EE.UU. recupera el Camino Real de Tierra Adentro



Nueva York. Juan Vicente Boo.

La Jornada del Muerto es un paraje difícil de olvidar. Al cabo de un centenar de kilómetros de desierto se llega a Socorro, la villa india que acogió a los 129 exhaustos expedicionarios de Juan de Oñate en 1589, en su camino a la fundación de Nuevo México y las primeras ciudades españolas del Río Grande al norte de Santa Fe. Así nació el Camino Real de Tierra Adentro, la más histórica y durante siglos la más larga de las carreteras norteamericanas. A lo largo de trescientos años, el Camino fue un eje de civilización, y Estados Unidos lo agradece hoy con un museo que se alzará precisamente en Socorro.

Durante los primeros dos siglos, este Camino Real era una de las rutas más duras del mundo. Hacían falta seis meses para ir desde México, la capital del Virreinato, hasta Santa Fe a lo largo de 3.000 kilometros de una geografía cada vez mas hostil de desiertos, cañones, montañas, desfiladeros y riesgo de ataque de los indios. El último tramo, Chihuahua-Santa Fe, que se hacía en la primavera, resultaba devastador. Pero los pioneros lograron abrir la ruta de la civilización a todo el Suroeste americano mucho antes de que naciesen las primeras colonias inglesas en la costa atlántica.

Hasta 1821, en que se abrió la Ruta de Santa Fe como vía del Oeste para los colonos anglosajones desde Independence, Missouri, el único contacto de Nuevo México con la civilización era a través del inhóspito camino que las caravanas emprendían hacia el sur una vez al año en la última semana de septiembre después de reunirse en La Joya de Sevilleta. Antes de dar la señal de partida, el gobernador pasaba revista de armas y de carros: sólo los que estaban perfectamente preparados podían sumarse a la expedición. Cada carro necesitaba 20 mulas: dos equipos de ocho y cuatro animales de repuesto para sutituir a las que se morían. Ademas, 30 kilos de grasa lubricante, dos ejes de repuesto, y un sinfín de piezas de reserva: era el único modo de sobrevivir. Durante las primeras décadas de la provincia de Nuevo México, las caravanas llegaban desde el sur sólo cada tres o cuatro años, y consistían sobre todo en el reavituallamiento de colonos y misioneros. El extremo norte de la frontera española en un mundo hostil, continuamente amenazado por los indios de las praderas.

A mediados del siglo XVII, las ciudades españolas se habían asentado, y el Camino empezó a ser una ruta de comercio hasta que, de pronto, en 1680, se convirtió en sendero de retirada de todos los colonos hasta el Paso del Norte (El Paso, Texas), expulsados por la mayor revuelta india de la historia de América. Pero los españoles eran tenaces y, al cabo de doce años, subían de nuevo en la definitiva reconquista. Su jefe grabó la historia a cincel en una gran roca del Monumento Nacional de El Morro, donde todavía puede leerse: «Por aquí paso el general Don Diego de Vargas, que conquistó para nuestra Santa Fe y para la Corona Real todo el territorio de Nuevo México a sus propias expensas en el año de 1692».

Cuarto centenario

Además de la piedra, la historia de trescientos años de civilizacióin está escrita en los encantadores nombres de estos lugares y en su cultura. Por eso, en 1989, cuarto centenario de colonización, la idea de crear un Museo del Camino Real de Tierra Adentro –así llamado para distinguirlo del Camino Real costero de San Diego a San Francisco– fue recibida con los brazos abiertos. El Estado de Nuevo México propuso al Congreso declarar el Camino Real de Chihuahua a Santa Fe como primer itinerario internacional de los Estados Unidos.

El lugar de emplazamiento del museo es un cruce de caminos y de historia. A muy poca distancia se encuentra Fort Craig, un puesto militar norteamericano del siglo XIX que forma parte de la red de «Boots and Saddle» (Botas y silla de montar), que hoy relata la conquista del Oeste en su segunda versión, la anglosajona. Cincuenta kilometros al oeste, en medio de las arenas de la Jornada del Muerto hay otro lugar histórico en los anales del poderío militar norteamericano: Trinity Site, el lugar de la primera explosión nuclear el 16 de julio de 1945.

