Lunes 15 de julio de 1996

Aznar cambia por completo su política contra ETA antes de cumplir 100 días en el Gobierno

VICTORINO RUIZ DE AZÚA, Madrid
El ex presidente del Gobierno Felipe González transmitió al Ejecutivo de José María Aznar cierta inquietud por el exceso de énfasis en la oferta de diálogo a ETA del último comunicado de los partidos del Pacto de Ajuria Enea. El PP veía en espejo ajeno una de las más descarnadas paradojas que a él le ha tocado vivir, pasar de una crítica a veces despiadada de la política antiterrorista del Gobierno a la defensa, de la mano del PNV, de la posibilidad de un «final dialogado» de ETA si se cumplen ciertas condiciones. La vertiginosa «adaptación» del discurso de Aznar y del PP en esta materia será uno de los principales ingredientes del balance de los primeros 100 días, que se cumplen el próximo mes de agosto.


Las cosas no se ven de la misma manera desde la oposición y desde el Gobierno, aunque los ojos sean los mismos. Aznar ganó las elecciones del 3 de marzo sacando pecho frente a ETA, que había intentado asesinarle en abril de 1995. De paso, insinuaba debilidad, confusión o no se sabe qué inconfesables intereses en el Gobierno de González.

Ahora, en cambio, la política del ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, es elogiada casi unánimemente como ejemplo de ponderación. Por sumar una paradoja a la anterior, las únicas críticas que recibe el ministro proceden de su derecha, de sectores de opinión para los que el más leve movimiento entraña siempre una concesión a los terroristas.

La contribución del PP a la unidad de los partidos frente a ETA desde 1994 no es uno de sus más destacados méritos. La gran patada al avispero la sacudió Aznar el 30 de julio del año citado, al día siguiente del asesinato en Madrid del teniente general Francisco Veguillas, director general de Política de Defensa. Perdieron la vida también el chófer y un transeúnte.

«Debilidad y confusión»

El líder del PP cerraba al día siguiente en San Lorenzo del Escorial con una conferencia su actividad pública, antes de las vacaciones. No se mordió la lengua y arremetió contra el Gobierno socialista con una dureza insólita. Dijo que la lucha contra ETA pasaba por «momentos de debilidad y confusión» y definió una política antiterrorista correcta: «La que es capaz de conseguir que los asesinos estén en la cárcel y cumplan íntegramente sus condenas y no que salgan a capricho de cualquiera que se le ocurra empezar a soltar terroristas».

Por si no quedaba claro, Aznar señaló personalmente a González como responsable, le acusó de «inventar un capítulo de negociación o de diálogo (con ETA) cada mañana» y puso en duda el sentido de la responsabilidad del jefe del Ejecutivo y del Gobierno en pleno. «Espero», dijo, «de la responsabilidad del Gobierno, si es que le queda alguna, que entienda que el capítulo que ha abierto no conduce a ningún sitio».

Probablemente nunca se lanzó una andanada tan demoledora contra la política antiterrorista de ningún Gobierno de la democracia. Aún estaban calientes los cadáveres de tres personas, incluido el de un militar de la máxima graduación, tras un golpe de ETA en el centro de Madrid con un coche cargado con 40 kilos de amosal.

Desde aquel momento, el PP convirtió en bandera casi obsesiva una reiterada iniciativa suya en el Congreso de los Diputados: el cumplimiento íntegro de las penas de los terroristas. Los intentos de contemporizar por parte del Gobierno y del PSOE, al introducir en el nuevo Código Penal medidas para el «cumplimiento efectivo», se estrellaron con la evidencia. Aznar creía haber encontrado un filón y se proponía explotarlo hasta haberle extraído toda su riqueza.

No paró hasta la jornada de reflexión previa a los comicios del 3-M. Su público, más entusiasta y excitado que nunca por el olor de la victoria, le escuchó casi en cada mitin prometer que los terroristas cumplirían íntegramente las penas. Era uno de los pasajes recibidos con más fervor.

En Bilbao, Aznar propinó un sonoro capón al PNV por sus veleidades a favor del diálogo con ETA y le amonestó para que fuera «primero demócrata y luego nacionalista». La respuesta tampoco fue de guante blanco. Días después, en un mitin, Xabier Arzalluz sonreía condescendiente a un joven disfrazado con una careta que retrataba al líder del PP con una deliberada similitud con Hitler.

