El País Digital
Jueves
12 junio
1997 - Nº 405

Aznar y González guardan las formas
y mantienen las discrepancias

CAMILO VALDECANTOS, Madrid

Los diputados del PP aplauden a Aznar durante
el debate parlamentario (R. Gutiérrez).
José María Aznar, presidente del Gobierno, y Felipe González, líder socialista y del principal partido de la oposición, escenificaron ayer un perfecto diálogo de sordos durante la primera jornada del debate del estado de la nación. Las formas fueron corteses, los planteamientos divergentes, el tono por parte de González frecuentemente irónico y, en definitiva, aunque ambos dijeron que ofrecían consenso sobre política exterior, ingreso en la moneda única, acuerdo autonómico y reglas de juego democrático la realidad de más de tres horas de debate es que ninguno de los dos pronunció en la tribuna una expresión abierta de aceptación de propuestas o métodos para conseguir tales objetivos. Algo perfectamente acorde con el juego democrático. Sin embargo, Aznar consiguió que se escuchase un apoyo claro de los grupos nacionalistas y que, al menos de momento, la posición de su Gobierno se mantenga desahogada.

Se había desbordado la imaginación en torno a supuestos enfrentamientos agrios. No hubo tal. González y Aznar mantuvieron las formas, así como los diputados, durante sus intervenciones, pero el hemiciclo tuvo mucho de playa aparentemente tranquila con mar de fondo. Las puyas mutuas fueron frecuentes y los desacuerdos casi totales.

Por la mañana, Aznar había leído un discurso extenso, minucioso y completo sobre su labor de gobierno en 13 meses. Casi el 50% estuvo dedicado a los logros económicos de su Gobierno y en ello no hubo sorpresas. El tono, como siempre en estas ocasiones, fue monocorde, pero al final no olvidó dejar claro que su llegada al poder, en marzo de 1996, significó «la voluntad de cancelar una etapa, con todas las perturbaciones que caracterizaron su final, y abrir otra».

«Interesada exageración»

Por si no quedaba claro, Aznar añadió que no podía compararse el clima de ayer con el del precedente debate sobre el estado de la nación. «Hablar ahora de crispación», dijo, «si comparamos la actualidad con los sobresaltos de entonces no deja de ser una interesada exageración». Su oferta para liquidar el clima de crispación que se ha certificado desde diciembre tuvo algo de tono defensivo: «Nuestro problema no puede ser cuestionar a diario la identidad (legitimidad) de cada cual; eso ya lo han resuelto 20 años de democracia».

Además del balance claramente satisfecho de su labor de Gobierno, Aznar deslizó de forma sutil un anuncio político en el sentido de no desear elecciones anticipadas. Al hilo de la afirmación de que el bienio 1998-99 «es crucial para la prosperidad de España», el presidente aseguró que el Gobierno «hará cuanto esté en su mano para evitar perturbaciones innecesarias en la etapa inicial de la unión monetaria».

Felipe González se mostró deliberadamente contenido y abiertamente irónico. Nada más empezar le dijo a Aznar que había seguido su discurso «con atención y con algún esfuerzo». A partir de ahí se lanzó a un largo discurso sobre lo que llamó articulación territorial del Estado, y ahí comenzaron los reproches y el mantenimiento de posiciones sobre la financiación autonómica.

González admitió que la mejora económica es «indudable, incuestionable», pero deslizó algunos avisos en el sentido de que las cifras del paro entre 1994 y 1996, en el periodo de enero a mayo, habían sido superiores a las del actual 1997. A su juicio, hay, además, «regresión en la educación» con una «orientación peligrosa y grave» en favor de la enseñanza privada y al abordar la Sanidad, lanzó una andanada de mayor calado, advirtiendo que si es cierto el encargo a una empresa internacional de estudiar la privatización de 60 grandes centros sanitarios pueden dar por descontado que el PSOE romperá definitivamente el posible pacto en este terreno.

La ironía se acrecentó al abordar la política exterior. González adoptó incluso un cierto tono profesoral para dejar claro que maneja los entresijos de la política europea. Aznar, al responderle, se permitió señalarle que los cambios políticos en Francia pueden hacer modificar las posturas de este país sobre la OTAN, y González no desaprovechó la ocasión para recordarle que es el presidente de la república, Jacques Chirac, quien tiene las competencias en estos asuntos.

Julio Anguita, como portavoz de IU, dejó claro en la tribuna que asume un proyecto singular, lo que en términos políticos significa probablemente un proyecto en soledad. Él mismo, señalando con el dedo al semicírculo del hemiciclo, aseguró que su grupo tiene «otro lenguaje, otros valores, otro proyecto». Todo ello se fundamentaba en su oposición a la construcción europea en los términos en que se está produciendo.

Marcar distancias

En general, el líder de IU quiso marcar distancias en la tribuna con respecto al PP, sin duda alguna exacerbadas por las últimas críticas a la pinza que de cuando en cuando forma con los escaños de Aznar. Acabó por definirse como «oposición de izquierdas al Gobierno» de Aznar. Éste le contestó, largo y en tono suavísimo, recordando que IU representaba a «dos millones largos de españoles», pero también quiso subrayar que no están «de acuerdo en casi nada» y llegó a decirle a Anguita que está «fuera de tiempo histórico, fuera de tiempo político».

CiU mostró los efectos del preacuerdo sobre financiación sanitaria y estuvo tan suave que su portavoz, Joaquim Molins, ni siquiera mencionó los temas que últimamente han creado algún distanciamiento entre populares y catalanes. Casi los únicos reproches fueron por supuestos incumplimientos en cuestiones bilaterales que afectan a Cataluña y terminó por recordarle al presidente con la máxima suavidad que CiU seguirá apoyando mientras el Gobierno cumpla con sus compromisos.

No fue para tanto

C. V., Madrid
El primer debate sobre el estado de la nación con un Gobierno del PP levantó expectación, pero no tanta.

La tribuna de prensa no estuvo abarrotada ni mucho menos, tal y como había ocurrido en ocasiones anteriores. Las tribunas de invitados permanecieron semivacías y en cuanto terminó, por la tarde, el debate entre José María Aznar y Felipe González el hemiciclo quedó prácticamente desierto.

Probablemente el Gobierno pueda utilizar, legítimamente, la jornada de ayer para demostrar que el tono de crispación ha disminuido y que, por ello, la atención de los medios de comunicación se mantuvo más relajada.

Ni siquiera hubo anécdotas relevantes durante los debates. Las menciones que Aznar y González hicieron al 20 aniversario de las primeras elecciones democráticas y de la transición tuvieron como testigo excepcional a Santiago Carrillo, transmutado en periodista, y que asistió al debate en la tribuna de prensa. El ex líder comunista tuvo tiempo para mantener una larga conversación en los pasillos del Congreso con Felipe González.

Eso sí, el debate fue amplio, amplísimo. A las diez de la noche empezaba a hablar el representante del grupo vasco y aún quedaba por intervenir el grupo canario, que quería aprovechar que en sus islas el reloj marca una hora menos para poder estar en la televisión en un magnífico momento de audiencia.

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