Congreso del PSOE: Un partido a la baja, pero con base sólida



Madrid. Ángel Collado

El XXXIV Congreso es el primero que el PSOE hace en la oposición desde hace casi 16 años. El último que había celebrado fuera del poder data de octubre de 1981, fecha en la que la descomposición de UCD permitía ya a Felipe González acariciar la llegada al Gobierno. Después de la rotunda victoria de 1982, los socialistas no han dejado de perder escaños en cada consulta electoral, pero incluso en la derrota del 3-M quedó claro que cuenta con una sólida base de apoyo popular. La sangría de votos en las grandes ciudades y capitales de provincia ha sido evidente y clave en su retroceso, pero no ha llegado a las pequeñas y medianas poblaciones que son su feudo.

Los resultados de los comicios del 3 de marzo de 1996 sorprendieron también a los socialistas que se temían una derrota más amplia. Su nueva apelación al voto el miedo, su implantación en las poblaciones de tipo medio y pequeño y su arraigo en tres regiones concretas que se confirmaron una vez más como su feudo –Andalucía, Cataluña y Extremadura– les permitió quedarse con 141 escaños, a 15 del vencedor Partido Popular y con apenas medio millón de votos menos que la formación de José María Aznar. De ahí, de lo cortas que quedaron las distancias, la «dulce derrota» de la que habló Alfonso Guerra, una alegría que les duró poco, hasta que se dieron cuenta de que tenían que empezar a dejar los cargos tras el acuerdo entre el PP y los nacionalistas. No obstante, los resultados obtenidos demostraron una gran estabilidad en el mapa electoral y que el PSOE tenía un «suelo» sólido de seguidores. De hecho, en número de votos se quedó por encima de los nueve millones, a sólo 700.000 de los célebres diez millones largos conseguidos en 1982, mientras que en porcentaje sí que sufrió un claro retroceso. Del posterior análisis de aquellos resultados se deduce un claro cambio en su electorado. Del predominio entre las clases medias, el medio urbano y los jóvenes se ha pasado a todo lo contrario. El feudo electoral del PSOE está hoy, sobre todo, en el medio rural y poblaciones de tipo medio, de alrededor de los 50.000 habitantes, y entre los mayores de cincuenta años, pensionistas y jubilados. Son en parte los sectores de población más proclives a votar al partido en el poder, sea del color que sea y ofrezca el balance que ofrezca porque ante todo reclaman estabilidad política y no quieren cambios.

El PP ganó las elecciones precisamente en lo que eran los feudos del PSOE en 1982: las grandes ciudades y, en especial, las capitales de provincia. Sólo hay una excepción, aunque notable, y es el caso de Barcelona, donde los socialistas mantuvieron su primer puesto. Ni siquiera en la mayoría de las capitales andaluzas lograron los socialistas aguantar el empuje del PP. En el hoy partido en el Gobierno achacan lo ajustado de su victoria precisamente en su nuevo fracaso en el mundo rural por su menor implantación frente al PSOE y en lo que califican de «uso y abuso» de poder que practicaron los socialistas desde el Gobierno en beneficio de sus intereses electorales. Según el análisis del PP la «venta» de pensiones y subsidios como si los diera González, más la campaña de que el PP ponía en peligro todas las prestaciones sociales, abonada y ampliada por el control de los medios de comunicación estatales más el respaldo de buena parte de los privados, son los factores que pueden explicar la diferencia de comportamiento electoral entre la población urbana y la rural. De hecho, el partido de González ganó por siete puntos de diferencia al de Aznar en las localidades de menos de 50.000 habitantes. Por contra, en las de más de 50.000 habitantes, las cifras se invirtieron. El PP obtuvo el 40,85 por ciento frente al 34,21 por ciento del PSOE. Las encuestas se equivocaron y mucho, pero sin contar con los ciudadanos de las localidades más pequeñas y de tipo medio, donde viven, por ejemplo, gran parte de los andaluces, resulta que hubieran clavado sus previsiones. El PP hubiera rozado la mayoría absoluta y el PSOE se hubiera quedado con unos 130 escaños.

En ese retrato del electorado socialista se basa la esperanza del PP de ampliar en las siguientes elecciones sus diferencias con el PSOE y también las aspiraciones del partido de González de volver al poder. En el Gobierno confían en que, con un buen balance de gestión, sobre todo económico y una vez demostrado que mantinen las prestaciones sociales, el electorado que se inclina por el poder cambie de papeleta en los próximos comicios para apoyar a Aznar. En el PSOE, ratificada la solidez de su «suelo» electoral al conseguir el 37 por ciento de los votos en su peor momento desde 1982 que se supone fue 3-M, confían en arrancar a IU el millón de votos que les permitiría volver al Gobierno. De ahí su interés en instigar desde dentro y desde fuera los problemas internos de la coalición de Anguita. De momento, ese 37 por ciento conseguido el 3-M es el que paraliza en el PSOE cualquier propósito de renovación a fondo de proyecto y dirigentes, asunto en el que no entrará el XXXIV Congreso.



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