Miércoles
18 diciembre
1996 - Nº 229

El 'caso GAL', una farsa
en cuatro actos

ERNESTO EKAIZER

PRIMER ACTO

•Objetivo, Suárez

Suárez recuerda que fue la tarde del miércoles 22 de febrero de 1995. El coronel Perote se dispusó para entrar en operaciones, como en sus viejos buenos tiempos. Se acomodó sus sempiternas gafas oscuras Ray Ban y salió hacia el hotel Ritz, en la madrileña plaza de la Lealtad. Como en sus clásicas aventuras de espionaje, debía buscar a una persona: su contacto era Pedro J. Ramirez, director del diario El Mundo. Ambos debían recorrer unos cincuenta metros, detenerse en el número 4 de la calle de Antonio Maura y subir a la planta primera. Es el despacho del ex presidente de Gobierno, Adolfo Suárez. Éste fue, como es su estilo, afectuoso. Les invitó a tomar asiento en un tresillo de piel de su despacho y abrió sus orejas.

Perote y Ramírez estaban fabricando una de las primeras piezas de un puzzle que todavía está por terminar de armar. El día 20, El Mundo había lanzado su caña de pescar. El anzuelo iba dirigido a Suárez. El Cesid, decía su información sin la menor prueba, busca testigos falsos para atribuir la creación del GAL a UCD.

De modo que dos días más tarde, el 22, Perote y su compañero estaban frente a Suárez. El coronel le informó que durante una visita suya como presidente del Gobierno al Cesid, en 1978, le habían grabado con micrófonos ocultos todo lo que se había dicho durante la reunión. El diligente coronel le puso la cinta a Suárez en su despacho y mientras los tres la escuchaban le explicó que la misma era de gran valor. Sí, aseguró Perote ante un atónito e indefenso Suárez.

-Esto vale oro, porque tiene espacios en blanco, que se pueden rellenar sin problema.

Miró Perote, ya sin sus Ray Ban, a Suárez.

-Presidente -dijo el coronel- están montando una operación para desacreditar a todos los Gobiernos anteriores

Hábil jugada. Si llegas a Suárez tienes una ventaja. Porque él, si lo considera importante, abre otras puertas inmediatamente. Suárez habló con Felipe González. Más tarde, le llamó el vicepresidente Narcís Serra, y, poco después, Emilio Alonso Manglano, director del Cesid. Éste pensó a bote pronto que el autor de la filtración era el coronel José Luis Cortina, pero supo que no era así. Los contactos con Suárez pemitieron a Manglano sacar la conclusión: se trataba de Juan Alberto Perote, el ex jefe de la Agrupación Operativa del Cesid.

La tierra se abrió para Manglano. Él era el custodio de un secreto que le carcomía desde hacía un par de años. Perote o Alberto K. se había llevado unas 1.500 microfichas con más de 5.000 documentos del servicio secreto. Pero Manglano no informó a nadie. Cuando llegó, pues, a la conclusión de que Perote había visitado a Suárez, se fue a ver al ministro García Vargas y se confesó.

SEGUNDO ACTO

•El mariscal Conde

El abogado Santaella llevaba desde el 9 de enero de 1995 en la nómina de Mario Conde. Se estrenó ese día con un articulo sobre los GAL, en los que asesoraba a José Barrionuevo desde las páginas de opinión de El Mundo. «Barrionuevo se equivoca cuando acude a plaza de Castilla a defender su honor o a la calle Génova a pedir ser interrogado, con la esperanza secreta de terminar ante el edificio de la plaza de las Salesas. Su tribunal está en la Carrera San Jerónimo». Según Santaella, los problemas de los GAL debían enmarcarse en los delitos contra la Seguridad del Estado, previstos en el artículo 102.2 de la Constitución.

La misión confiada por Conde a Santaella: procesar el material extraído por Perote del Cesid, sobre todo las informaciones sobre los GAL. Si esto constituía la pólvora, todavía faltaba algo muy importante: el cañón. Esa era la misión de Pedro J. Ramirez y su periódico. El mariscal para dirigir la batalla: Mario Conde. Su ayudante de campo: Mariano Gómez de Liaño.

Santella sembró a partir de febrero de 1995 en el campo abonado de Barrionuevo, afectado por el sumario Segundo Marey. Los encuentros tuvieron lugar en un despachito muy propicio: el de la Comisión Constitucional del Congreso, en la calle de Cedaceros, que presidía Barrionuevo. ¿Qué mejor? Finalmente se trataba de defender a la Constitución contra viento y marea. Un encuentro entre Conde y Barrionuevo, el 24 de febrero, formalizó las cosas. Y en otro ámbito, para hacer despliegue de tropas, el mariscal atraía a su campo a otro financiero con problemas judiciales: Javier de la Rosa. El 22 y los días 25 y 26 de febrero se vieron Conde y De la Rosa se reunieron largas horas y días, con pareja incluida, y se hicieron la foto.

