Lenguas

EMILIO LAMO DE ESPINOSA

El presidente de la Generalitat de Cataluña pide respeto y reflexión acerca del hecho diferencial catalán. Creo que tiene razón. Hace pocos días un senador catalán independentista trataba de hablar en el Pleno del Senado en su lengua; el presidente se lo impidió. Al parecer, y legalmente, se considera extraño que en la Cámara de representación territorial se disputen cuestiones españolas en una lengua distinta del castellano, aunque sea cooficial en alguna región.

En el Parlamento catalán, como es obvio, sí se puede usar el castellano pero, al parecer, ello no ocurre casi nunca y la inmensa mayoría de los parlamentarios se expresan en catalán. Sin duda se piensa que, para disputar cuestiones catalanas, el castellano no es lengua adecuada. Parece que esta (relativa) simetría de rechazos merece una (relativamente) simétrica reflexión.

Y así, ¿para cuándo entender, de una vez, que el catalán, el vasco o el gallego son «otras lenguas españolas », como dice el artículo 3.2 de la Constitución? No lenguas de otras nacionalidades, sino lenguas españolas. Pero también viceversa, señor Pujol, ¿para cuándo entender que el castellano es una lengua catalana, «otra» de las lenguas de Cataluña, utilizada por muchos catalanes? ¿Para cuándo entender que es eso, y no otra cosa, lo que objetivamente nos diría la Constitución si pudiera hablar? Pues aludimos aquí a dos dimensiones. De una parte, a la única interpretación jurídicamente sensata del artículo 2 de la Constitución y del «respeto y protección» que pide el 3.3 para las «demás» lenguas españolas. Pero sobre todo estamos hablando de una actitud y una filosofía política que quizás podría resumirse en cuatro sencillas ideas.

La primera es que si los españoles todos no consideramos que la lengua catalana, y su cultura y literatura, son lengua, cultura y literatura españolas, estamos expulsándolas y haciendo de ellas bandera de quien quiera sacarles provecho en contra nuestra. No sólo nos autoamputamos inútilmente rechazando un valioso legado y tradición que es nuestro; además damos armas a nuestros enemigos.

La segunda, señor Pujol, es que si los catalanes, vascos o gallegos que acostumbran a expresarse en sus propias lenguas no consideran que la lengua castellana, su cultura y su literatura, son también lengua, cultura y literatura catalanas, vascas o gallegas, están también expulsando de sí mismos no sólo algo que podría serles propio, sino mucho que les es originalmente propio (por ejemplo, toda la literatura catalana, vasca o gallega escrita, antes o ahora, en castellano), de modo que se autoamputan en mayor medida aún y, por supuesto, le dan armas a sus enemigos, entre los que, por cierto, no me encuentro.

La tercera idea es que un mismo proyecto político nacional puede manifestarse en lenguas diversas, de modo que nada impide (y casi todo exige) que el proyecto nacional español se exprese en variadas lenguas y, como mínimo, en las que son constitucionalmente cooficiales con el castellano. ¿O es que por hablar catalán se deja de ser español, no sólo de pleno derecho sino visceralmente? Por supuesto, otro tanto podrían decir (y deberían decir, señor Pujol) quienes impulsan el proyecto nacional catalán respecto de la lengua castellana pero, en todo caso, ese sí es su problema, no el mío.

Y cuarta y última -corolario de la anterior- es que proyectos políticos diversos pueden también expresarse en la misma lengua, de modo que su unidad en absoluto presupone una identidad de proyecto nacional. Y así (pero sólo así) puede entenderse que la lengua valenciana sea catalán, pero su uso nada tiene que ver con el proyecto nacionalista catalán y sí, y mucho, con el español, algo sobre lo que nuestros amigos catalanes también deberían reflexionar.

En resumen, ni la lengua hace a la nación ni ésta hace al Estado, y si España es hoy una sociedad plurinacional y plurilingüística, Cataluña, el País Vasco o Galicia lo son en mayor medida aún. Reflexionemos pues.


Volver al comienzo

Volver