País Digital
Lunes
10 febrero
1997 - Nº 283

La vicepresidenta ecuatoriana sustituye a Bucaram con el apoyo del Ejército

JUAN JESÚS AZNÁREZ ENVIADO ESPECIAL , Quito
Respaldada por el Ejército, verdadero árbitro de la situación, la abogada Rosalía Arteaga asumió ayer la presidencia temporal de Ecuador en una fórmula de ingeniería política que supone la definitiva destitución del presidente Abdalá Bucaram, y permite la solución negociada de la crisis más grave sufrida por el país andino en su reciente historia. De madrugada, Arteaga fue elegida con el voto favorable de 45 de los 82 diputados del Congreso. La Cámara nombrará presumiblemente mañana a un presidente interino que gobernará hasta agosto de 1998, fecha de la investidura del presidente que salga de las elecciones generales anticipadas a celebrarse en el primer semestre de ese año.

Aunque Bucaram no aceptó su definitiva destitución nada pudo hacer para evitarla. El anterior titular del Congreso, Fabián Alarcón, que disputó la jefatura del Estado a Bucaram y a Arteaga y recuperará el puesto en el legislativo, puede ser el nuevo presidente interino si logra mantener, en una reunión convocada para mañana, el respaldo de la oposición agrupada en torno suyo, la misma que destituyó la semana pasada a Bucaram atribuyéndole enajenación mental.

Las Fuerzas Armadas, que fueron aplaudidas por los diputados durante la investidura de Arteaga por el papel desempeñado durante la crisis de los tres presidentes , forzaron un acuerdo entre ésta y Alarcón, y ambos debieron renunciar a la reclamada presidencia para facilitarlo.

Abdalá Bucaram, a quien se apoda El Loco; Rosalía Arteaga, que fue su vicepresidenta, y Fabián Alarcón habían invocado la Constitución en su provecho para proclamarse presidentes los tres. Así protagonizaron durante días una crispación nacional sin precedentes, acompañada con masivos paros generales y violentas manifestaciones.

Bucaram, a quien perdieron sus groserías y desplantes y la torpeza en la ejecución de un ajuste económico excesivamente duro, ha rechazado el acuerdo, y siempre histrión y a gritos reclama la legitimidad de su jefatura. La fórmula discretamente impuesta por las Fuerzas Armadas para evitar que el creciente enconamiento político y social llevara a cruentos enfrentamientos civiles y a la ruina económica del país fue denunciada por Bucaram como un «carnavalazo» en referencia a las fiestas de estos días en Guayaquil, su ciudad natal. «Ecuador vive una dictadura civil», afirmó. Su capacidad de convocatoria es reducida y de pretender la sublevación contra su irregular despido y el nuevo proceso político afrontaría consecuencias imprevisibles.

Los militares se mantuvieron neutrales en la crisis hasta el final, y no hubo pronunciamientos públicos de sus mandos contra el estrafalario presidente hasta que su convocatoria de la noche del sábado con un paro nacional lo sentenció. Sus declaradas intenciones de sacar a la calle «a cuatro millones de ecuatorianos» colmaron la paciencia de los cuarteles que pocas horas después desconocían la vigencia de su Gobierno a través de una declaración oficial y apremiaron el entendimiento entre Arteaga y Alarcón.

Después de que el Congreso hubiera depuesto a Abdalá Bucaram, por mayoría simple y sin disfrutar El Loco de un juicio justo y el derecho a la defensa establecidos en la Constitución, el general Paco Moncayo, jefe del Comando Conjunto, declaraba la neutralidad de la institución armada. Esa neutralidad acabó cuando Moncayo retiró abruptamente del Gabinete de Bucaram a su ministro de Defensa, el general Víctor Manuel Baya García, después de que éste decretara el estado de emergencia nacional siguiendo las instrucciones de su jefe en el Consejo de Ministros.

El viaje de Bucaram a Perú el pasado enero, en el que propuso a las partes pedir perdón por los errores cometidos durante la guerra fronteriza de 1995, indignó mucho a las nacionalistas Fuerzas Armadas ecuatorianas, y políticos de la oposición pidieron el enjuiciamiento del presidente por traición a la patria. Todos consideran que Ecuador no tiene que pedir perdón porque es el país agredido.

Quedaba claro pues que el Ejército refrendaba la destitución de Bucaram pese a evitar pronunciarse sobre su sucesor. Las gestiones de los militares y la aceptación de EE UU de la solución acordada fueron efectuadas discretamente.

