Martes 8 de octubre de 1996

¿Es Cataluña plurinacional?

EMILIO LAMO DE ESPINOSA

«El prejuicio es bueno porque hace feliz. Empuja a los pueblos hacia su centro, fortalece los lazos de la raza, hace florecer a los pueblos en su forma propia, los hace más ardientes y, consiguientemente, más felices». Son ideas de Herder, el gran teórico de los nacionalismos identitarios, ideas que tienen ya más de dos siglos. Frente a la lucha contra los prejuicios entablada por la Ilustración, frente a Voltaire, Helvetius, Holbach o Diderot encontramos su defensa como identificadores de una raza y un pueblo. Mientras que la razón nos hace iguales, los prejuicios nos afirman en la diversidad y unen al tiempo que separan. Y sin duda en esa estela, y con motivo de la pasada Diada, Joaquim Triadú, secretario general de la Presidencia de la Generalitat, tras asegurar una vez más que su objetivo a largo plazo es la autodeterminación de Cataluña, no puedo evitar lanzar dardos contra la «bigamia patriótica» de ese 50% de catalanes que se sienten tan españoles como de su tierra. Al parecer, los catalanes deben ser monógamos y sentir a Cataluña, pero no a España. Declaraciones que, a pesar de su virulencia, no dificultarán el pacto con el PP como tampoco lo dificulta la negación que hace Duran del nacionalismo español. Vidal-Quadras no está autorizado a mantener los viejos principios rechazando el nacionalismo catalán; aquéllos sí lo están. Vidal debe revisar su discurso; CiU, no.

Y, sin embargo, recientes declaraciones de Colom, Duran y otros muestran que algo comienza a madurar en el ámbito del nacionalismo catalán, sin duda no una tendencia, pero sí un talante distinto, nuevo, más abierto y probablemente menos receloso y victimista. Ello es lógico y, desde luego, bueno.

Es lógico porque el nacionalismo catalán ha conseguido (casi) plenamente hacer madurar la opinión de los restantes españoles para que acepten (casi) todos sus planteamientos. Cosecharon éxitos considerables en la Constitución; su planteamiento de una España plurinacional fue pronto adoptado por la izquierda radical y la más moderada del PSOE. Y últimamente, sean cuales fueran las razones, la derecha conservadora española ha sellado y rubricado paces duraderas con su mayor enemigo, el nacionalismo regional, algo insólito en el panorama de la historia contemporánea de España. De modo que CiU puede que tenga rivales, pero carece de enemigos y su concepción plurinacional de España ha pasado a ser referente de todas las fuerzas políticas parlamentarias. Un éxito impresionante, resultado de una política tenaz, constante, a veces molesta, con frecuencia victimista, pero siempre prudente. Y un éxito que le permite ser, también ella, autocrítica.

No es, pues, de extrañar que justo en ese momento se produzca una ruptura en la derecha ni que esa ruptura tenga lugar en Cataluña. Pues de los resultados electorales del pasado marzo se deducía la inevitabilidad del pacto con CiU, y de ese pacto se deduce la inevitabilidad de la ruptura del PP con quienes niegan el nacionalismo catalán. Vidal-Quadras tiene todo el derecho a exponer su opinión; es casi un deber. Pero antes de exponerla sabía ya que la reorientación del PP implicaba su personal marginación política. Es más, a medio o largo plazo la misma supervivencia del PP en Cataluña es discutible; las elecciones, una vez más, lo demostraron.

Y sin embargo, Vidal-Quadras tiene bastante razón. Quizás no en sus críticas al nacionalismo que, como movimiento puramente sentimental, es inmune a ese tipo de racionalización; pero sí en su crítica al nacionalismo identitario, es decir, a aquel que identifica territorio, lengua, nación y Estado. Pues si CiU ha conseguido que todos aceptemos, no sólo la realidad del nacionalismo catalán, sino, como consecuencia, la realidad plurinacional de España, se da la paradoja de que nadie ha conseguido convencer a CiU, no ya de la realidad plurinacional de Cataluña, sino de la simple existencia del nacionalismo español.

Y de entrada, es ciertamente chocante que una persona por lo demás sensata hasta el aburrimiento como Duran venga a decir, una vez más, que no hay nación española y sólo nación vasca, catalana, etcétera. Una afirmación así, o es de una profundidad metafísica que no alcanzo a vislumbrar, o es de una ceguera tan patente que cuesta entenderlo. No voy a discutir, pues no soy competente, la fecha de origen del nacionalismo catalán, pero puedo asegurar al señor Duran que, al menos desde Quevedo, hay sentimiento nacionalista español. Y lo que es más interesante para el señor Duran, de ese sentimiento participan la mayoría de los catalanes.

