La entrevista con el embajador José Coderch que no gustó al dictador Castro : «La Embajada estará abierta de par en par a la oposición»



Madrid. Isabel San Sebastián.

El embajador de España en La Habana, José Coderch, concedía una entrevista a ABC el pasado 30 de octubre, poco después de que el Gobierno cubano le otorgara el plácet y días antes de recibir las nuevas instrucciones del Ejecutivo de José María Aznar. José Coderch, que había sido director de la Escuela Diplomática, además de secretario general del gabinete del presidente Adolfo Suárez, gobernador civil de Barcelona y director de relaciones exteriores del Comité Organizador Olímpico de Barcelona, hizo una serie de puntualizaciones que no fueron del agrado del dictador Fidel Castro, y que por su interés reproducimos a continuación.

–¿Le ha dicho ya el Gobierno qué espera de usted, qué relaciones quiere que mantenga con las autoridades cubanas y cómo desea que actúe en su nueva Embajada?

–Todavía no he recibido instrucciones concretas, pero mis compañeros me conocen muy bien y yo creo conocerme algo. Mi paso por la política se produjo en un momento muy especial e irrepetible de este país, durante el largo, difícil y laborioso proceso de la transición, y de esta etapa yo me siento muy orgulloso, porque creo que pude contribuir, siquiera mínimamente, a que este proceso se encauzara ordenadamente y desembocara al final en lo que tenemos hoy: un país libre, democrático, plural, insertado en el mundo occidental y titular de un prestigio reconocido, en parte gracias a este proceso de transición. Yo supongo que se espera que este talante que tenemos las personas que «hicimos» –entre comillas– la transición, y que es un talante abierto al diálogo, la comprensión, la tolerancia y el saber escuchar, lo pueda yo aplicar a mi labor diplomática en Cuba.

–¿Cuál va a ser, desde esas premisas, su línea de actuación?

–No he aterrizado en La Habana y no conozco la situación lo suficiente como para entrar en más detalles en este momento, pero, para empezar, hablaré con los compañeros, magníficos, que llevan muchos años en la Embajada y conocen la isla muchísimo mejor que yo, escucharé a mucha gente, incluida la oposición, conectaré con el mundo económico y empresarial español en Cuba e intentaré mantener buenas relaciones con el Gobierno cubano, como es obligación de cualquier embajador, sin dejar de ser totalmente franco y claro al transmitir las instrucciones que reciba del Gobierno español. Ah, y todo ello, sin olvidar dedicar una atención muy especial a los españoles que siguen viviendo en Cuba.

Transición democrática

–No debe ser casual que el Gobierno envíe a Cuba a un embajador «experto» en transiciones en este momento en el que se pretende impulsar un proceso democrático en la isla...

–Yo espero que no, porque me parece importante descrispar, si es que en algún momento se han crispado, las relaciones entre los dos Gobiernos. Yo creo que es muy importante el diálogo y el saber escuchar. Al mismo tiempo, recuerdo que nuestro proceso de transición fue algo admirable, cuyo gran protagonista fue el pueblo español. Por lo mismo, todo lo que sea favorecer al pueblo cubano contribuirá al proceso de democratización en Cuba. Por eso creo muy positivo el anuncio que se ha hecho de mantenimiento de la ayuda humanitaria o el envío inmediato de ayuda que se hizo para paliar los efectos del huracán que asoló recientemente la isla.

–¿No cree que eso de convencer a Fidel Castro para que democratice Cuba es una especie de espejismo ante el que sucumben todos los gobernantes españoles, pese a la nula disposición de Castro a dejarse convencer?

