Jueves 12 de septiembre de 1996

La mala Universidad

VICENTE VERDÚ

Se repasan las publicaciones extranjeras y, empezando por Francia, uno entre los tres problemas de envergadura nacional, es la enseñanza. La calidad de la enseñanza, la orientación de los estudios, la polémica de si lo que se trata es de formar hombres y mujeres o piezas para ensamblarlas en el proceso productivo es asunto que ocupa parte de las primeras páginas tanto en Estados Unidos como en Europa.

Aquí apenas se habla del problema. En España, ahora, a comienzos de curso, se alude al síndrome posvacional, de disposiciones psicológicas adversas en profesores y alumnos para reiniciar el trabajo. Casi todo el mundo, en privado, en tertulias, en la mesa de la cocina, habla de la crisis en el sistema educativo pero es raro descubrir un debate público sobre el desconcierto, el deterioro y el desaliento en que se encuentra el sistema, desde la enseñanza media a la superior. La situación, sin embargo, es tan clamante, que, aparte el síndrome posvacional, no es raro que los millones de chicos y chicas que están inagurando su vuelta a clases sientan su reingreso como una penitencia. Una penitencia justificada no sólo por la debilidad posestival sino por el flojo atractivo que les brindan las aulas.

Hace unas semanas se reunieron en Lérida los decanos de las Facultades de Letras para intercambiar noticias de calamidades sobre los nuevos planes de estudio. Los estudiantes no tienen cinco o seis asignaturas por año sino 14, 15, 16 repartidas en dos teóricos cuatrimestres. Apenas hay ocasión en cada materia para profundizar en nada y la meta es aprobar de cualquier modo. Puede ocurrir, y ocurre además, que algunos profesores exasperados por la brevedad de su participación en los nuevos planes se empeñen en exigir el programa completo que discurría antes a lo largo de nueve meses; y entonces los desvaríos se multiplican. La consecuencia es que el placer del estudio se remplaza por una tortura de la que cualquiera desearía verse eximido.

Estudiar en la actual Universidad española es prolongar, en muchos casos, el nivel escolar del BUP o empeorarlo con la prisa y la masificación. No es extraño que los suspensos se multipliquen y, antes que ellos, que la desmoralización se una al descrédito de la carrera que se curse. Según el profesor Ricardo Senabre que dio cuenta de esta crisis hace unos días, sólo un alumno de toda su promoción completó su licenciatura de Letras, en Oviedo, el año pasado. Detrás de él van quedando las desordenadas filas de alumnos que caen como moscas, amoscados con la incompetencia de quien ha diseñado este caos.

No sólo los planes sin juicio y la enseñanza deficiente están produciendo una legión de licenciados basura. La incoherencia, el absurdo de muchos contenidos, los errados planteamientos pedagógicos, las insufribles redacciones de los libros de texto, están sembrando la fobia a las clases, aumentando el absentismo y gestando todos los vicios para burlar la tarea de estudiar.

Puede que de este detrimento en las universidades públicas se lucren los privados y con ellos una clase social que aumentará sus ventajas a la hora del empleo. Y puede también que algún día, ojalá, la situación reviente y el tiempo que ahora malgastan chicos y chicas deambulando desemboque en una marcha de protesta radical.

Absorbido el país en las cuestiones de la micropolítica inmediata, desde Vidal Quadras a Serra, desde Perote a Garzón, la colectividad parece haber sido desarmada de inquietud por su futuro. No hay proyecto colectivo o sólo aquel que se relaciona con el fantasma cada vez más agigantado de Maastricht. Entre tanto, cohortes y cohortes de jóvenes españoles aprenden la desesperanza durante los años claves de su formación y su ilusión. Ir a la Universidad había dejado de ser un privilegio para unos pocos. Ahora, por fin, está acabando de ser un privilegio para todos.

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