Martes
3 diciembre
1996 - Nº 214

Los Quince aprueban la propuesta española para condicionar las relaciones con Cuba

XAVIER VIDAL-FOLCH , Bruselas
La Unión Europea (UE) ratificó ayer, como estaba previsto, una «posición común» en las futuras relaciones con Cuba que está basada en una iniciativa presentada por el Gobierno español. Fue un acto rápido, pero sin solemnidad ni apenas más declaraciones que las de los propios diplomáticos españoles.


Fidel Castro y su hermano Raúl,
ayer en el desfile militar. (Ap)
Los ministros europeos reafirmaron su política tradicional de presión sin acoso para lograr la democratización del régimen de Fidel Castro, una estrategia diferenciada de la de Washington. Pero acentuaron la reclamación de los derechos humanos y el fin de las persecuciones políticas en la isla, al tiempo que mostraron su disposición a apoyar financieramente cada uno de los pasos de apertura que eventualmente dé La Habana.

La «posición común» se aprobó formalmente en el Consejo de Ministros de Economía y Finanzas como un «punto A» del orden del día, de los que no exigen discusión. Nadie la pidió tampoco -lo que es posible incluso en los puntos acordados-, tras el consenso alcanzado justo una semana antes en el Comité Político, compuesto por altos funcionarios a escala de director general.

La diplomacia española mostró su satisfacción porque la «posición común» supone una «obligación de disciplina de los Estados miembros y de la Comisión» a la hora de seguir sus líneas. Aun reconociendo que la matriz del documento no supone una novedad en la estrategia comunitaria, porque recoge expresamente las posturas de los Quince ya acordadas en las cumbres de Madrid y de Florencia, subrayó que la «posición común» va «más allá de una mera directriz política del Consejo Europeo», que reúne a los jefes de Estado o de Gobierno de los Quince, y exige unos resultados evaluables al cabo de seis meses.

Otras fuentes diplomáticas consideraron que con la aprobación del texto sin discusión, Madrid «ha tratado de evitar la reapertura del litigio», y calmar un juego que amenazaba con envenenarse tras la retirada del plácet al embajador José Coderch, el pasado martes. Alcanzado el consenso hace una semana, todos, con su discreta ratificación, templaron la crisis. Los más críticos hacia la propuesta inicial española, como Bélgica, Suecia y Francia, porque habían rebajado su dureza. La diplomacia española, porque lo que todo el mundo califica de «error» de Castro en el asunto Coderch, le ha permitido cerrar unas filas -que actuaban en orden muy disperso-, en torno al discurso de moderación y prudencia subrayado por el ministro Abel Matutes, especialmente en la última fase del conflicto.

En efecto, el primer texto telegrafiado a los socios desde Madrid, el pasado día 13, fue sucesivamente limado gracias a los expertos europeos del ministerio, a la presidencia irlandesa, y a la lluvia de enmiendas propuestas por los socios. Fue un proceso que desgarró en silencio a la diplomacia española, que ocasionó un fuerte debate en la escena política y que ha despertado en otros países el apetito de jugar un papel más activo en los asuntos centroamericanos, en la medida en que España abandonase su tradicional papel de interlocutor privilegiado con la isla.

El proceso de sucesivas suavizaciones cambió una orientación fundamental del documento y suprimió muchas medidas concretas. La modificación sustancial la introdujo España el mismo día 14 en Bruselas, que alertó de que el texto había incorporado una noción de «gradualismo». Y es que donde prácticamente se ordenaba a Castro adoptar un bloque compacto de medidas como condición para aspirar a la cooperación económica con Europa, se indicó que la ayuda podría prestarse «a medida» que avanzase el proceso de liberalización.

Del texto español se eliminaron los puntos más calcados a la plataforma exigida por el enviado especial norteamericano, Stuart Eizenstadt, como la designación de un diplomático en cada embajada para los contactos con la oposición interna; el riguroso control de las ONG, a través de las que se canalice la ayuda humanitaria, o el detalle muy específico de las reformas legales que se exigían imperativamente a Castro.

Por contra, el texto finalmente alumbrado pone en positivo las reivindicaciones de democratización que siempre ha defendido Europa; considera un punto de partida el intento de apertura económica iniciado; y muestra su disposición no sólo a enviar ayuda humanitaria, sino también apoyo financiero para las reformas.

La Habana revive con un desfile el ''socialismo o muerte''

M. VICENT , La Habana
El Gobierno cubano celebró ayer con un desfile militar en la plaza de la Revolución el 40º aniversario del desembarco del yate Granma, hecho que marcó el inicio de la lucha guerrillera de Fidel Castro contra la dictadura de Fulgencio Batista. Hacía 10 años que las autoridades de La Habana no realizaban un desfile de este tipo el 2 de diciembre, día en que se conmemora el nacimiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) de Cuba. El acto sirvió para ratificar las tres consignas oficiales más fuertes en la Cuba actual: resistencia, socialismo o muerte y fidelidad absoluta al comandante en jefe.

