Lección de democracia de Mas Canosa al «número tres» de la dictadura castrista



Nueva York. Juan Vicente Boo.

El primer debate televisado entre el régimen de Castro y la oposición cubana en el exilio marcó ayer un jalón histórico hacia el regreso de la libertad a Cuba y abrió las puertas de otros diálogos en el futuro. Tanto el exilio de Miami como los telespectadores de veinte países hispanoamericanos y de España pudieron contemplar a través de CBS Telenoticias el tremendo abismo ideológico entre Jorge Mas Canosa y Ricardo Alarcón.

El presidente de la Fundación Nacional Cubano Americana no sólo es el jefe del principal grupo de oposición a Castro en el exilio, sino también el arquitecto de la ley Helms-Burton y de la política de la administración Clinton respecto a Cuba. A su vez, Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional de Cuba, es no sólo el «número tres» del régimen, sino la cabeza visible de su continuo pulso con Estados Unidos.

El encuentro fue enardecido,a pesar de que cada uno hablaba desde su propia fortaleza a ambos lados del Estrecho de La Florida, a través de enlaces vía satélite entre La Habana y Miami. Aunque tuvo lugar el pasado 23 de agosto, CBS aplazó la difusión mundial hasta ayer, acompañado de fragmentos de la polémica entrevista de Dan Rather a Castro para el programa especial «El Último Revolucionario». El próximo domingo, varios canales difundirán el debate doblado al inglés para el resto de EE.UU. y español para el área de Nueva York y Nueva Jersey, donde vive el segundo gran núcleo de exilio cubano después de Miami. En definitiva, lo verá todo el mundo de habla española, excepto el pueblo cubano, lo cual revela de nuevo el rostro opresivo de su dictadura.

Asistido por la fuerza de los hechos, Mas Canosa comenzó atacando fuerte y señalando que «la vida de Fidel Castro, a la que se quiere dar dimensión histórica con estos documentales es una gran mentira, como lo es también su obra de gobierno y su propaganda». Ricardo Alarcón, en cambio, mantuvo al principio un tono más comedido en la defensa de su jefe, limitándose a responder, en lo que se refiere al juicio de la historia: «Bueno. Evidentemente, tendremos que esperar».

Paso a paso, Mas Canosa fue ganando terreno hasta dar al final una soberana lección de democracia de la mano de una de las preguntas formuladas por periodistas: «Si su rival llega a la presidencia de Cuba en elecciones libres, ¿aceptaría ese Gobierno elegido por el pueblo?» Ricardo Alarcón respondió que «Sí, al Gobierno electo por el pueblo, pero no a un norteamericano que representaría a un Gobierno extranjero. La respuesta tiene que ser no. No, porque él no es cubano».

Mas Canosa replicó precisando ante todo que «la ciudadanía mía cubana no es potestad ni de la revolución cubana ni de Fidel Castro ni de Ricardo Alarcón. Yo soy ciudadano cubano» y acto seguido vino la lección de democracia: «Si Fidel Castro abandona la escena política y Ricardo Alarcón gana en una elección democrática y libre, le apoyaríamos, sí señor». Fue un espléndido homenaje a la soberanía del pueblo en medio de un debate histórico, más que por su contenido, por el hecho de celebrarse. ¿Cuándo comenzó a resquebrajarse el muro de Berlín? ¿Cuántos años hubo que aguardar el apretón de manos entre Yaser Arafat e Isaac Rabin? La esperanza, junto con la verdad, fue la triunfadora de la noche.

El extraordinario duelo verbal de una hora de duración recibió ataques de los sectores más extremistas, tanto en Miami como en La Habana. Frente a ciertas críticas por aceptar un diálogo con los enemigos del pueblo, Mas Canosa manifestó que «no podía dejar pasar la oportunidad de expresar nuestros puntos de vista a un alto cargo del Gobierno cubano. La razón y la verdad estaban de nuestro lado».

A su vez, los ataques desde la isla llegaron del ministro de Exteriores, Roberto Robaina, quien se atrevió a afirmar que «Cuba no ha tenido ni tendrá ningún diálogo con histéricos, tipos mafiosos y anexionistas». Su reacción de negar lo evidente puede responder en parte a celos. Las negociaciones con los EE.UU. las lleva siempre Alarcón, privando al ministro Robaina del elemento central en la política exterior. Pero, a todas luces, un acontecimiento de esta categoría sería imposible sin el permiso directo y personal de Fidel Castro. ¿Por qué lo dio? Las conjeturas eran ayer casi tan abundantes como los aplausos a Mas Canosa.

Siguiendo un formato que incluía tanto preguntas de dos periodistas cubano-americanos, María Elvira Salazar y Ricardo Brown, como un debate directo entre dos rivales que se miraban desde los respectivos lados de la pantalla, la trágica situación de Cuba salió plenamente a la luz, pero también la certeza de que está cercana a su final. Ricardo Alarcón tuvo jugadas muy hábiles como la de responder a una larga lista de abusos de derechos humanos enseñando un informe de Amnistía Internacional y afirmando que «ni siquiera en este libro figuran esas novelas. Me dijeron que participaría un afamado escritor latinoamericano, y resulta que el novelista es el señor Mas Canosa».

Pero el presidente del Parlamento cubano terminaría por echar su credibilidad a pique con su canto al extraordinario «proceso de reactivación de nuestra economía en casi todas las ramas», algo que, por desgracia, existe sólo en la propaganda oficial.



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