Domingo 20 de octubre de 1996

Debajo de la peluca

Los días en que se produjo la detención de Santiago Carrillo, en 1976,
fueron de los más duros de la transición política española

RODOLFO SERRANO, Madrid


Carrillo (derecha) y su amigo Teodulfo Lagunero,
al entrar en España en febrero de 1976.
Es falsa. Santiago Carrillo y su fiel secretaria durante tantos años, Belén Piniés, admiten en privado que la peluca que, con toda pompa, le fue entregada al que fuera máximo dirigente del PCE el 1 de octubre de 1996 no es el postizo con el que adornaba su cabeza el día en que fue detenido. ¿De quién es ese postizo que milagrosamente apareció en un archivador de cartón? No importa. Lo que importa es que con ella se ha logrado una imagen más, edulcorada y aséptica, del nuevo estilo de gobernar. Y se ha recuperado un símbolo más de la transición.

Aquella caja de cartón ondulado, caja de expedientes, que el ex ministro del Interior Rodolfo Martín Villa entregó, solemne, al que fuera secretrario general de los comunistas españoles, una soleada mañana de octubre de 1996, contenía una peluca, un bigote y una barba postiza. Y una bata. Nada de aquello pertenecía a Santiago Carrillo. Ni siquiera la peluca. La peluca, en torno a la cual se había montado todo un acto emotivo y sentimental, de «reconcialiación nacional», tampoco era la famosa peluca que adornaba el cráneo de Carrillo, cuando agentes de la policía caían sobre él, en un Madrid prácticamente tomado por guerrilleros de Cristo Rey y fuerzas del orden, convulsionado por el secuestro de Antonio María de Oriol y Urquijo.

Ni bata ni barba ni bigote

Lo dijo el propio Santiago. «No lo reconozco, no es mío». Hablaba de la bata y de la barba y del bigote. Luego, ante sus íntimos, reconocería que la peluca tampoco parecía la suya. Y, más rotunda, Belén Piniés, la que fuera secretaria fiel del viejo dirigente comunista, aseguró que ese postizo de largas y onduladas guedejas, más propias de una melena de mujer, «no es la peluca que yo compré». También Carrillo ha expresado su escepticismo en cuanto a la autenticidad del postizo. No recuerda la bata ni la barba ni el bigote. Tiene memoria, sí, de un abrigo que nunca apareció. Era un abrigo que llevaba en el momento de su detención y que nunca le ha sido restituido.

¿Por qué aparece ahora la peluca? Santiago Carrillo ha confesado a alguno de sus allegados una cierta desazón provocada por el sentimiento de haber sido utilizado en un acto de imagen o, en el mejor de los casos, en una «desdramatización» más de lo que en realidad fue la transición española y que ahora, veinte años después, aparece limpia como la patena.

En el evangélico recorrido que Martín Villa hizo por aquel periodo, mientras evocaba la detención de Santiago Carrillo, olvidó que aquéllos fueron, posiblemente, los meses más duros de la democracia. Cuando Martín Villa, sonriente y feliz, explicaba los días en los que Carrillo primero paseó por Madrid, dio luego una rueda de prensa multitudinaria, fue detenido y puesto en libertad después, presentaba una imagen casi seráfica de la policía y ponía especial énfasis en la preocupación de su Gobierno en preservar la integridad física del dirigente comunista.

¿Cuál era el color de aquellos días? El año en que detuvieron a Carrillo, aquel 1976, fue un año sangriento. Martín Villa siempre ha hablado muy de pasada de los sucesos de Vitoria. Muy de pasada de uno de los hechos más dramáticos de la reciente historia. De aquel 3 de abril en el que la misma policía que trataría con guante de seda a Santiago Carrillo, asaltó la iglesia de Vitoria donde se celebraba una asamblea de trabajadores. Órdenes de desalojo, gritos y carreras. Suenan numerosos disparos y cuatro personas caen mortalmente heridas. El saldo final sería de cuatro muertos y más de un centenar de heridos.

España entera quedó sobrecogida. Pero la escalada de muerte no había terminado. Dos días después, otro trabajador moría en una manifestación en Tarragona. Protestaba por los sucesos de Vitoria. Fueron días sangrientos. Ese mismo día en Basauri caía herida de muerte otra persona al participar en otro acto de protesta.

El reguero de sangre llegó hasta el 18 de abril. Una muerte más a manos de la policía en la celebración del Aberri Eguna. Pero si abril fue un mes de espanto, mayo no lo fue menos, aunque veinte años después los hechos hayan quedado cubiertos por el silencio. El enfrentamiento entre los seguidores de Carlos Hugo y Sixto de Borbón se saldó en Montejurra con dos muertos y cinco heridos, ante la pasividad de las fuerzas del orden.

Suárez era ya en septiembre presidente de Gobierno. Y el 28 de ese mes la extrema derecha asesinaba al estudiante Carlos González en la manifestación del aniversario de las ejecuciones de 1975. En un panorama en el que los Guerrilleros de Cristo Rey y otros grupúsculos de extrema derecha se movían a sus anchas por las calles, codo a codo con la policía, es en el que se produce la detención de Santiago Carrillo.

Los días negros

Pero los peores días aún estaban por llegar. Santiago Carrillo salió -ya sin peluca- de la cárcel. Era un 30 de diciembre. En apenas una semana la extrema derecha -amparada por la policía- sembraba el terror en Madrid. Arturo Ruiz, un estudiante, era asesinado por el ultraderechista argentino Jorge Cesarzski. Al día siguiente, un grupo de pistoleros de extrema derecha asaltaba un despacho de abogados laboralistas en la calle de Atocha. Cinco de ellos caen abatidos a tiros. Ese mismo día, había sido herida de muerte por la policía una adolescente, María Luz Nájera, que participaba en un acto de protesta por la muerte de Arturo Ruiz. Todavía entonces, hubo que pactar con Martín Villa el entierro de los abogados asesinados.

Pero de todo ello no habló Martín Villa cuando dibujaba con gruesos trazos rosas el periodo de la detención y liberación del viejo secretario general de los comunistas. Sin embargo, ésa es la historia que en el salón de porcelanas del Ministerio del Interior todos taparon ruborosamente con una peluca que, además, era falsa.

© Copyright DIARIO EL PAIS, S.A. - Miguel Yuste 40, 28037 Madrid - digital@elpais.es


Volver al comienzo

Volver