–Yo pienso que el proceso de transición ya ha empezado en Cuba. Tímidamente y a regañadientes, a lo mejor, pero ya ha empezado. En segundo lugar, tengo muy claro que son los cubanos, todos los cubanos, quienes tienen que decidir sobre su futuro. El sueño sería que se produjera en Cuba en su momento, y yo no soy quien para fijar ese momento, un proceso de transición sin traumas ni violencias; una reconciliación entre todos los cubanos que permitiera a España y a toda la comunidad iberoamericana reforzar sus relaciones con Cuba. La fecha del 98 está ahí y es preciosa: en 1998, Cuba recupera su libertad y España, una España democrática, plural e insertada en el mundo occidental, con un prestigio creciente, tiende la mano de nuevo a su ex colonia más querida... ¿Se imagina?

–¿O sea, que este Gobierno está tendiendo la mano a Cuba? Entonces a lo mejor ha habido un problema de mala interpretación...

–Yo no he dicho eso. Lo que he dicho es que este Gobierno está deseando apoyar un proceso de democratización en Cuba, pacífico y ordenado, que tienen que decidir todos los cubanos, y que sería magnífico que el 98 fuera un punto de referencia para avanzar de una forma clara y decidida en ese proceso.

–Dígame, ¿dialogar con un dictador no es legitimar de algún modo su dictadura?

–No. Es obligado dialogar; no concibo un embajador que no mantenga relaciones con el Gobierno ante el que está acreditado.

–Me refería más bien al presidente del Gobierno español, José María Aznar, y al encuentro que piensa mantener con Castro...

–Yo personalmente pienso que es bueno. El diálogo siempre es bueno y, además, la voluntad de este Gobierno y del anterior, la prioridad de la política exterior española para toda Iberoamérica desde la llegada de la democracia a España, con independencia del partido que haya estado en el poder, ha sido impulsr las relaciones económicas y comerciales y apoyar decididamente los procesos democráticos en toda la zona. Yo viví el proceso en el Cono Sur, en Argentina, y luego seguí con mucho interés su desarrollo, enormemente difícil en Uruguay, Chile, Paraguay y Brasil, donde el ejemplo de España estaba siempre presente y donde su prestigio se acrecentó sin duda por el hecho de impulsar y apoyar estos procesos.

–¿Cómo se mantienen en Cuba relaciones cordiales con el Gobierno y, al tiempo, relaciones cordiales con la oposición?

–Ese es el difícil equilibrio que hay que alcanzar. También tuvieron que hacer ese ejercicio los embajadores extranjeros que estuvieron en España en la época en que el nuestro no era un país democrático: mantener buenas relaciones con las autoridades y, al mismo tiempo, escuchar a los grupos opositores y tener las puertas de la embajada abiertas de par en par a los sectores de la disidencia.

–¿Van a estar las puertas de nuestra Embajada en La Habana abiertas de par en par para los grupos de oposición?

–Por mi parte sí; esa es mi obligación y haremos todo lo que podamos por ayudarles, lo cual, por cierto, no es una novedad.

¿Reforma o ruptura?

–Por emplear términos de la transición, con respecto a la política impulsada en su día por el Gobierno de Felipe González hacia Cuba, ¿ahora va a haber continuidad, reforma o ruptura?

–Utilizando un lenguaje de la transición, no creo en las rupturas.

–¿Y va usted a hablar también con los grupos que hay fuera de la isla, en Miami, por ejemplo?

–Tendré que esperar instrucciones. En Miami tenemos un Consulado general y estoy seguro de que el cónsul mantiene este tipo de contactos. Repito que, sobre todo en la primera etapa, mi misión será escuchar muchísimo.

–¿Cómo se compatibiliza el impulso a las relaciones comerciales con la «España de Damocles» que supone la ley Helms-Burton? Impulsando las relaciones con Cuba a lo mejor nos enemistamos con Estados Unidos...

–Yo pienso, como lo piensan la UE y los países iberoamericanos, que esta ley rompe las normas más elementales del comercio y del Derecho Internacional y que, además, es un error profundo, porque lo que ha hecho es conseguir que el régimen cubano se repliegue sobre sí mismo.



© Prensa Española S.A.

Volver al comienzo

Volver