Domingo 16 de junio de 1996
Dos nuevos académicos

EDUARDO HARO TECGLEN

Hoy entran en la Academia Muñoz Molina y Max Aub: dos hombres libres. Aub entra como una invocación: en el discurso de Antonio. Max Aub no fue elegido nunca. Escribió, sin embargo, un supuesto discurso de ingreso: fue uno de sus juegos literarios. También escribió sus planes para el Teatro Español, del que no fue jamás director. Le gustaba imaginar, en el exilio, lo que hubiera pasado de no pasar lo que pasó: ucronías. Se veía en otras situaciones: republicanas. Uno de sus libros es la biografía de un pintor que no existió nunca, Torres Campalans: lo ilustró con los cuadros que el maestro inexistente no pintó jamás: los hizo él, como parte de la invención. Pero cuando escribió lo que sí pasó, la dureza y el esplendor de lo que pasó en España en la guerra civil, fue un cronista como los otros grandes escritores: Sender (primera manera), Galdós o Valle. Cervantes era un cronista, y Quevedo contó cómo se derrumbaban los muros de la patria suya (no se levantarían más). Como Muñoz Molina: en Ardor guerrero. Creo que es el más joven, en edad, de los académicos: aunque los hay con un espíritu juvenil. Pienso en Lázaro Carreter, que ha dado biología nueva a la Academia. Está haciéndola viva.

Ya sé que un académico es él solo, y sus circunstancias, y su obra: pero los hay que representan ciertas cosas, ciertos lenguajes. Un almirante, un eclesiástico. Recuerdo que cuando entró Camilo José Cela, el diario Arriba, órgano de Falange, dijo: «El Frente de Juventudes entra en la Academia». Yo me defendía entonces pensando que Cela no representaba a la organización juvenil, la OJ; era el escritor de los marginados condenados a muerte, como Pascual Duarte; o el de los rojos escondidos, hambrientos y perseguidos, como en La colmena.

Con Muñoz Molina, y con el espectro de Max -le recuerdo, regresado: mal genio, disgusto por todo, creyendo ver enemigos donde no los había: una enfermedad de exilio: recuerdo una bronca conmigo a propósito de Malraux que, ministro o no del general De Gaulle, había ayudado al exilio español-, entra hoy en la Academia algo nuevo, algo que no estaba: una manera libre de contar España (Fernán-Gómez tiene esa manera de contar España: el relato de los ácratas en su novela La Puerta del Sol; y la Academia le ha dado su premio Fastenrath).


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