Antes de que hubieran transcurrido cuatro meses, sin embargo, las cosas habían cambiado. Y de qué manera. Arzalluz ofrecía una conferencia de prensa en la sede central del PP, para explicar sin el menor complejo el pacto de investidura con Aznar. El «cumplimiento íntegro» de las penas se cayó con toda naturalidad del programa del PP desde la noche del 3-M, cuando fue evidente que no había otra forma de gobernar que el pacto con los nacionalistas.

Los acontecimientos empezaron a precipitarse. Mayor Oreja empezaba a pensar en el acercamiento a Euskadi de algunos presos de ETA, los más alejados de la disciplina de la organización terrorista, para facilitarles el contacto con sus familias. Era una idea que barajaba desde antes de las elecciones. El pacto con el PNV propició un clima de entendemiento inimaginable pocas semanas antes. El discurso público de Mayor Oreja y Juan María Atutxa, el consejero vasco de Interior, empezó a asemejarse como dos gotas de agua, hasta el punto de provocar síntomas de incomodidad en algún sector del PNV.

Las manos del ministro y las espaldas del presidente

V. R. DE A. ,Madrid
El domingo 23 de junio, por la noche, ETA se descolgó con el anuncio de una «tregua» de siete días. La reacción del PP y del Gobierno de Aznar no hubiera sido fácil de prever en la fase anterior. Los populares del País Vasco aprobaron sin el menor síntoma de malestar un proyecto de comunicado de los partidos de Ajuria Enea que ofrecía a ETA y HB una doble vía de diálogo, y la perspectiva de «un nuevo consenso» en Euskadi, si abandonaba las armas. Pero el comunicado de Ajuria Enea fue algo más que la respuesta de los partidos.

El Gobierno aceptó la petición del PNV y del lehendakari José Antonio Ardanza e hizo suyo el ofrecimiento, tras el Consejo de Ministros del viernes siguiente. El sábado, un día antes de que terminara la semana sin atentados, Mayor Oreja se fue a Vitoria para presentar el acercamiento al País Vasco de 32 presos. Adelantó la operación en un intento de demostrar buena voluntad en una triple dirección, hacia el PNV, hacia ETA y hacia los familiares de los presos.

De hecho, los populares han aceptado abrir a los partidos vascos, y muy en especial al PNV, un campo de juego propio en los intentos de conseguir la paz en Euskadi. Ya lo hizo José Luis Corcuera durante su etapa en Interior. La diferencia es que Arzalluz habla ahora de la necesidad de mantener contactos con ETA «por debajo de la mesa» y sus palabras son recibidas con la mayor naturalidad. Hace unos meses, el PP las hubiera presentado como un síntoma más de la debilidad y el entreguismo del Gobierno.

Si los populares han podido dar la vuelta con tanta facilidad, como a un guante, a su actitud sobre ETA y la violencia en el País Vasco se lo deben en parte a las circunstancias. Fue José María Aznar el que adoptó los tonos más agrios a la hora de buscar un frente de desgaste del anterior Ejecutivo, mientras Jaime Mayor Oreja se mantenía en un segundo plano, más moderado y discreto. Mientras el líder peleaba en la trinchera, su colaborador mantenía las manos limpias y hoy puede pilotar el giro sin demasiadas complicaciones.

En todo caso, hasta el presidente del Gobierno tiene las espaldas argumentales bien guardadas. Puede aducir que el 14 de febrero, casi en campaña electoral, a menos de dos horas del asesinato del ex presidente del Tribunal Constitucional, Francisco Tomás y Valiente, precisamente en un acto de homenaje en Madrid a otra víctima de ETA, Gregorio Ordóñez, él ya subrayó que todos los partidos democráticos habían admitido en el Pacto de Ajuria Enea la posibilidad de una «final dialogado» de ETA.

Lo que pasa, añadió, es que «ni remotamente se dan las circunstancias». Pero las circunstancias son mudables por naturaleza. De eso se trata. Ahora los populares lo saben bien.

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