Lo que Conde quería era, decían Santaella y Mariano Gómez de Liaño, un pacto razonable. El juez García-Castellón debía ser apartado del caso Banesto y poner en su sitio al juez Miguel Moreiras. También se hacía necesario reparar el presunto error de la intervención con 14.000 millones de pesetas y suspender las inspecciones fiscales en marcha contra personas que no tenían que ver en la causa. Se referían a Mariano Gómez de Liaño.

Pero ni Barrionuevo, ni Suárez, a quien Santaella y Conde, cada uno por su lado, visitaron, lograron hacer ver lo razonable de las peticiones a sus interlocutores. Fue Suárez quien primero recibió de Santaella un amplio documento. Los horrores de los GAL según la información del Cesid robada por Perote. El ex presidente informó a González. Pero nada.

El 23 de abril de 1995, dos días antes de que la comisión permanente del Consejo del Poder Judicial decidiera sobre el mandato de García-Castellón, Santaella y Conde se pusieron algo más nerviosos. Decidieron repetir la operación hecha con Suárez. Santaella visitó a Barrionuevo en su despachito del Congreso y le entregó siete folios de conclusiones. Se citaban, con lenguaje jurídico, diversas operaciones de los GAL y había referencias a anexos documentales de varios cientos de páginas. Barrionuevo se lo entregó a Serra el 24 de abril. Y la comisión permanente primero y el pleno después apoyó la renovación de García-Castellón. Todo esto a pesar de que Santaella publicó el 25 de abril un artículo en El Mundo, sin decir a pie de página que era abogado de Conde. Pedía la separación de García-Castellón y... que el juez Moreiras llevase el caso. Otra vez nada.

TERCER ACTO

•¡Bum!

Después de contactos entre Santaella y el ministro Belloch, entre abril y junio de 1995, Conde ya no sabía qué hacer para persuadir al Gobierno. Una parte de su material, según Perote, ya había sido utilizado en el pasado. Se refería a cintas magnetofónicas de políticos y hombres de la jet. Había que hacer una exhibición de fuerza. El Mundo debía, ahora, entrar en acción. El lunes, día 12 de junio, estallo el escándalo de las escuchas. Y Conde, a través del citado periódico y otros consejos, como los de Suárez, consiguió persuadir a González. El 23 de junio, Santaella fue conducido por Belloch al presidente del Gobierno, en el palacio de la Moncloa. Fuera García-Castellón, 14.000 millones, Moreiras, reparación, paz. En vano.

Nuevos contactos en Moncloa. Santaella y Mariano Gómez de Liaño intentaron persuadir a José Enrique Serrano, director del Gabinete de Presidencia. Pero durante las conversaciones, comenzó el bombardeo a través de El Mundo con información del Cesid sobre los GAL. Verano del 95, verano violento.

En septiembre, el periódico, que sabe a conciencia que uno de los documentos registran una nota manuscrita de Manglano que dice Pendiente para el viernes, deciden aprovechar el hecho de que en un estadillo se pone Pte. para apuntar a González. En el documento entregado por Santaella decía Pendiente para el viernes, para despachar entre Manglano y el entonces ministro de Defensa Narcís Serra, en 1983. Ahora, en septiembre de 1995, como Serra ha dimitido, Perote, Conde, Santaella y El Mundo lo tienen fácil. ¡Eureka! Pendiente es Presidente del Gobierno.

El mismo mes, septiembre, lo que hace Conde no es chantaje.

CUARTO ACTO

•Crisis

Perote, el hombre que guió los movimientos de Pedro J.Ramirez y de sus investigadores del caso GAL, a través de cartas secretas dirigidas desde la prisión, vía Santaella, firmadas con el seudónimo Viriato, está de capa caída. El hombre que nutrió al periódico durante largos e intesos meses, es amortizado en el balance de El Mundo. El 23 de septiembre de 1996, «cada vez parece más claro que el móvil de Perote no ha sido el arrepentimiento o la voluntad de cooperar con la Justicia. Si se llevó cientos de documentos del Cesid fue porque tenía otros motivos mucho más oscuros, como lo prueba el hecho de que parte de estos papeles fueran objeto de una negociación mantenida entre Conde y González. El 1 de octubre: «A El Mundo le da igual el coronel Perote: ha demostrado que es un personaje turbio».

Días después, el 13 de octubre, Pedro J. dice sobre la relación Conde-González: «Qué es lo que media entre la ya de por sí tan incriminatoria como insólita decisión de González de recibir en la Moncloa al abogado de Conde y Perote y la ruptura de negociaciones, la denuncia del chantaje y el invento de la teoría de la conspiración? La clave está en que González llega a la conclusión de que nada de lo que aparece en los documentos tiene la entidad y concreción suficiente para para cambiar su horizonte penal». Un día después, el periódico afirma que «nadie duda de que el coronel fuera hombre ambicioso y sin escrúpulos».

La escuela de periodismo de Chicago afirmaba que la información, si es veraz, es lo único que cuenta. Que las fuentes no tienen ninguna importancia. Es posible que incluso esto ya no sea hoy así. Pero, ésta es la crónica del compromiso con una banda perseguida por la justicia. No es, por tanto, la del periodismo de investigación.

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