González y Guerra: cayeron dos por el precio de uno



Madrid. Miguel Portilla

Desde que fuera elegido, el 13 de octubre de 1974, primer secretario del PSOE durante la celebración del XXVI congreso del partido, la figura de Felipe González ha estado por encima del bien y del mal de cualquier posible movimiento en la Ejecutiva socialista. La probable salida de Guerra –o «defenestración», como él mismo se atrevió a aventurar hace algunos años– de las tareas de máximo control del partido, parece haber arrastrado también al líder carismático a abandonar la cabeza del PSOE y a deshacer aquel tándem político que parecía, hasta enero de 1991, inquebrantable. Felipe González y Alfonso Guerra parece que continuarán recorriendo vidas paralelas.

Nacido el 5 de marzo de 1942 en Sevilla, Felipe González entraba en contacto con el entorno socialista a raiz de su acercamiento en la facultad de Derecho a las Juventudes Obreras Católicas. Así iniciaba su amistad con Guerra, Yáñez y Galeote.

El primer momento importante en su carrera se produce en julio de 1969, cuando inicia sus contactos en Francia con el socialismo del exilio. Un año después, el congreso que el PSOE celebra en Toulouse le revela como líder indiscutible y en el de Suresnes, en 1974, «Isidoro» era elegido primer secretario. El tándem González-Guerra –conocidos por aquella época como «Nadiusko» y «El canijo», en alusión a los prominentes labios de uno y al enclenque y desgarbado cuerpo del otro– empieza a ser inquebrantable. Años después, el 12 de enero de 1991, tras el estallido del caso «Waterguerra», esta perfecta simbiosis se rompería con la dimisión de Guerra de la vicepresidencia del Gobierno.

Sumido en el vértigo de los acontecimientos –celebración en 1976 del primer congreso del PSOE fuera de la clandestinidad y legalización del partido el 17 de febrero de 1977– Felipe González tuvo ocasión de paladear su primer triunfo electoral, en junio de ese mismo año, al resultar elegido diputado por Madrid.

Retirada efímera

En el XXVIII congreso del PSOE puso contra las cuerdas al partido para que eligieran entre el término «marxista» en la definición ideológica o su dimisión. Su retirada sería efímera, pues regresa, arropado por el triunfo de sus tesis, en el congreso extraordinario de septiembre.

Vicepresidente de la Internacional Socialista desde 1978, poco le quedaba ya para saborear las mieles de un masivo respaldo popular en las urna+s. Fue en las elecciones generales de octubre de 1982 donde el PSOE obtuvo diez millones de votos. Comenzaba la «era Felipe», que continuaría con las victorias electorales del 86, 89 y 93.

Cabe recordar de esos años la firma del Tratado de Adhesión de España a la CE, el 12 de junio de 1985; la primera crisis de Gobierno, acaecida un mes después, en la que cesaron Morán y Boyer; el referéndum favorable a la permanencia de España en la OTAN del 12 de marzo de 1986; las diferencias surgidas entre el PSOE y UGT; la huelga general del 14 de diciembre de 1988, la intervención de Banesto; el Premio Carlomagno, Filesa, los GAL, Roldán, etcétera.

Durante la celebración del decenio socialista, González decía: «Hay que ganar la batalla del 97 –refiriéndose a los comicios que luego serían en el 96–, pero entonces os pediré que ganemos la del 2005...». Aquellas triunfalistas palabras nada tienen que ver con el crepúsculo que vive ahora el PSOE y su líder tras la pérdida de las elecciones de 1996.

La otra cara de la moneda

La capacidad organizadora y la visión política constituyen los dos valores más firmes del activo personal de Alfonso Guerra. Guerra fue uno de los principales artífices de la «poda» de la gerontocracia histórica del PSOE afincada en Francia y definitivamente descabalgada en el Congreso de Suresnes. El otro paso fundamental fue la reconversión de un partido dogmático y ortodoxo en una formación moderna, que culmina en el congreso extraordinario del PSOE, celebrado en septiembre de 1979, imponiéndose las tesis de Felipe González y Alfonso Guerra. La otra cara de la moneda en Alfonso Guerra está representada por su constante y denigrante uso y abuso del poder, y por su imparable acidez verbal.

Alfonso Guerra González nació en Sevilla, el 31 de mayo de 1940. Sus actividades políticas se iniciaron en la Universidad, en un frente opositor y combativo frente al SEU. En 1960 ingresó en las Juventudes Socialistas y dos años después en las filas del PSOE.

Alfonso Guerra fue secretario general de la Federación Socialista andaluza hasta 1970. Ese año, Guerra ingresa en la Ejecutiva del PSOE, y en 1974 es elegido secretario de Información y Prensa. Durante la larga enfermedad del general Franco, Guerra estableció un sistema de información en el propio hospital para saber al instante todo lo que ocurría.

En el transcurso del XXVII congreso del PSOE, celebrado en Madrid en diciembre de 1976, es elegido secretario de Organización. Tres años después, era nombrado vicesecretario general del Comité Ejecutivo Federal en el Congreso Extraordinario del Partido Socialista. Debido a su gran capacidad de trabajo, el partido le designó para que coordinara sus campañas electorales desde 1977 hasta 1993. Ha sido diputado desde 1977 y portavoz del Grupo parlamentario Socialista desde 1979 hasta junio de 1993, fecha en la que fue sustituido por Carlos Solchaga

Guerra se convertía en vicepresidente del Gobierno el 3 de diciembre de 1982, tras el gran triunfo electoral. Desde ese momento ejerció el poder más absoluto desde el Gobierno y desde el partido, aunque él decía: «Yo estoy en la cocina y me dedico a cocinar; después Felipe añade las especias y sirve los platos».

El «Waterguerra»

Los negocios turbios de su hermano en el despacho que Alfonso tenía en la Delegación del Gobierno de Andalucía fueron la puntilla del entonces vicepresidente del Gobierno, que dimitía el 12 de enero de 1991. Desde ese momento su poder fue recortándose cada vez más.

El XXXIII congreso, celebrado en marzo de 1994, sería el penúltimo pulso entre González y Guerra. El definitivo se libra ahora.



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