Lunes 24 de junio de 1996
45º FESTIVAL DE GRANADA

El tebeo de maese Pedro, de Falla y Mariscal

ENRIQUE FRANCO,
El Festival de Granada llega a su 45ª edición fresco y rozagante a pesar de las mudanzas y la evolución del gusto impuestas por el paso del tiempo. Sin embargo, encuentro que el festival sigue siendo el mismo, lo que se debe, probablemente, a un razón: su talante, su ambiente, su belleza y su clima los determina la fascinación de la ciudad; me refiero a toda ella y no sólo a los excepcionales monumentos legados por la más refinada cultura de los árabes. Me parece entonces muy bien que el director Alfredo Aracil invada y llene Granada entera de festival.

Naturalmente, los conciertos del Carlos V siguen y deben seguir, aunque no sería malo cuidar con tino su administración. Por ejemplo, el Concerto de Falla -que defendieron José Ramón Encinar, la poderosa y entusiasta clavecinista Elisabeth Chojnacka con cinco solistas de la orquesta granadina- e incluso el mismo Retablo no se benefician, sino todo lo contrario, de la acústica al aire libre del Carlos V. Y puede resultar un tanto absurdo que entre tanto esté cerrado el auditorio.

Este año, cincuentenario de su muerte, domina Falla. Su obra es bien conocida y frecuentada, así es que, en principio, debe aplaudirse cualquier intento de expresión renovada. Por esta vez, tocó al Retablo la noche del sbado y tocó a Atlántida anoche, piedras fundamentales de la creación fallesca, someterse a puntos de vista diferentes de los habituales: en la pieza cervantina los de Javier Mariscal, en la cantata verdagueriana los de la Fura dels Baus.

El episodio de Don Quijote en la venta siguiendo el romance de la libertad de Melisendra ha tenido muchos montajes, desde los de Manuel Ángeles Ortiz, Hernando Viñes, Hermenegildo Lanz e Ignacio Zuloaga, hasta los de las marionetas italianas de Podrecca. Pero antes que ninguno, lo montó y pintó en nuestro siglo en el Ateneo de Madrid, Joaquín Xaudaró, un dibujante que aparecía a diario en el Abc. Se celebraba en 1905 el tercer centenario de El Quijote y junto a disertaciones de los más prestigiosos intelectuales y especialistas de la época, el crítico musical Cecilio de Roda trató el tema de las canciones, los instrumentos y las danzas de El Quijote. Como final, se hizo una lectura del capítulo correspondiente al Retablo por el entonces muchacho Rafael Calvo, Serafín Álvarez Quintero y Carlos Fernández Shaw. Es curioso que Falla, casi 20 años después, al bucear en nuestro pasado culto y popular para su obra empleó no pocas músicas de las seleccionadas por Roda como ilustración, mientras Xaudaró pintó gracias estampas que vienen a ser el lejano antecedente de los divertidos cómics teatrales de Javier Mariscal, con los que en la actual versión se sustituye el teatrillo de maese Pedro.

Falla era quien era como Cervantes y el mismísimo Mariscal, quien ha hecho lo que esperábamos de él: un delicioso tebeo sobre El retablo de maese Pedro. La actitud conlleva cierta dosis de banalización aplicada a una obra genial. No se escuchó en el Carlos V tal adjetivo de labios de nadie, sino el de divertido. Tampoco le habría importado semejante trueque a don Manuel, que decía que divertirse cuando componía o, por decirlo con sus palabras, «al ejercer su noble oficio».

Banalización

Quizá tal banalización no se debió sólo a la labor de Mariscal y dependió en parte de una versión musical apresurada y falta de respiración en la que no reconocíamos al excelente músico que es José Ramón Encinar. Y es que entre la mediana acústica y la presión ejercida por la también vertiginosa sucesión de proyecciones, todo quedó un tanto descoyuntado en esta primera representación que, como casi siempre, tuvo algo de ensayo general con todo. A eso asistimos y con eso se divirtió de lo lindo el público que llenó el Carlos V.

También rompió moldes, la noche anterior, el estupendo pianista Claudio Martínez Mehner, pues se apartó de los clichés que suelen aplicarse a las noches en los jardines de España, para extrañeza de algunos. Pienso que se acercó mucho a la intención de Falla al crear el mundo poético, evocador y hondo que se propuso el compositor gaditano. Ros Marbá, en los Nocturnos y en la Sinfonía pastoral de Beethoven, se mostró como el artífice hondo, puro y sensible que es y obtuvo de la Orquesta Sinfónica la más adecuada respuesta.


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