LA REINA HABLA SOBRE EL REY
«Él manda; yo no. Pero la Corona somos los dos»


«Quiero que los españoles me conozcan», dijo la Reina. Y accedió a ser entrevistada por Pilar Urbano para que se retratasen en un libro la personalidad y las experiencias de doña Sofía, la esposa del Rey, la madre del heredero de la Corona española. La foto de portada fue tomada por la cámara del propio don Juan Carlos, como consta en la pequeña firma que aparece junto a la imagen. El libro, titulado La Reina, ha sido editado por Plaza y Janés y sale a la venta (2.950 pesetas) la próxima semana. Tiene 351 páginas, con 40 ilustraciones. EL PAÍS publica hoy el resumen de uno de los capítulos más interesantes, el que refleja las relaciones de doña Sofía con el Rey. En él, la Reina habla del incidente en la Casa de Juntas de Gernika, ocurrido en febrero de 1981; y del amor entre ella y don Juan Carlos, y de su papel en la familia real y al servicio de la sociedad española. Preguntada sobre el matrimonio de sus hijos, doña Sofía responde: «Si hay un hijo que... se quiere casar con quien no le conviene, con quien no debe ser, haces lo que sea por evitarlo. ¿Consejos? ¡Todos los del mundo! Pero, si no hay manera, si no atienden a razones, ¿qué vas a hacer? Pues acoger a la nuera, o al yerno, en tu familia. Y tratar de ayudarles a que el matrimonio funcione. Las bodas pertenecen a las vidas propias de los hijos. Son ellos los que eligen, son ellos los que deciden... Ahí, ni los padres ni nadie podemos forzar. Si entramos, lo estropeamos».


El incidente de la Casa de Juntas
de Gernika (Efe)

25 de julio. La Reina ha estado en la jura del presidente del Supremo y viene vestida de ceremonia: un traje de chaqueta, de seda brocada en color marfil. Es por la mañana.

No me gustaría que, a partir de cierto momento, la biografía de la Reina fuese algo así como una resonancia femenina de la vida del Rey...

Mi vida es la vida del Rey. No tengo otra vida. A partir de cierto momento, mi vida es la vida del Príncipe. Y luego, la vida del Rey. Yo soy Reina, porque me he casado con el Rey. Parece que esté diciendo cosas obvias, pero... es así: si yo no fuese la mujer del Rey, la esposa del Rey, no tendría esta dimensión, no tendría este status. Soy consorte. Ése es mi status: consorte del Rey. En mi vida lo que importa, lo que interesa a la gente, es lo que atañe a la Corona, a la familia real española, al Rey de España, a los intereses del pueblo español. ¿Yo, Sofía, por mí sola? Por mí sola soy princesa de Grecia. Punto.

Ahora bien, una vez que soy Reina, me moriré siendo Reina. Reina hasta la muerte. Aunque no reine. Aunque esté reinando mi hijo, o aunque me hayan exiliado... Es el caso de mi cuñada la reina Ana María, o el de la reina Fabiola: morirán siendo reinas. Ah, y eso de reina madre... no me gusta nada. Ni reina madre, ni reina viuda: reina Sofía.

Un día me dijo Vuestra Majestad que necesitaba tomarse tiempo para decirme qué cosa es ser Reina. Vuelvo a preguntárselo hoy. ¿Es un rango, es un status, es una función, es una misión, es un derecho, es un privilegio, es un oficio, es una dignidad...?

Reina es una palabra muy llena de contenidos. Tú has dicho varios: rango, status, función, misión, deber, dignidad... Pero, tal como yo entiendo el concepto de reina, puede darse, y se da, en cualquier familia donde la mujer es la cabeza y el corazón de esa familia, y sabe que su misión más importante es atender y cuidar ese hogar: ella, entonces, es la reina de la casa.

Cada ser humano, cada mortal que habita este planeta nuestro, puede tener ese mismo concepto de su vida como servicio. Es la más alta dignidad que cabe en un hombre, en una mujer: vivir para los demás. El hombre que sirve es rey. La más útil y la más bella y la más buena forma de reinar es servir: estar a disposición de los demás. Yo, porque soy Reina, no puedo permitirme ser egoísta. No puedo decir «de esto paso, a aquello no voy porque no me apetece». Yo no estoy para hacer lo que quiero, sino lo que necesiten de mí. A mí me programan cada día ¡y cada hora! de mi vida, en función de los intereses del país. Yo voy donde conviene que vaya, por el bien de los demás. Y esto es lo mismo que hace una mujer de su casa, una mujer cabeza de familia: no piensa en ella, piensa en los suyos. En ese sentido una reina, como una madre de familia, es cualquier cosa menos una profesional.

Pero ¿cuál es el status de la Reina? ¿Quién marca sus competencias?, ¿tiene terrenos propios?, ¿tiene zonas valladas y prohibidas? Constitución en mano, el Rey no puede gobernar, no puede interferir en la acción política..., pero ¿y la Reina?

Yo no tengo un status propio como Reina. El Rey es él. Mi status es, digamos, paralelo, y ligado al Rey. Ahora bien, tampoco soy la mujer de... Tengo un status como consorte del Rey. Consorte: ése es mi status personal. La esposa del presidente de una república, por muchas cosas que haga, por mucho protagonismo que tenga, por muy popular que sea, no forma parte del Estado. Yo sí. El Rey y la Reina, la familia real, formamos la Corona. Y la Corona es una institución que, junto con el Gobierno, junto con el Parlamento, junto con el poder judicial, junto con cada una de las autonomías, somos el Estado.

