Los Reyes, en el Palacio de
la Zarzuela, en 1988 (Marisa Flórez)
Otro momento de ésos en los que no sabes qué va a ser de ti, fue el de la Casa de Juntas de Gernika, en febrero de 1981. El Rey y yo fuimos a aquel acto muy sobre aviso y muy alertas: nos dijeron que había algo preparado, algo contra nosotros. Cuando empezaron a cantar con el puño en alto, yo pensaba: «Esto es el comienzo de algo gordo. No sé qué. Pero lo importante, lo duro viene después...».

Eran aquellos de Herri Batasuna que cantaban el himno de los gudaris en plan duro, bronco, agresivo... El recinto aquel era pequeño, muy cerrado, y estaba abarrotado de gente. Si ocurría algo allí, la pagábamos todos: hubiese sido una masacre, una tragedia tremenda. Y era fácil que la violencia se disparase, por la altísima tensión.

Acababa de crearse la Ertzaintza. Aún no habían actuado nunca. Pero Garaikoetxea les dio la orden de que ellos mismos echasen a los que alborotaban. Y ésa fue la suerte, porque si llegan a entrar la Guardia Civil o la Policía Nacional, no lo quiero ni pensar, pero habría sido horroroso... Sin embargo, como lo arreglaron entre ellos mismos, ni los unos querían pegar, ni los otros provocar, y se fueron por la puerta todos, como corderitos... ¡Increíble!

Después, cuando pasó un poco de tiempo, yo pensé que incluso fue bueno que sucediera. Sí, hubo un mal momento, pero fue como una vacuna. ¡Y cuántos miedos y recelos se vinieron por tierra! Porque, antes de ese viaje, todo el mundo pensaba «hay un trozo de España adonde los Reyes no pueden ir». Y esa barrera había que romperla.

Además, ¿qué es lo que allí se vio? ¡La libertad! La libertad de los que cantaban y gritaban; y la libertad de los que aplaudían al Rey, que eran muchísimos más. Pero dejaron que los otros, los menos, gritasen y montasen su bronca. ¡Y no pasa nada! Unos estaban en su derecho de aplaudir y otros en el de gritar.

A veces hay gente... ¿timorata?... que quiere protegernos de que alguien grite en contra, o de que nos critique la prensa. Y a mí no me parece bien. Eso hacen las avestruces: esconden la cabeza debajo del ala. Y creen que lo que ellas no ven, no existe. La crítica no es plato de gusto. Pero de vez en cuando viene bien.

A estas alturas, ¡hemos pasado tanto...! Como hemos sido príncipes antes que reyes, y con una oposición falangista y una oposición comunista, ya estamos...

Curados de espanto.

Curados de espanto, sí. Recuerdo que había una fábrica de coches en crisis. Iba a haber despidos, y los obreros estaban muy agitados, muy furiosos. Pero nos llevaron. No sé para qué, pero... allí estuvimos, andando a través de una especie de pasillo humano, entre toda aquella gente indignada, que gritaba. Y el Príncipe, mirándolo, dijo: «A ver, que cada uno hable, y diga lo que quiera: yo os escucho». Bueno, era como decirles: «¡Venga, que empiece ya el juego de la libertad! ¡No os calléis! ¡Tenéis derecho a decir lo que pensáis!».

«Somos compañeros de viaje.
En este viaje vamos siempre juntos...
Y eso no se acaba. Siempre hay amor»

Nuestro último encuentro es ya en otoño.

Parpadea. Sin embargo, yo sé que ella esperaba esta pregunta «de mujer a mujer».

¿El amor? El amor es un sentimiento vivo. Nace, crece, evoluciona, madura, cambia con el paso del tiempo.

Supongo que a todos les pasa lo mismo. El mío, el nuestro, ha evolucionado hacia una amistad. Una fuerte amistad. Yo soy... su compañera. Somos «compañeros de viaje». En este viaje vamos juntos... Y eso no se acaba. Siempre hay amor.

Él sigue teniendo las dos facetas: el chico divertido, guasón, bromista, alegre... y el hombre serio, a ratos melancólico, con un fondo sentimental.

Hemos vivido muchas cosas juntos... Y están los hijos. Nunca estamos solos. Siempre hay gente joven, a nuestro alrededor: los hijos, los sobrinos, los amigos de los hijos, los hijos de los amigos... ¡Se ve que les gusta estar con nosotros! A mí me da la vida tener llena la casa de gente bulliciosa. Es fenomenal: te pone al día, te pide marcha, no te deja parar a envejecer.

¿Y al Rey?

Al Rey también le gusta. ¡Le chifla! ¡Cuanto más bollo, mejor! Pero eso no quita para que, de vez en cuando, yo necesite irme un rato a estar sola, a recargar baterías, leyendo, oyendo música, pensando...

