RETRATO DE LA REINA (y 3) «Las bodas son de los hijos. No podemos forzar»


La reina Sofía. (M. Flórez)
La Reina tiene fama de haber sido una madre estricta y exigente; y el Rey, más comprensivo, más tolerante, ¿eso es así?

He estado siempre muy encima de la educación de mis hijos, llevándoles yo misma al colegio, hablando con el profesorado, siguiendo sus estudios... A los padres (al de mis hijos, y a todos) les es muy fácil y muy cómodo abrir la mano, y hacerse los simpáticos. Y a nosotras nos dejan el papel feo de ponernos serias, de decir «a tal hora en casa». Yo he tratado de ser una buena madre: cuando ha habido que reñir, he reñido; cuando ha habido que mimar, he mimado. Pero sin hacerlos unos consentidos, y sin dar cachetes. ¿Alzar la voz? Pues... no voy a negarlo: algún grito, alguna vez.

¿Es difícil aconsejar a los hijos sobre con quién se han de casar?

Yo, como madre, quisiera evitar que mis hijos sufrieran, se llevaran desilusiones, tuvieran disgustos, fracasos, chascos, al encontrarse con que el mundo no es perfecto y las personas fallan... Me gustaría, claro, que ellos no padecieran nada de eso. Pero es una utopía. La vida tienen que disfrutarla y sufrirla ellos por sí mismos: ¡es su vida! Igual que yo he vivido la mía en primera persona. ¿Casarse con la cabeza? ¿Casarse con el corazón? ¿Y por qué ese dilema? ¡Con la cabeza y con el corazón!

¿Y si hay un hijo que...?

Si hay un hijo que... se quiere casar con quien no le conviene, con quien no debe ser, haces lo que sea por evitarlo. ¿Consejos? ¡Todos los del mundo! Pero, si no hay manera, si no atienden a razones, ¿qué vas a hacer? Pues acoger a la nuera, o al yerno, en tu familia. Y tratar de ayudarles a que el matrimonio funcione. Las bodas pertenecen a las vidas propias de los hijos. Son ellos los que eligen, son ellos los que deciden... Ahí, ni los padres ni nadie podemos forzar. Si entramos, lo estropeamos.

Vuestra Majestad llora poco, ¿por educación?, ¿por autocontrol?

La verdad es que estoy educada, desde niña, para no llorar en público. Pero en privado tampoco soy llorona... No soy llorona ni blandita; pero si hay una emoción inesperada, se me saltan las lágrimas esté donde esté. Y no me preocupo ni poco ni mucho de aguantármelas... No me da vergüenza decir que lloro. Aunque no lloro sólo por una pena, por una muerte, por un disgusto... A veces lo que me emocina es algo bueno, algo de valor, algo muy bonito que no esperaba. Mira, por ejemplo, el otro día habíamos hecho una escapada a Palma, en septiembre. Íbamos andando por la calle. En éstas, pasamos por delante de una pandilla de chiquitos. Les oímos murmurar algo, «¡que sí es!», «¡que te digo que no es!». Lo típico. Entonces, uno de ellos, muy pequeño, un mico, viene caminando, como haciéndose el distraído. Se acerca a nosotros (la Reina escenifica el episodio de modo muy plástico: con los dedos índice y corazón de su mano izquierda imita las piernas de alguien que camina. Recorre así el brazo blanco de su sillón. Siempre con esos dos dedos plantados sobre la almohadilla costalera del sillón, evoluciona haciéndome ver al niño de Palma que va y vuelve...). Llega. Me mira de refilón. Disimula. Se vuelve al grupo de sus amigos. Nosotros seguimos nuestra ruta. Oímos detrás exclamaciones sordas, como no atreviéndose... Entonces, el pequeño vuelve a acercársenos otra vez. Pero ahora, al llegar donde nosotros, se para, se planta y me mira, quieto ahí delante. Yo me paro también, para no atropellarlo. Y le veo ahí abajo, diminuto. Me mira como no creyéndoselo. ¡Qué mirada! ¡Qué brillo de ilusión, de candor, de maravilla en esos ojos! Ese crío estaba como alucinado, viendo en mí no sé qué cosa fantástica... Se me empañaron los ojos. Y te aseguro que nunca, nunca, nunca olvidaré esa mirada: ese niño me hizo... sentirme reina.

De tantísimas cosas, buenas y malas, que le habrán dicho por la calle, ¿alguna le ha hecho mella?, ¿alguna le produjo una impresión singular?

Una oye de todo, porque el pueblo español es muy espontáneo, muy expresivo, y no se muerde la lengua. Y a mí eso me parece estupendo. Pero sí, hubo una cosa que me dio... pellizco.

Yo iba de un sitio a otro, en cierta ciudad, con un poco de séquito oficial, agentes de seguridad... De pronto, se abre paso una mujer de la calle, ruda, ordinaria, de aspecto hosco. Parecía que iba a echárseme encima. Los escoltas la paran, pero ella se abalanza sacando el cuerpo por encima de los brazos de los policías. Yo en estos casos me paro. Ella quire decirme algo, y está en su derecho. Cuando ya tenía muy cerca su cara, esperando que soltase un insulto o una queja o lo que ella quisiera, me miró muy seria, y en voz baja, pero con mucha fuerza, silabeando cada palabra, me dijo: «¡Viva la madre que te parió!». Es el mejor piropo que una pueda oír jamás.

¿Quién es la Reina? ¿Una mujer junto al trono? ¿Una mujer cerca del Rey? ¿La mano que cuida del trono?

La mano que cuida del trono tiene que ser, y es, la mano del Rey. ¿Una mujer cerca del Rey? No: la Reina no es una mujer cerca... La Reina es... la mujer que está al lado del Rey. © Copyright DIARIO EL PAIS, S.A. - Miguel Yuste 40, 28037 Madrid
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