Habiendo Reina, y habiendo Príncipe e infantas, la Corona no es sólo el Rey: somos el grupo familiar, el equipo familiar, la familia real. Y todos tenemos obligaciones, y todos tenemos que arrimar el hombro, y todos tenemos que poner nuestras agendas a disposición de los actos públicos que se nos encarguen... Ah, y todos sabemos que somos personas públicas a quienes se mira con lupa, y, por el bien del Estado, tenemos que dar buen ejemplo.

"Mi vida es la vida
del Rey. No tengo
otra vida"

Yo puedo ir a escuchar a Rostropóvich, a Barenboim, a Menuhin, a Mehta, o a Theodorakis, porque me gustan y porque soy una señora aficionada a la música. O puedo acompañar a la reina Sirikit a un concierto, como asunto oficial, porque soy la Reina de España, cumpliendo mi obligación, aunque también me agrade. Los actos que yo presido, las fundaciones, las asociaciones culturales, humanitarias, benéficas, sociales, a las que dedico mi tiempo, las audiencias que recibo..., nada de eso está escrito en ningún sitio; ni siquiera las líneas maestras de mi propio status, ni las vallas de las que no me puedo pasar. No está escrito, pero está entendido.

No existe un Estatuto de la Reina, ni un Reglamento de la familia real...

¡Afortunadamente! No digo que alguien no haya pensado redactarlo alguna vez: «La Reina puede..., la Reina no puede..., la Reina asistirá a..., la Reina no asistirá a...». Pero no hace falta escribirlo. Yo entiendo cuál es: todo lo que yo haga tiene que ser en beneficio de mi país.

Supongo que aquí funciona también la prudencia...

La prudencia se aprende quemándose.

Hay españoles que dicen «yo soy monárquico, pero de la Reina». ¿Qué le parece?

Es peligroso. Hay que ser monárquico, como hay que estar a favor del Estado de las autonomías, porque lo dice la Constitución. Mejor que por simpatías personales o por sentimientos, aunque no hay que excluirlos. Esto de «porque lo dice la Constitución» es, sin duda, menos espiritual, menos afectivo, menos sentimental, incluso parece algo frío y legalista. Sin embargo, así está más respaldada la Corona. La Monarquía es nuestra forma de Estado, y han de apoyarla todos los españoles que aceptan la Constitución.

Insisto en que hay quienes piensan y dicen que verla ahí nos da seguridad y confianza...

Bueno..., como puede dar confianza y seguridad ver que la madre de familia está en la casa. Pero... ¡yo no sé qué hago! ¡No hago nada especial! Ni siquiera pienso en mí, ni pregunto nada que me interesa a mí, ni me preocupo de mí (noto que le incomoda hablar de esto. Le agobia, le sofoca, hiere su sencillez. Ahora se echa a reír, para quitarle aristas al tema). ¿Qué hago yo? Voy, me pinto, me arreglo, me visto, para no estar fea en los actos oficiales. Y, por instinto, sin guión, hago lo que creo que debo hacer, que casi siempre es muy poco: sencillamente, estar. No pretendo, ¡Dios me libre!, acaparar protagonismo. Yo, en mi sitio. Lo mío es facilitar. Lo mío es ayudar. Lo mío es servir.

Antes dijo «Reina hasta la muerte-». ¿Ha pensado Vuestra Majestad dónde quiere que la entierren?

Ah, no, no... ¡Allá ellos! ¡Ése ya no será mi problema! Que hagan conmigo lo que quieran.

¿No le gusta el panteón de los Borbones?

No hay sitio ya. Están llenos todos los cajones...

Nos entra mucha risa, porque ha llamado «cajones» a los nichos funerarios.

¿Piensa en la muerte?

Muy poco. Nada. Es curioso, ¿no? Quizá no pienso en ella porque sé que no puedo evitarla; y, además, no me da miedo. Ni cuando voy en un avión, cruzando una tormenta terrible y dando tumbos, se me ocurre tener miedo por si nos matamos. Y no es inconsciencia...

Ante situaciones de peligro, mi reacción es siempre de una gran serenidad. Pero no porque crea que no va a pasar nada, sino porque pienso «Y si pasa, ¿qué?... ¡nada!».

Cuando todavía estaba soltera, tuve un accidente con mi hermano, por carretera. Conducía Tino. Era yendo de Tatoi al Club Náutico de Atenas, cuando íbamos todas las mañanas temprano a entrenarnos para las olimpiadas. Aquel día, vimos de pronto por la carretera frente a nosotros un camión que se nos venía encima, sin frenos. Era inevitable el encontronazo, aunque Tino intentó desviar nuestro coche a un lado. A medida que veía el camión cada vez más cerca, interiormente me decía: «Ya está..., ya está..., ya está...». Pensé que había llegado mi último momento. Es lo único que pensé. La gente dice que ves toda tu vida en un instante. Yo no vi nada. Quizá porque no era mi final. Salimos un poco heridos y magullados, pero nos salvamos, gracias a Dios. Y mi reacción, cuando todo estaba en un ay, fue de serenidad, de mucha paz. Bueno... después sí, el susto, la tiritona y el tembleque. ¡Si no, sería una de corcho!

CONTINÚA

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