de nuestro entorno», según el investigador del Instituto de
Estadísticas Sociales Avanzadas, Luis Moreno.
No se tiran a la selva
«La gente quiere ahorrar y si los padres son solidarios,
y lo son mucho, en casa van ahorrando. Luego, hay también una cultura
muy patrimonialista y es que, en general, se tiende a comprar la vivienda
en lugar de alquilarla, debido a que hay poca cultura de arrendamientos»,
afirma Moreno.
El propio carácter precario del trabajo no hace
sino cargarles de razones: la mayor parte de los contratos laborales temporales
se concentran en los jóvenes. «Y éstos quieren tener
las cosas muy claras antes de meterse en cuestiones más serias»,
añade. Sólo un 19% de los jóvenes ha conseguido vivir
fuera del hogar, según los datos de la subcomisión del Congreso
que la pasada semana aprobó el documento con 13 recomendaciones
dirigidas al Gobierno para apoyar a la familia. De ese porcentaje, el 62%
se independiza para casarse; el 10% porque cree que necesita autonomía;
el 9% para estudiar fuera de su ciudad; y el otro 9% se traslada a trabajar
fuera de su residencia.
También entra en juego un elemento de inseguridad
muy subjetivo y psicológico de creer que el mercado laboral está
peor de lo que está, lo cual les añade inseguridad. Dolores
Sánchez, ponente de la subcomisión, opina que «hasta
que no controlan la situación del mercado no se tiran a la selva,
tienen trabajo y les cuesta dar el salto. Únicamente aquellos que
ya tienen un empleo estable y bien pagado y que pueden contar con disfrutar
de la misma calidad de vida de su hogar se van. Pero normalmente ellos
mismos consideran que no pueden hacerlo hasta tener una situación
muy consolidada».
Las consecuencias más inmediatas de este comportamiento,
que se manifiesta de manera particular en España, son una caída
importante de la nupcialidad y de la fertilidad durante la última
década. «En España es bajísimo el porcentaje
de jóvenes para tener hijos porque ni se casan ni se emparejan y
tampoco tienen hijos fuera del matrimonio», afirma Fernández
Cordón.
Poca vida de pareja
Según refleja la ponencia parlamentaria del Congreso,
la familia es el eje que asegura el principio de la continuidad demográfica
. Pero en España esta posibilidad se quiebra por «la situación
de los jóvenes que no tienen trabajo, no tienen vivienda, no tienen
pareja y no tienen hijos». En Suecia se producen más del 50%
de nacimientos en parejas no casadas; en Francia, un 40%, y en España
sólo alcanza un 11%. Según este demógrafo, no hay
que apelar a razones de tipo ético o moral para explicar la diferencia,
sino sencillamente «a que aquí no hay vida de pareja».
Entre los deseos de emparejamiento y la realidad se produce
un abismo de hasta siete años en la vida de los jóvenes españoles.
«Las chicas consideran que una buena edad para casarse son los 23
años y los chicos 24. Sin embargo, se retrasa de manera muy significativa
la edad en la que contraen matrimonio, muy ligado a la independencia del
hogar familiar, y que se sitúa a los 30 años», según
Sánchez.
La incógnita para los expertos es qué va a ocurrir en adelante -en lo que algunos han llamado la II Transición Demográfica- con los jóvenes que ahora tienen 25 años. El prototipo de familia de los países del Sur -que
se configuran como un colchón, con un componente de complicidad
más fuerte entre padres e hijos- y los cambios que han experimentado
en los últimos años, -la familia actual es una de las más
permisivas de la historia reciente-, desempeñan un papel clave en
el futuro de sus hijos. «Las familias antes eran más represivas
e impositivas, ahora son mucho más liberales y tienen bastantes
ventajas. Luego hay padres que se quejan porque los hijos se eternizan
en casa», opina el filósofo Fernando Savater. «Para
tener libertad y, sobre todo, relaciones sexuales antes los jóvenes
necesitaban salir fuera».
Para Dolores Sánchez, ponente de la subcomisión
parlamentaria de la familia, ahora ésta es un espacio de convivencia
mucho más abierto en el que cada individuo decide sus niveles de
participación; es más democrático y, por tanto, más
cómodo». «Con la sensación de los hijos de que
no son nada prestado y que su estancia no tiene límite».
Juan Antonio Fernández Cordón, investigador del CSIC, defiende que, aunque en España es más fácil convivir con la familia, los hijos se quedan porque no tienen otro remedio y los padres lo asumen encantados. «Sin embargo, hay una tendencia que puede cambiar en el futuro y es que los padres empiecen a pensar que no es normal que uno a los 30 años siga en casa y les empujen a salir fuera, no por egoísmo, sino pensando en ellos», explica. «Es más fácil quedarse porque llegan tarde y encima tienen preparada la cena y planchada la camisa para el día siguiente», añade. Y concluye que, la familia en su papel económico y de refugio, «es lo que hace posible que el sistema funcione sin que la sociedad se rompa y sin que haya tensión social excesiva». © Copyright DIARIO EL PAIS, S.A. - Miguel Yuste 40, 28037 Madrid |
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