¿Echa de menos algo?

Echo de menos el mar. Todos los días del año. Soy del Egeo, soy del Mediterráneo: son el mismo mar. Cuando miro hacia atrás, veo mi vida como una estela entre dos mares. Una estela muy rica, muy viva...

¿Ha valido la pena?

¡Ha valido todas las penas! Volvería a vivir lo que he vivido. Volvería a empezar.

Cuando pasan los años, y el amor se aja, y la rutina pesa, y él y ella se conocen demasiado, ¿cómo se salva la fidelidad?

Lo que mata el amor es el silencio. No sé qué harán otros matrimonios: nosotros hablamos. Hablar es muy importante. Es clave. Aunque el uno esté de morros y el otro esté antipático, hay que hablar. El silencio, la falta de diálogo, eso es lo que destruye a las parejas.

Nosotros hablamos. Si tenemos que discutir, discutimos. Pero no hay incomunicación, no hay aislamiento. Hablando se entiende uno, se quitan malentendidos, dudas, sombras...

¿Compañeros de viaje?

Sí, porque vamos a lo mismo. El Rey y yo tenemos el mismo ambiente, conocemos y tratamos a las mismas personas, acudimos muchísimas veces a los mismos actos, viajamos a los mismos lugares, pero, sobre todo, tenemos la misma tarea de representar a la Corona. Nos mueven los mismos intereses. Él sabe que cuenta con toda mi lealtad. Y hay una base fuerte: una enorme confianza. De él en mí. Son muchos años, más de 34, embarcados en el mismo viaje...

Él es el Monarca, yo no. Él manda, yo no. Él toma decisiones de Estado, yo no. Pero la Corona somos los dos. Los dos y nuestros hijos.

Es verdad que no somos nada iguales. No nos gustan las mismas cosas, ni tenemos las mismas aficiones. A él le van la radiotelefonía, las motos, la velocidad... A mí me entusiasman la música y el arte. Yo, cuando puedo, monto a caballo; pero no para saltar, como la infanta Elena, ni para lanzarme al galope tendido: prefiero el trote suave de paseo. Mi marido, en cambio, con lo que disfruta es tripulando un barco, o un avión. Y a mí lo que me gusta es que me lleven: ir sentada en la popa, mirando el mar y el horizonte, y dándome la brisa en la cara... ¡Como una reina!, ¡ja, ja, ja! Pero, bueno, la vela y el mar nos gustan a los dos. Y lo practicamos juntos a veces, si podemos.

"Yo, al Rey, como su esposa que soy,
como su «compañera de equipo»,
como su amiga, le doy lealtad.

¿Que no somos nada iguales? ¡Es verdad! ¡Ni parecidos! Cada uno es cada uno... Él es extravertido. Yo, reservada. Él es un lanzado. Yo soy tímida. Y él se morirá sin saber lo que es la vergüenza, y yo me moriré tímida. Él es primario. Yo, secundaria. Él es intuitivo. Yo, lógica, de escaleras: peldaño a peldaño. Él capta las situaciones al vuelo, huele a las personas como si fuera un perro de caza. Y pocas veces se equivoca al prejuzgar. Yo, en cambio, no me atrevo a juzgar si no tengo todos los datos. Él es rápido. Yo, lenta... Él puede tener un arranque de genio fuerte, terrible, y dar dos gritos. Yo estoy hecha para aguantar más. Una cosa, una persona, me pueden estar fastidiando... y nadie se dará cuenta. La procesión va por dentro. Tengo los nervios de acero. Total: que no somos eso que dicen de «la otra media naranja»; pero... nos complementamos. Esto es, si quieres, como lo de los idiomas: qué pones tú, qué pongo yo, y al final, entre los dos sumamos 10.

Y, en ese tándem, ¿qué le da la Reina al Rey?

Yo, al Rey, como su esposa que soy, como su «compañera de equipo», como su amiga, le doy lealtad. Le doy interés por sus asuntos, que son también asuntos míos. Le doy conversación, poder intercambiar puntos de vista diferentes, comentar un suceso, unas declaraciones de alguien, un debate parlamentario, algo que viene en el periódico... No he intentado jamás interferir en su trabajo, en sus decisiones. Si acaso, nos aconsejamos mutuamente. ¿Qué más le doy? Le doy mi compañía. Le doy mi tiempo, porque siempre estoy a su disposición. Le doy mi comprensión. Y... le doy mi cariño.

Cuando no tienen invitado a un presidente de Ucrania, como hoy, ¿comen y cenan por separado, o se las ingenian para coincidir?

Solemos hacer juntos las dos comidas, y a veces también el desayuno.

CONTINÚA

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