Falla, 50 años después

JUAN Á. VELA DEL CAMPO

Hoy se cumplen 50 años del fallecimiento de Manuel de Falla en Alta Gracia (Argentina). Los conciertos y actos dedicados a festejar su música y su memoria no cesan. Esta misma tarde, en Cádiz, ciudad natal del compositor, Odón Alonso dirige a la Orquesta de Málaga en La vida breve y El retablo de maese Pedro, dentro de un ciclo-homenaje en que desfilan por el teatro Falla a lo largo de noviembre las cinco orquestas andaluzas; y en el Auditorio de Madrid, el joven y ya curtido Miguel Baselga ofrece la integral de la obra de Falla para piano solo, recientemente grabada por el sello discográfico sueco Bis. Son dos buenas maneras de celebrar el aniversario.

El síndrome Falla seguramente se intensificará de aquí a final de año. Incluso están previstos un número especial de la Revista de Occidente y un congreso en La Soborna de París. En España no hay orquesta ni sala de conciertos que no incluya una obra de Falla en las programaciones de esta temporada. Muestran así unos y otras su adhesión al compositor español más emblemático de nuestro siglo y tranquilizan las conciencias en el compromiso con la historia musical propia.

¿Qué quedará de toda esta fiebre en cuanto finalice el año Falla? Me temo que no demasiado. En las librerías sigue sin estar el libro biográfico y analítico sobre Falla que el mundo de la música necesita, las grabaciones discográficas actuales no se han caracterizado por su abundancia, los trabajos pedagógicos o de investigación en el contexto iberoamericano casi brillan por su ausencia, y en la casa-museo de Alta Gracia no hay dinero para reponer las bombillas fundidas o arreglar las marquesinas. Los actos del cincuentenario han traído un aluvión de conciertos dispersos, pero también suponen una triste oportunidad perdida de reivindicar la figura de Falla mirando al futuro. Se ha cubierto el expediente pero se han abandonado demasiadas evidencias.

Y no es que los conciertos o recitales esporádicos sean inútiles. Al contrario. Difunden la obra, y eso, al fin y al cabo, es lo primordial. Los planteamientos en la difusión de Falla han sido, en cualquier caso, dispares. Del coherente y modélico enfoque centrado en Las músicas de Manuel de Falla del último Festival de Granada, donde convivían las músicas creadas y las músicas que influyeron en el compositor, y en que se propiciaron propuestas tan imaginativas como la de La Fura dels Baus en Atlántida, hasta el disparatado y oportunista ciclo Antes y después de Falla del Festival de Otoño de Madrid donde cabe todo (incluso Falla), aunque sin especiales interrelaciones, hay un abismo de intención y alcance. Falla no necesitaba el esfuerzo de recuperación que, por ejemplo, se ha hecho este año con Roberto Gerhard (el recuerdo del músico anglo-catalán se ha enfocado con agudo sentido de la realidad), sino una doble llamada a la imaginación y a la reflexión acordes con su importancia histórica y su especialísima función en la vida musical española e iberoamericana.

Me rebatirán los amantes de consideraciones cuantitativas con listas de conciertos donde se han interpretado obras de Falla en España, Europa, Japón o Estados Unidos. Dicen que la Sociedad General de Autores lleva ya ingresados este año 1.000 millones de pesetas por derechos de autor, con la consiguiente repercusión en los descendientes más directos del compositor, que no dudaron en prescindir a principios de año del prestigioso musicólogo que dirigía el Archivo Manuel de Falla de Granada para reforzar la presencia familiar. He sabido que «las efemérides suelen dar buenos dividendos», como recordaba Llorens Barber en La ciudad y sus ecos, reciente recopilación de sus escritos desde 1978, editada en Nerja dentro de la audaz colección Gramáticas del agua.

Pero la música es algo más que una cuenta de resultados, aunque su historia también la escriban mecenas y organizadores, además de compositores e intérpretes. La visión de la trastienda del mundo musical a través de representantes, agencias, corporaciones o grupos de presión ha sido analizada por Norman Lebrecht, columnista del Daily Telegraph, en When the music stops, libro que hace actualmente furor en Europa, y especialmente en el Reino Unido, y cuyo morbo no se limita a la consulta de los apéndices en que figuran lo que cobran los intérpretes y directores más famosos. Para tranquilidad de muchos, Lebrecht no habla por ahora de redes de influencia españolas ni de cuantía de contratos aquí.

Volviendo a Falla, la pregunta es inmediata: ¿cómo le hubiese gustado al compositor celebrar su cumpleaños? Probablemente en la intimidad, con su música y sus amigos. Los 50 años transcurridos desde su muerte iluminan su música desde una perspectiva que la enriquece. Visto desde hoy, Falla es más original, más vigoroso, más entrañable y más artista. Seguimos necesitándole con urgencia.

© Copyright DIARIO EL PAIS, S.A. - Miguel Yuste 40, 28037 Madrid
digital@elpais.es | publicidad@elpais.es


Volver al comienzo

Volver