Viernes 28 de junio de 1996
IU, diez años después

ANTONIO ELORZA

El azar tuvo su parte en el curso de los acontecimientos. Sin la campaña del referéndum sobre la OTAN no hubiera sido fácil para el PCE de Gerardo Iglesias sacar adelante el proyecto de una concentración de izquierdas que remediase en lo posible el enorme destrozo causado por la crisis de 1981-82. Es cierto que esa idea fue muy pronto asumida por el sucesor de Carrillo y para hacerla realidad se celebraron algunas reuniones en un chalé de la sierra, en las que aún participaron personajes como José María Mohedano y Jordi Solé Tura, y también entre otros Diego López Garrido. Nicolas Sartorius pensaba ya que el papel histórico del Partido Comunista consistía únicamente en servir de plataforma a una nueva izquierda. Pero el proyecto se desplomó ante la ofensiva de Santiago Carrillo y la situación subsiguiente de un PCE dividido en tres. Todo parecía acabado.

Fueron las movilizaciones de 1986 en torno a la OTAN, con el relativo éxito de la Plataforma Cívica impulsada desde el PCE y el regreso al activismo político de muchos desencantados del 82, las que crearon el ambiente del que surgió casi espontáneamente la convergencia. Claro que las cosas resultaron bastante atropelladas. De la campaña procedían unos compañeros de viaje bastante extraños y poco aprovechables: los carlistas, los «humanistas», un grupo de republicanos, el partido unipersonal de Ramón Tamames, independientes poco representativos. El resultado fue que en las elecciones, el recién nacido grupo de Izquierda Unida mejoró muy poco los resultados del PCE. Y que con tanta sopa de letras no hubo tiempo para aclararse si aquello iba a ser el escenario clásico de un pecé rodeado de micropartidos -incluido uno socialista que nunca llegaría a adquirir personalidad propia-, o el esbozo de un movimiento político más amplio en el cual los fundadores aportaran sus fuerzas para un relanzamiento de la izquierda.

Los diez años de historia de Izquierda Unida han inclinado claramente la balanza hacia la primera opción. No sólo en el plano orgánico sino en el ideológico. Casi hoy lo peor no es que el PCE controle y se beneficie de IU, o que haya preferido integrarse en la categoría de superviviente al desastre comunista de 1989-91. Lo terrible es que Julio Anguita y sus segundos han renunciado a la exigencia que se derivaba de su supuesta condición de seguidores de Marx, de escapar al «clase contra clase» al afrontar el capitalismo de fin de siglo. Tampoco han debido enterarse de la catarata de informaciones producida en estos últimos años sobre el funcionamiento de los llamados «sistemas socialistas» y se mantienen tan felices, cantando las excelencias de Lenin, «gran revolucionario», y proclamando, Anguita dixit en la estela de Lenin, que «la revolución es posible». Vietnam y Cuba siguen siendo entrañables modelos y aun los crímenes contra la humanidad en China son parangonables al problema del empleo en Occidente.

Es obvio que nada tiene que hacer Izquierda Unida si su estrategia política es trazada por quienes así piensan y con tanta energía defienden su pequeño reducto del malestar. Este es el problema para el PDNI, el partido de los renovadores , que inicia ahora su singladura al comprobar que el status de coalición en torno al PCE resulta inamovible. Tampoco les favorece para su perspectiva de unidad de acción un PSOE empeñado en rehacerse una imagen dorada y en promocionar ante la opinión a sus dirigentes más alcanzados por la corrupción y el terrorismo de Estado. Así, entre Scila y Caribdis, la única salida hubiera consistido en disparar por elevación promoviendo planteamientos generales atractivos y buscando la movilización de la izquierda silenciosa, si es que existe. La acción desde el vértice, el cuidadoso control del proceso constituyente y, en definitiva, el reclutamiento elitista pueden llevar sólo a la reproducción de fracasos anteriores.


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