El propio Fidel Castro, de 70 años, presidió el desfile en compañía de su hermano, el ministro de las FAR, Raúl Castro, y de todo el Gobierno y la dirección del partido comunista. Ante ellos marcharon varios destacamentos de soldados de las tres armas; 3.000 pioneros que acompañaban una réplica del Granma; veteranos de las guerras de Angola y Etiopía -en las que combatieron 350.000 cubanos-; 200 jinetes vestidos de independentistas mambises; brigadas de jóvenes milicianas, y un bloque de 40.000 ciudadanos de a pie.

Durante el desfile fueron presentadas por primera vez en público varias armas ligeras y pesadas fabricadas en Cuba.

El desfile, aunque austero, sirvió para ratificar lo que en los últimos días ha reiterado el presidente cubano en varios foros, tanto nacionales como internacionales: el cambio político que tenía que hacer Cuba ya se hizo en 1959; en la isla, la hegemonía del partido comunista es intocable, y el tercer milenio llegará a Cuba con un régimen socialista en el poder.

David, Goliat y el funcionalismo

JOSÉ VIDAL-BENEYTO
Todos queremos la democratización del régimen político cubano. En ese objetivo convergen todos los países occidentales, que divergen, en cambio, en cómo lograrlo cuanto antes y al menor coste. Estados Unidos ha elegido una opción modal dura que, si ha utilizado en rara ocasión recursos bélicos, ha recurrido, sin embargo, al arma del embargo económico durante más de 30 años. La Unión Europea, por el contrario, ha optado por la vía funcionalista que ha presidido desde sus comienzos todas sus actuaciones. Vía que propugna la evolución progresiva frente a los cambios radicales y privilegia los procesos económicos frente a los planteamientos políticos. Esa modestia endógena tiene perfiles aún más modestos en temas de política exterior, en los que la exigencia de unanimidad en las decisiones acaba imponiendo siempre un común denominador muy mínimo.

Hasta 1993 la cooperación de la UE con la isla fue nula. Desde entonces se ha creado un programa de ayuda alimenticia y se ha estimulado la apertura de Cuba al exterior mediante medidas puntuales y una discreta incitación a la economía de mercado. En ese sentido, el Consejo Europeo de 1995 en Madrid pidió que se preparase una propuesta de cooperación económica UE-Cuba a negociar en el plazo de seis meses. La posición de Cuba llevó al Consejo Europeo de Florencia de mayo pasado a renunciar a dicha negociación, insistiendo, sin embargo, en la necesidad de continuar el diálogo y en abrir la negociación en cuanto la actitud del Gobierno cubano lo permitiera. A partir del triunfo del PP el Gobierno español endureció considerablemente su posición frente al régimen castrista, constituyendo a España en el gran antagonista de la Cuba actual. La respuesta cubana retirando el plácet al embajador Coderch ha fijado las posiciones de los contendientes.

La UE no ha querido alinearse con la posición española y ha dejado las cosas como estaban: presión para el cambio, sí; acoso al régimen castrista, no. La propuesta de España para que las embajadas establecieran contactos regulares con la oposición ha desaparecido por completo de la «posición común» que fue aprobada oficialmente ayer en el Consejo de Ministros de Economía. Es más, el que se haya elegido ese marco para tomar la decisión, y no el del Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores, prueba una vez más el tratamiento funcionalista -económico y no político, gradualista y no abrupto- que la UE ha reservado a esta cuestión. No podía ser de otra manera.

Superado este incidente, el problema sigue en pie. ¿Conviene a los intereses de España la beligerancia contra el régimen cubano? Depende de cómo se entiendan esos intereses. Desde el punto de vista económico, otros países, México a la cabeza, parece que se aprestan a ocupar el posible vacío que deje España. Alemania ha firmado últimamente un acuerdo con Cuba para garantizar sus inversiones. Desde el punto de vista político, Castro sigue despertando en los países del Sur una corriente de simpatía que le viene de su función de David frente al Goliat norteamericano, que la ley Helms-Burton ha reactivado en los últimos meses. Y Goliat no ha sido nunca buen compañero.

¿La ofensiva anticastrista en que tan declaradamente ha entrado el Gobierno español es el mejor modo de propiciar la democracia en Cuba? La teoría de las transiciones democráticas y las múltiples experiencias democratizadoras de los dos últimos decenios apuntan más bien a lo contrario. Los ataques desde fuera despiertan el nacionalismo y permiten al poder autocrático utilizarlo en su favor. Las iniciativas turísticas, los proyectos económicos, las aperturas al exterior, la visita al Papa o la reciente declaración de Castro abandonando la violencia y haciendo suyo el concepto de revolución de las conciencias, de revolución pacífica, tal vez sean el camino más corto. Y el más seguro.

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