Efectivamente, según datos de 1994 del ICPS de la Universidad Autónoma de Barcelona, el 13% de los ciudadanos de Cataluña se sienten únicamente catalanes, un 23% se siente más catalán que español, un 44% se siente por igual español y catalán (son los bígamos), un 6% se siente más español que catalán y otro 13% se siente únicamente español. Cabe, pues, deducir que hay aproximadamente un 20% de catalanes que se sienten más españoles que catalanes, más un 44% de mayoría bígama. Otros indicadores confirman estos porcentajes. Así, preguntados acerca de la estructura política adecuada para Cataluña el 17% de los catalanes dicen que debe ser un Estado independiente, el 16% prefiere un Estado en una España federal; el 43% lo que es, una comunidad autónoma de España (otra vez, los bígamos), y el 21% dice que debe ser «una región de España», sin más adjetivos. Así pues, otro 20% de catalanes españolistas, más radical aún (cifra que coincide sospechosamente con ese 22% de catalanes que entienden el catalán, pero no lo hablan).

En resumen, en el seno de Cataluña hay una clara mayoría de población que desmiente rotundamente la tentación monopolista del nacionalismo catalán: hay nacionalismo español y hay mucha gente que lo compagina sin dificultad con el «catalanismo». Es, pues, difícil negar, no ya la existencia de un nacionalismo español, sino la realidad claramente plurinacional de Cataluña. No de la Cataluña soñada, mítica, que debe existir para ser lo que es, que nunca ha cambiado, esencial y platónica, sino de la Cataluña real, la poblada de seres de carne y hueso.

Es más, el plurinacionalismo de Cataluña -como es lógico- es mucho más marcado que el de España. Y así, si nos preguntamos cuántos españoles se sienten ante todo y sobre todo nacionales de su región y no de España, encontramos que, según datos del CIS, escasamente un 15% de los españoles consideran que su región es una nación; para el 80% su región es sólo eso. De modo que España es plurinacional porque un 15% escaso de españoles (catalanes, vascos, gallegos, pero también andaluces, valencianos, etcétera) se sienten nacionales de identidades no españolas. Pero Cataluña es plurinacional porque al menos un 20% de los catalanes se sienten nacionales de una identidad no catalana y otro 44% siente una doble nacionalidad o «identidad».

De modo que no parece razonable que CiU argumente con una doble vara. De una parte, España es plurinacional y debe reconocer y aceptar el nacionalismo catalán como otra forma de ser, sentir y vivir la realidad española; no se es desleal a España siendo catalán catalanista. Estoy de acuerdo con todo ello. Pero cuando se afirma que Cataluña no es plurinacional, sino plenamente catalanista y no se puede ser leal a Cataluña si se es, no ya español, sino tan español como catalán, entonces pasamos del uso de la razón a la defensa del prejuicio, del seny a la rauxa para pedir lo que no se está dispuesto a dar. CiU ha conseguido que el discurso político de los españoles los incluya, y eso es muy bueno; pero no ha modificado su discurso para incluir a los catalanes españolistas o simplemente no catalanistas, para incluir, por ejemplo (simplemente como catalanes), a los votantes del PP, y eso es muy malo.

Pues ¿qué significa ese plurinacionalismo de Cataluña? Entre otras cosas, y como vengo repitiendo, que el castellano es una lengua catalana no menos que el catalán -como dice la Constitución- es una lengua española. Significa que esos débiles y venales bígamos que el secretario general de la Presidencia catalana repudia por infieles y desleales, y que son la mayoría de los catalanes, son la prueba palpable de que no sólo se puede ser catalán y español, español y catalán sin conflicto de lealtades (como cree Triadú), sino que ambas identidades se refuerzan mutuamente. Significa que, incluso en el caso de una eventual independencia política de Cataluña, y de acuerdo con los argumentos y la lógica del nacionalismo, el naciente Estado catalán tendría que ser plurinacional y plurilingüístico, y tendría que reconocer el castellano como lengua oficial catalana. Significa, en resumen, que la Cataluña real es menos y más que el nacionalismo catalán. Menos porque el proyecto nacionalista catalán, evidentemente, desborda el territorio de esa comunidad autónoma. Pero es más porque la Cataluña real es también parte del proyecto español, un proyecto que, a estas alturas, es inclusivo más que exclusivo y abierto a la diversidad. Vidal-Quadras, ciertamente, no está solo y gente como él debe ser y es parte de la realidad compleja de Cataluña. Y lo será tanto más cuanto CiU se empeñe en ver bígamos donde sólo hay la misma realidad plurinacional que tan bien percibe y analiza fuera de «su» territorio.

Emilio Lamo de Espinosa es catedrático de Sociología.

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