Rosalía Arteaga, el rostro de la moderación

J. J. A. , Quito
La nueva presidenta de Ecuador, Rosalía Arteaga, que ayer era vitoreada por una concentración de quiteños en la plaza de la Independencia, destacó que, con su comportamiento durante la crisis, las Fuerzas Armadas de su país «han dado un ejemplo histórico a América Latina y a la clase política». Arteaga es la primera mujer que asume la presidencia en los 167 años de vida republicana del país andino. Nacida el 5 de diciembre de 1956 en Cuenca, fue la imagen civilizada en la campaña electoral de Bucaram, del que poco a poco se fue alejando. El presidente destituido no tardó en tacharla de ambiciosa e intrigante.

En su discurso de asunción del cargo, ceremonia a la que asistieron los jefes de las tres Armas, la presidenta provisional de Ecuador abundó sobre la necesidad de aunar esfuerzos para sacar adelante a un país con más del 60% de sus 11 millones de habitantes en la pobreza. Invocando la ayuda divina, Arteaga explicó que su principal objetivo durante su periodo de Gobierno será sentar las bases para la recuperación de la dignidad moral del país y la plena vigencia de sus instituciones.

Centrista, casada, tres hijos, educada en colegios católicos, admitió que Ecuador sufre una crisis de valores. Arteaga fue subsecretaria de Cultura y ministra de Educación con el anterior presidente, el conservador Sixto Durán-Ballén, a quien abandonó por discrepar sobre el proyecto de implantar una hora diaria de enseñanza religiosa obligatoria. Abogada, fundó el Movimiento Independiente por una República Auténtica (MIRA), y ejerció sin destacar como vicepresidenta de Bucaram. Autora de artículos, poemas y ensayos, Arteaga se presentó como la «opción constitucional» en la sucesión de Bucaram cuando la oposición ya sumaba votos para destituirle.

Un golpe de sensatez

LUIS SEPÚLVEDA
Ecuador es un país decididamente especial. Cuando el grueso de las naciones latinoamericanas soportaban el peso de las dictaduras, los ecuatorianos hacían mofa de su dictablanda, y con mordaz orgullo declaraban que si los argentinos y chilenos teníamos los dictadores más salvajes, ellos tenían el más necio. Así, Rodríguez Lara, alias El Bombita, pasó a la historia como un aburrido payaso. Hoy, inmerso en el nuevo orden internacional, Ecuador depone a su presidente, y no por medio de un golpe de Estado, sino de un golpe de sensatez.

País pequeño de grandes sueños y de estupendos escritores como Jorge Enrique Adoum, Iván Egüez, Abdón Ubídea o Raúl Pérez, cuenta también con un centenar de cronistas anónimos, y ellos son los charlatanes de la avenida 24 de Mayo. A esta misma hora, con sus boas enrolladas al cuello, con sus micos acróbatas y sus papagayos develadores del porvenir, estarán narrando la saga de Abdalá Bucaram, alias El Loco.

Su fiebre de gobernante le viene de familia. Cuando era estudiante en su ciudad de Guayaquil fue testigo de dos reformas constitucionales hechas nada más que para impedir que su padre, Abdalá Bucaram I, ocupara el sillón de los presidentes. Curioso político el padre del depuesto mandatario. En un discurso memorable pronunciado en 1978 declaró que era mentira eso de que la sociedad se dividía entre patrones y explotados, pobres y ricos, y que la única verdad era que el mundo se dividía entre fifiriches y chuchumecos, pero sin precisar a cuál de los bandos pertenecía. Su máximo argumento en una discusión política consistió en acusar a su contrincante de tener «espermas aguados».

Abdalá Bucaram II logró llegar al poder gracias a la herencia social de los ex presidentes Jaime Roldós y Osvaldo Hurtado, a la verdadera evolución del sistema democrático y de la cultura política que logró la gestión del ex presidente Rodrigo Borja, al descontento y frustración generados por la torpe gestión de Sixto Durán y a un discurso carnavalesco que prendió en el ánimo alegre de los ecuatorianos.

Cantor, escritor, compositor, deportista, hombre de muchas virtudes, Abdalá Bucaram II se declaró públicamente loco luego de leer el tratado sobre la locura de Erasmo de Rotterdam, y empezó a actuar en consecuencia.

Primero recibió con honores de heroína de la patria a Lorena Bobit, una compatriota que llenó páginas de prensa después de castrar a su esposo en Estados Unidos. Enseguida remató su bigotillo hitleriano para juntar fondos de beneficiencia, inscribió a su hijo Joaquín, un gordito ágil como una marmota, en el elenco del popular club de fútbol Barcelona, grabó un disco con su himno a la locura y finalmente contrató como asesor económico a Domingo Cavallo, el hombre más odiado en Argentina y que fuera declarado «héroe de la humanidad» por Warren Christofer el año recién pasado, cuando todavía era ministro de Economía de Menem. Esta última locura colmó el vaso y los ecuatorianos se decidieron a dar un golpe de sensatez.

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