Cumbre encastrada

SON MUY pocos los que a estas alturas del siglo desean la pervivencia del régimen castrista en Cuba y multitud los que pretenden un cambio, lo más tranquilo posible, hacia la democracia y el pluralismo en la isla. Con este punto de partida, hay que hacerse algunas preguntas fundamentales. ¿Facilita esta evolución el encontronazo verbal entre Aznar y Castro en la IV Cumbre Iberoamericana? Probablemente, no. ¿Aporta a España mayores posibilidades para participar activamente en el cambio cubano? Más bien lo contrario, ya que nuestro país pierde capacidad de interlocución entre los cubanos, algo que se ha mimado históricamente desde Madrid. ¿Se incrementa así el peso de España en América Latina o incluso en Europa? Tampoco.

Se trata de gestos y de retórica. Pero Aznar rompió las reglas elementales de la cortesía diplomática al manifestar de forma cuasi pública a su vecino de mesa en el almuerzo del domingo: «Contra Cuba no tengo nada, contra tu régimen todo». Al tiempo, se ofreció a poner a la UE de parte de Cuba si Castro movía pieza en la democratización.

El Gobierno de Aznar está enfocando su política hacia Cuba con un exceso de ideologismo que no aplica a otros regímenes dictatoriales, sean Libia o China; es el doble rasero . Niega la política anterior -a favor del cambio a través de la aproximación al régimen de Castro-, pero no explica si tiene una alternativa de recambio. Desde luego, ésta no puede ser la estadounidense, pues la Cumbre Iberoamericana criticó ayer frontalmente -en la declaración final suscrita por España- la ley Helms-Burton aprobada en EE UU, por la que Washington pretende, de manera unilateral y extraterritorial, imponer sanciones contra las empresas de otros países que inviertan en bienes nacionalizados por la revolución en Cuba.

La posición emanada en este punto en Chile puede fortalecer, antes que debilitar, a un Fidel Castro que no ha tenido empacho en suscribir a cambio todos los puntos de la declaración de Viña del Mar referentes al perfeccionamiento de la democracia, la defensa del pluralismo y el respeto a los derechos humanos. Puesto a elegir entre las reacciones encontradas que ha despertado en Chile, el líder cubano preferirá, sin duda, las acogedoras palabras del presidente colombiano, Ernesto Samper -a su vez agobiado por Estados Unidos-, cuando reivindicó el derecho de cada país a «trazar su propia bitácora y navegar según el mapa que elija», y denunció la «condicionalidad» como una nueva forma de intervencionismo. Al cabo, puede que Castro no haya hecho mal negocio en Viña del Mar, más allá de una buena corbata.

Con su poco afortunado gesto, Aznar habrá conseguido -aparte de los aplausos de sus fans madrileños- centrar en Castro, una vez más, las miradas de una Cumbre Iberoamericana que ha producido ideas que interesan a España. Queriéndolo o no, le hace el juego así no sólo a los anticastristas de Mas Canosa, ahora bien presentes en España y en el Partido Popular a través de la Fundación Hispano-Cubana, sino a EE UU, que nunca mira con simpatía las reuniones a las que no es invitado.

La Cumbre Iberoamericana ha girado en torno al concepto de la gobernabilidad, del perfeccionamiento del Estado y de la democracia. El buen gobierno no reside sólo en las constituciones o en las votaciones en las urnas, sino también en el funcionamiento de las instituciones, sean éstas la justicia, la policía o los partidos políticos, entre otras. Cuestión que debe suscitar la atención de todos los países, y en particular de España, ya que una parte muy significativa de sus proyectos de cooperación en América Latina están dirigidos a mejorar esta gobernabilidad, ayudando a la formación de jueces, policías y otros funcionarios en países de la zona. Las dos primeras piezas de la declaración final -las referentes a democracia y gobernabilidad y a la cooperación- quedan complementadas con lo que el rey Juan Carlos acertadamente definió como «políticas de largo alcance».

Cuando las perspectivas de crecimiento de América Latina son prudentemente buenas; cuando la democracia registra en la zona avances que deben profundizarse; cuando la lengua es, más que nunca con las nuevas tecnologías, un haber con grandes posibilidades; cuando Chile hoy, y mañana Bolivia, empiezan a cooperar no sólo en términos económicos, sino también en la definición de posiciones políticas comunes en Mercosur, junto a Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, no es el momento de distanciarse o de cortar puentes sobre el Atlántico, sino, al contrario, de reforzar los existentes y de construir otros nuevos. Hacia toda América Latina, Cuba incluida.

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