OPINIÓN
19/12/96





AL LADO DE ESTOS SIGNOS de reequilibrio, permanecen, incluso se ahondan, factores objetivos de minusvaloración social y política de la mujer

Nuestro futuro, la mujer

U na de las paradojas de nuestro tiempo es el papel de la mujer. Por una parte son evidentes los signos que revelan su creciente importancia, hasta el extremo de que no resulta exagerado hablar, como hace Claire Lesegrétain, de una feminización de nuestra sociedad, con la generalización de valores --la ternura, por ejemplo-- impropiamente considerados como exclusivamente femeninos. Pero al lado de estos signos de reequilibrio, permanecen, incluso se ahondan, factores objetivos de minusvaloración social y política de la mujer.
Pero empecemos por reconocer lo obvio. La mujer es, de los dos componentes de la especie, la más decisiva. Sobre ella recae en cualquier situación histórica y de civilización la tarea humana por excelencia de generar y dar sentido a la vida, bajo tres aportaciones personales de valor social.
La primera, la única exclusiva de ella, es la maternidad: es decir, la capacidad para dar continuidad a la humanidad. Este es un hecho de una elementalidad abrumadora, pero socialmente subvalorado. La maternidad es una opción libre de realización personal de la mujer, que posee consecuencias sociales determinantes. Si renuncia parcialmente a esta función (como acaece ahora en Cataluña y España) el Estado del bienestar será imposible.
Pero el papel de madre, y a diferencia de otros periodos históricos, es contemplado con displicencia, cuando no como una molestia laboral. ¿Cuántas mujeres no ven interrumpida su labor profesional por presiones de la empresa? ¿Qué sistema ha construido nuestra sociedad para que la mujer pueda ser madre y, a la vez, igual al hombre en dignidad, derechos y deberes profesionales?
De hecho bastaría que la necesaria redistribución del trabajo se iniciara por la introducción de la jornada reducida de 34 horas semanales, aplicada a las madres, sin merma del salario y con disminución de las cargas sociales para las empresas, y al tiempo se generalizaran las guarderías gratuitas en cómputos horarios semejantes, para cambiar radicalmente la situación. También por el simple hecho de ser madre, aunque no trabaje fuera de casa, debería percibir un salario social adecuado.
La segunda capacidad de la mujer se relaciona con la transmisión de los conocimientos básicos para alcanzar el sentido de la vida: la educación de los hijos, sobre todo, entre el nacimiento y los tres o cuatro primeros años. La ciencia nos ha enseñado que es precisamente durante el periodo inicial --precisamente previo a la escolarización obligatoria-- cuando se producen los fenómenos de aprendizaje más importantes. Buena parte del futuro de la persona se juega en estos pocos años. La inteligencia emocional, la que realmente nos será más necesaria, así como el "athos", el carácter, o si se quiere en términos más actuales, la personalidad, va a quedar "marcada" por la educación recibida en los primeros años de vida. Educar no es una ocupación exclusiva de la madre, pero sí es ella quien al principio se encuentra en la posición de máximo acceso, y posee las mejores condiciones innatas para ejercer el papel clave. Pero una vez más la sociedad no valora a la mujer como educadora de sus hijos, ni tampoco le facilita la preparación que le permitiría exceder en los resultados (y al padre alcanzar los mínimos que sus menores capacidades le permiten). ¿Por qué gastamos cientos de miles de millones de pesetas en enseñanza secundaria y universitaria y ni un duro en el periodo inicial de vida que determinará todo el rendimiento posterior? Es absurdo y económicamente desastroso.
La tercera capacidad sobre la vida es su papel como eje de la familia. Es ella quien determina el éxito o fracaso, en la medida en que los lazos familiares están fundamentados en la gratuidad del amor y el reconocimiento del otro. La gratuidad, uno de los valores esenciales para vivir, es esencialmente femenino porque precisa de un interior fuerte, resistente y valeroso. Los hombres tendemos confacilidad al egoísmo porque expresamos nuestra debilidad interior. Ello es así porque la mujer para desarrollar su papel central en la transmisión de la vida y de su sentido debe poseer más y mejores mecanismos intelectuales y psicológicos.
Sin mujer que asuma la centralidad, la familia lo tiene difícil. Y sin familia no es posible la cohesión y la paz social. Los datos son abrumadores y los estudios comparativos ponen de relieve que el colchón social que atenúa los problemas sociales, como el paro, la delincuencia o la drogadicción es la existencia de familias bien constituidas.
Y si todo ello es así, ¿por qué la mujer que se dedica a su familia no percibe una compensación, un verdadero salario social? ¿Por qué no es legalmente y automáticamente titular de una parte de los ingresos que percibe el marido? La mujer es más importante para nuestro futuro como nación que el Estado del bienestar, la enseñanza o nuestra especificidad como pueblo, porque de su papel depende que todas esas cosas funcionen bien, o se degraden y desaparezcan.
La mujer debe poder trabajar, desempeñar el liderazgo político que todos necesitamos, ser madre, educar a sus hijos, conducir una familia, como opciones libres de realización personal, de trascendencia social. Esto es lo mejor para todos y para todo. Por tanto las normas sociales han de crear las condiciones que lo hagan posible, y finalizar esa discriminación que considera a la mujer que trabaja duro en casa como dedicada a "sus labores" sin salario ni Seguridad Social, clasificada con macabro humor estadístico como "inactiva". Hay que terminar con esa nueva explotación moderna de la profesionalidad que trabaja fuera de casa --muchas veces cobrando menos-- y otra vez --gratuitamente-- dentro de ella, en jornadas ininterrumpidas que empiezan a las siete u ocho de la mañana y terminan bien entrada la noche.
En el fondo de todo esto hay un problema político, generado por los propios hombres, que como malos gestores de lo obvio somos incapaces de cambiar nada. Pero también existe un problema en el campo de la mujer, porque políticamente todavía no se ha emancipado. No ha desarrollado en el grado necesario su aportación, nacida de su interior, de "su vida" en femenino, al nuevo proyecto de sociedad porque parte de la reivindicación feminista transformó rápidamente la "idea"; es decir, la experiencia personal de vida, en "ideología"; esto es, un fin externo al que sacrificarlo todo, hasta los sentimientos y donde la persona --la mujer-- es una abstracción y no un ser real. No era el "hombre" el punto de referencia, sino lo común a ambos: la persona, por desarrollar desde la feminidad.
Pero la sociedad que reconstruir está formada por personas --hombres y mujeres-- que se desarrollan libremente en la igualdad desde sus respectivas especificidades, en la paridad y la reciprocidad.
JOSEP MIRÓ I ARDÉVOL, ex conseller de la Generalitat


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