Trabajo, mujer

EDUARDO HARO TECGLEN

En un principio, la reivindicación del trabajo por la mujer era voluntaria y pertenecía sobre todo al terreno de la justicia social y la dignidad. Ahora su trabajo es obligatorio, imprescindible. Conversando con Fernán-Gómez y Diego Galán conveníamos en que la mujer ha trabajado toda la vida: él citaba a las actrices, y todos hablábamos de las del campo, los talleres, las fábricas, las oficinas, el servicio. Trabajaban duramente y aspiraban a casarse para dejarlo. Recuerdo que de cuando en cuando aparecía una compañera en mi despacho para despedirse: se casaba.

La reivindicación de la gran burguesía era la de entrar en trabajos satisfactorios, o supuestamente satisfactorios: las grandes carreras, el acceso al dinero y al poder. Poco a poco se ha ido conquistando: todavía con dificultades. La condición de trabajo obligatorio es la forma en que la sociedad ha digerido esa reivindicación: una pareja joven no puede casarse sin el trabajo de los dos, ni puede dejar de equiparse sin él. Tiene que pagar letras altas. No puede tener hijos.

Lo que las malas lenguas achacan al placer, no tener hijos en la juventud para «pasárselo mejor», no es cierto: el retraso en la maternidad es el de esperar al tiempo en que el embarazo, el parto y el cuidado puedan afrontarse con una estabilidad económica alta. Después de pagar los coches. Y una canguro (no sé por qué se dice siempre canguro: ellos, en eso, no trabajan, ni tienen bolsa marsupial).

Todo viene por una sentencia que se discute: un juez de Girona admite que las mujeres y los jóvenes cobren menos que los hombres adultos. Su razonamiento es inteligente: si no es así, las empresas contratarán, simplemente, hombres. Es una diferencia que se debe establecer en tiempo de escasez de empleos y de gran concurrencia para cada puesto. La medida, dice la sentencia de Ramón Gimeno Lahoz, de lo Social, «no debería entenderse como discriminativa y peyorativa, sino una disminución favorable y justificada por un fin social». Temo que se va a entender muy mal.

En otro país los tribunales han suprimido, también, la llamada «discriminación positiva», por la cual un porcentaje de puestos se reservaba para las mujeres: su idea es que parece limitativa del trabajo femenino. Creo que las dos decisiones están enfrentadas una con otra, y las dos, sin embargo, me parecen valiosas. Por lo menos, pueden derivar las discusiones, que ahora están enquistadas, hacia nuevas posibilidades.

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