Lunes 2 de septiembre de 1996

Más de 90 muertos y decenas de desaparecidos en la peor ofensiva de la guerrilla colombiana

PILAR LOZANO, Bogotá
Al menos 67 policías y soldados y 25 guerrilleros murieron en la más grave ofensiva de la guerrilla en los últimos años. Hubo decenas de desaparecidos. Paradójicamente, estos «días de locura y sangre», como los llamó el ministro de Defensa, Juan Carlos Esguerra, se dieron cuando se iniciaba una Semana por la Paz. Las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), el grupo guerrillero más antiguo y numeroso del país y, con menor fuerza, el ELN (Ejército de Liberación Nacional), lograron en golpes simultáneos incendiar casi medio país. A partir de la noche del viernes realizaron ataques en 27 municipios, incluido Bogotá, de 11 de las 30 provincias. En la zona amazónica, un puesto militar fue borrado del mapa.



Una columna guerrillera de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias, en abril pasado (AP).
El sábado, desde muy temprano, los altos mandos militares empezaron a recibir poco a poco las noticias sobre lo ocurrido: cuatro policías muertos en barrios del sur en Bogotá; ataques a puestos de policía y emboscadas a patrullas; poblaciones, aquí y allá, atacadas con cohetes y granadas; retenes y bloqueos en varias carreteras. «Como a las diez de la noche llegaron unos 100 guerrilleros; sólo al amanecer se fueron», contó con la cara aún tiznada y el rostro desencajado a un informativo de televisión uno de los 14 policías que defendió el ataque a Mondomo, población de la provincia del Cauca, al sur, sobre una de las vías más importantes del país. «En la horrible noche» de Mondomo tres policías murieron, siete quedaron heridos y la plaza central del pueblo quedó completamente destruida. «Al mediodía, la lista de muertos en todo el país sumaba ya 19 policías, 11 soldados, tres civiles y 25 guerrilleros».

Cuando, por la tarde, los altos mandos militares se preparaban para dar información oficial a la prensa, una noticia llegada del sur, de la zona amazónica, causó desconcierto: la toma por 400 guerrilleros de las FARC de la base militar de Las Delicias, en los límites de las provincias de Caquetá y Putumayo, dejó prácticamente arrasado el lugar. Las primeras versiones oficiales hablaban de 34 soldados muertos, 20 heridos y 45 desaparecidos. Los insurgentes, «que salían de la tierra como si fueran gusanos», atacaron con cañones, granadas de fragmentación y cohetes el centro de operaciones militares. Allí estaban acantonados 113 hombres, entre ellos tres civiles. La zona está controlada por cuatro frentes de las FARC.

Según una fuente militar, citada ayer por el diario El Tiempo, «las rutas fluviales en la zona son un factor que beneficia a la guerrilla y desfavorece a las fuerzas del orden». Extraoficialmente se informó de que una lancha y una avioneta militar que viajaban al lugar fueron atacadas por los guerrilleros.

Lo inaccesible del lugar, la falta de comunicaciones y el mal tiempo reinante en la zona son las razones que da el ministro para explicar el porqué todavía ayer a mediodía no había un informe definitivo sobre el número de muertos en Las Delicias. Extraoficialmente se afirmó que los muertos allí son más de 50.

Los altos mandos militares y el ministro de Defensa coincidieron en afirmar que el ataque al puesto de Las Delicias, en plena selva, es una venganza por la acción oficial en la destrucción de cultivos de coca y laboratorios para el procesamiento de la cocaína. «La narcosubversión está furiosa porque le queremos quitar su soporte económico», dijo el comandante de las fuerzas militares, el almirante Holdan Delgado. Según el Ejército, las FARC se han convertido en el más grande cartel de la cocaína. Aseguran también que las marchas campesinas -que han movilizado a miles de cultivadores de coca el último mes en las provincias de Caquetá, Putumayo y Guadiare, marchas y protestas que han dejado al menos 12 muertos y decenas de heridos- son instigadas por los insurgentes.

Esguerra, el ministro de Defensa, anunció una inmediata reacción del Ejército. «La fuerza pública se encuentra acuartelada, está reaccionando y estamos disponiendo de todo lo necesario para la contraofensisva, que debe venir de nuestra parte e impedir nuevas acciones hostiles», dijo el ministro.

Paradójicamente, a la misma hora en que el Ministerio de Defensa ofrecía un informe que dio al país la impresión de ser un parte de guerra, en Urabá, una de las zonas más golpeadas por la violencia, centenares de personas prendían velas, agitaban pañuelos blancos y cantaban a la vida durante un gran concierto que dio inicio a la Semana por la Paz.

Coro en contra del diálogo

P. L. ,Bogotá
«La guerrilla por una parte envía cartas de amor y por otra prepara ataques aleves contra la fuerza pública», dijo sin esconder su enojo el ministro de Defensa, Juan Carlos Esguerra. El pasado miércoles, durante el llamado Foro por la Paz, se escuchó por un equipo de radio la voz del máximo comandante del Ejército de Liberación Nacional (ELN), el sacerdote español Manuel Pérez, apelar a que «a través del diálogo» se ponga fin a los ataques de su grupo a la infraestructura petrolera del país. El Gobierno vio con buenos ojos la propuesta.

Una semana atrás, las Fuerzasa Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) hicieron llegar al Gobierno una carta con una larga lista de exigencias como camino para llegar a la paz. Las dos propuestas revivieron un debate que por meses estuvo congelado, dado que la guerilla afirmaba que no negociaría con un Gobierno débil como el del actual presidente, Ernesto Samper. Se escucharon, como siempre, posiciones a favor y en contra del diálogo. «Yo no me sentaré en la misma mesa con un cura extranjero asesino», dijo el comandante del Ejército, general Harold Bedoya, refiriéndose a Manuel Pérez.

Ayer, después del horror de la jornada sangrienta, las voces en contra del diálogo ahogaron las favorables. Muchos políticos apoyaban una solución autoritaria al estilo Fujimori para poner fin al terrorismo. «Dialogar es, más que repugnante y deprimente, vergonzoso», editorializaba ayer el diario El Tiempo. «Es costumbre de los bandoleros firmar con sangre sus propuestas de paz», recordaba el diario, para el que el interés de la guerrilla con su arremetida es presionar para que se acepten sus exigencias.

El presidente Samper, que el sábado al mediodía propuso una agenda para lograr «acuerdos parciales de vigencia inmediata» con los grupos alzados en armas, aseguró por la tarde que no hay «clima para ir a la mesa de negociaciones». «Si lo que pretenden los subversivos es que se detengan las operaciones en el sur (contra los cultivos de coca), éstas no se van a detener», afirmó categórico.

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