OPINION
04/03/96


Victoria estrecha, responsabilidad clara

TRAS trece años de gobiernos socialistas, la lista del Partido Popular fue ayer la más votada por los españoles. A diferencia de lo que parecían apuntar algunas encuestas, la victoria del PP ha sido bastante más estrecha de lo esperado, lo que indica una gran estabilidad del electorado. De hecho, el margen de escaños entre los dos principales partidos ha sido prácticamente el mismo que en las generales de junio de 1993, sólo que a la inversa. Tanto la alternancia en el poder como la mencionada estabilidad confirman que el país, con apenas veinte años de historia democrática a sus espaldas, muestra un comportamiento electoral perfectamente homologable al de las democracias europeas más avanzada s.
Esa estabilidad alcanza su máximo nivel en Cataluña, donde los resultados de ayer son una práctica reproducción de los de 1993. Por razones que habrá que analizar con mayor detenimiento, el Partido Popular no ha sabido o no ha podido aprovechar la excelente plataforma de lanzamiento que le brindaron sus notables avances en la recientes elecciones autonómicas.
Por primera vez desde 1979, el PSOE pierde unas elecciones generales, pero conserva el apoyo de casi cuatro de cada diez electores, lo que le configura como una oposición formidable. Destaca asimismo su victoria, contra pronóstico, en las autonómicas andaluzas, en lo que parece un claro intento del electorado de la comunidad autónoma más poblada de España de reencontrar la perdida gobernabilidad. Por otra parte y a expensas de un análisis más profundo de los resultados, se confirma el conocido tirón electoral de Felipe González, mientras que su presencia al frente del principal partido de la oposición parece garantizar el carácter constructivo y r esponsable de ésta.
Izquierda Unida ha quedado lejos de los tres millones de votos que su propio líder, Julio Anguita, se había fijado como objetivo. Ha subido muy ligeramente a escala estatal y ha resultado especialmente castigada en las elecciones autonómicas andaluzas, precisamente donde había mostrado su cara más radical y una actitud menos responsable. Sus resultados demuestran que el radicalismo de campanario no "vende" en este país, como tampoco lo hace el antigubernalismo a ultranza desposeído de cualquier coherencia ideológica.
Las fuerzas nacionalistas, tanto en Cataluña como en el País Vasco, demuestran su profundo enraizamiento y resisten perfectamente el tirón que la presunta bipolarización entre los dos mayores partidos estatales podría haber producido en una campaña electo ral tan cargada como ésta. O TRA de las principales conclusiones de estos comicios ha sido el evidente divorcio entre el electorado y determinados autodenominados líderes de opinión. No es ocioso observar que estos personajes residen en Madrid, donde el Partido Popular ha obtenido una victoria arrolladora. Queremos creer sinceramente que confunden las preferencias políticas de una ciudad, sin duda con la reforzada trascendencia que le confiere ser la capital del Estado, con las de todo el país. Nunca se distanció tanto la opinión pública real con una parte de la opinión publicada.
Y es que, con la excepción de las elecciones generales de 1982, en las que el triunfo del PSOE coincidió con el hundimiento y práctica desaparición de la Unión de Centro Democrático, el electorado español ha demostrado en las otras seis ocasiones en que h a sido consultado globalmente una apreciable y permanente tendencia hacia la moderación y hacia el realismo. A pesar de los tópicos y de una historia ciertamente marcada demasiado a menudo por los enfrentamientos civiles, España ha demostrado desde la recuperación de la democracia una obsesión por la moderación y una aversión por el extremismo. El admirable y meritorio esfuerzo efectuado por José María Aznar para centrar su partido ha sido, al fin y a la postre, la clave de su victoria.
El alto grado de participación y esa decidida apuesta por la moderación y el equilibrio no pueden hacernos perder de vista de que, a tenor de los resultados electorales, la gobernabilidad no está garantizada, no al menos con los votos exclusivos del parti do más votado ayer. La verdad es que el resultado de las actuales elecciones generales, como los de 1977, 1979 y 1993, es bastante coherente con el sistema que diseñaron los padres de la Constitución y, desde luego, con la vigente ley electoral, que no propicia en principio la generación de mayorías absolutas. E SO implica una llamada a la responsabilidad por parte de todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria. Lamentablemente y a diferencia de lo que ocurre en algunos países de nuestro entorno, no existe en España una cultura de gobiernos de coalición y la tímida aproximación a ese enfoque que se dio en la pasada legislatura --el apoyo parlamentario de CiU al G obierno-- se enfrentó en numerosas ocasiones a un verdadero muro de incomprensión.
La aritmética electoral determina, en efecto, que no habrá más remedio que avanzar en la senda de los pactos y las coaliciones si no se quiere convocar de nuevo al electorado anticipadamente. Creemos sinceramente que en una serie de grandes temas de Estado, como el plan de convergencia europea, la política antiterrorista, la creación de empleo y, en definitiva, en todas aquellas políticas que fomenten la modernización y la competitividad del p aís, dichos acuerdos no sólo son posibles sino imprescindibles, puesto que este país --afortunadamente-- no está solo ni puede cerrarse en sí mismo y porque, en todo caso, los mercados internacionales seguirán atentamente su evolución.
Tras su apretadísima victoria sobre Richard Nixon, el presidente electo John F. Kennedy pronunció en 1960 una frase que es perfectamente aplicable a la España del 4 de marzo de 1996: "El margen es estrecho, pero la responsabilidad está clara". Gobernabilidad y responsabilidad deben ser las dos caras de una misma moneda.

Copyright La Vanguardia 1995
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