España y la OTAN



Editorial

La primera visita oficial de Javier Solana, actual secretario general de la OTAN, a Madrid y el reciente viaje de Eduardo Serra a Washington, devuelven a la actualidad nacional el debate sobre la posición española en el interior de la Alianza Atlántica que el Gobierno de Felipe González había instalado en pleno equilibrio inestable, gracias a la fórmula llamada de «coordinación» sin «integración» entre nuestros soldados y los mandos militares de la OTAN, para remediar, en el interior de tan singular postura, su pertenencia a la Alianza absteniéndose de participar en la «estructura militar integrada», auténtica esencia de la OTAN. El rebuscado esquema permitió que el Gobierno González, predicador contumaz del grito «OTAN, de entrada no», terminase por sentar a España en todos los organismos de la OTAN, con inclusión del Comité de Planes de Defensa, donde sólo figuran los países incluidos en la «estructura militar integrada» y así ha vivido España durante los últimos años.

Los gigantescos cambios que ha vivido Europa desde el comienzo de la década de los 90, con la desaparición de la Unión Soviética y el final de la guerra fría, ha impuesto a la Alianza Atlántica una transformación radical de sus conceptos estratégicos, puesto que a partir de la caída del telón de acero, las hipótesis aliadas para fundar su defensa debían lógicamente excluir el ataque en tromba de los blindados soviéticos contra el bastión de la Europa libre que había sido retenido como base del concepto estratégico general, basado en dos ideas fundamentales: «defensa avanzada» de las fuerzas terrestres desplegadas permanentemente en las regiones más próximas al telón de acero y «respuesta graduada» de la panoplia nuclear americana disponible por la OTAN. Los dos conceptos carecen hoy de sentido una vez terminada la guerra fría y tanto la OTAN como España deberán adaptar sus dispositivos a las nuevas realidades que transforman radicalmente la defensa militar de Europa.

La «estructura militar integrada», con sus mandos territoriales al frente de tropas estáticas, resultan rigurosamente inútiles y la Alianza prepara, en sustitución de los enormes acantonamientos pasados, la creación de los llamados «Grupos de Fuerzas Interarmas Multinacionales» (GFIM), unidades operativas con destino a realizar misiones específicas allí donde la paz fuese amenazada, bajo comandantes adecuados a cada operación, bajo la protección logística y aérea de la OTAN. La vieja «estructura militar integrada» con mandos territoriales estáticos desaparecería ante esta nueva fórmula de acción militar aliada y España no puede tener ningún inconveniente, derivado del Referéndum de 1986, para participar con toda libertad en este encuadramiento de nuestras fuerzas en el marco de los GFIM. Pero debe quedar perfectamente claro que, mientras la vieja estructura subsista y permanezca activo el mando británico de la OTAN en Gibraltar Gibmed, España no podrá colaborar en un nuevo esquema global aliado, por muy renovado que sea.



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