Buena parte de los avatares del Camino Real quedaron fijados para siempre en los nombres de cada lugar. Unos recuerdan la muerte de pioneros como, por ejemplo, El Paraje de Robledo, un miembro de la expedición de Juan de Oñate en 1598, o la Sierra de Fray Cristóbal quien murió el año siguiente en su camino hacia el sur para pedir refuerzos, y cuya sonrisa puede verse algunos atardeceres dibujada en las montanas. En contrapartida, muchos otros topónimos reflejan el éxito los colonos, Luis López, Los Lunas, Dona Ana, Tomé, etc. o de sus predecesores como El Bosque del Apache.

Algunos recuerdan sucesos notorios, como Ojo del Perrillo, el manantial descubierto por un perro de una caravana a punto de morir de sed mientras que otros topónimos nacieron de la fauna local como Las Nutrias o del uso practico: la Mesa del Contadero es un cañon tan estrecho que obliga a las ovejas a pasar de una en una, lo cual permite contar el rebaño.

El museo de Socorro tendra un presupuesto de ocho millones de dólares, aproximadamente mil millones de pesetas, y recibirá a más de un cuarto de millón de visitantes anuales. El Camino Real de Tierra Adentro, junto con la Ruta de Santa Fe y la Ruta de Oregón, son las grandes arterias de la conquista del Oeste, de la que los norteamericanos sólo conocen la última parte desde que arrancaron estos territorios a México en 1846.

«Historia enteramente española»

Segun la infatigable directora del proyecto, Gabrielle Palmer, «la historia del Camino es enteramente española desde su apertura en tiempos de los conquistadores hasta 1821. Por eso hemos establecido muchísimos contactos con entidades españolas: el Archivo de Indias, el Museo de Artes Populares y la Universidad en Sevilla, el Legado Andalusi en Granada, la Casa y el Museo de América en Madrid, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, etc. A todos les ha encantado nuestro plan, y tengo que decir que nunca me había encontrado gente más amable ni más agradable».

Robert Baca, director cultural del Museo de Nuevo México, señala que «no vemos en absoluto el Museo del Camino como una entidad remota y centrada solo en nuestro país. El centro interpretativo del Camino educará a los ciudadanos del estado de Nuevo México y a los norteamericanos sobre el importante papel que España juega en el desarrollo de todo el Suroeste de los Estados Unidos. Hemos recibido también ayuda del gobierno de México, soberano de estos territorios entre 1821 y1846».

Baca describe un proyecto original y fascinante. «Lo primero fue conseguir 40 acres de tierra del gobierno federal en un punto solitario del camino, sin contaminacion visual moderna alguna. El visitante llega por la rápida autopista moderna, pero en cuanto toma la desviación le obligamos a ralentizar y cruzar ambientes del siglo XIX, del XVIII, etc. en un viaje hacia atras en el tiempo hasta olvidar las prisas y ponerse en la mentalidad del viajero del siglo XVI».

«El aparcamiento –continúa Robert Baca– quedara lejos del Museo, que estará integrado en el paisaje con un gran lado de ventanal desde donde se ve el Camino. Ahora estamos en la fase de anteproyecto arquitectónico. Será de estilo colonial, con patios, alpendres, etc., pero no queremos detallar el proyecto hasta completar nuestra colección de objetos: el edificio se adaptará a ellos y no viceversa como se hacía en los museos del siglo pasado.

Gabrielle Palmer subraya que será un centro de enseñanza, «con tecnología ultramoderna pero discreta, ya que la tecnología de relumbrón centra el interés en sí misma y no en el conocimiento que se quiere transmitir. Aquí habra enseñanza y experiencia personal. Los visitantes podrán ver los preparativos, cargar las carretas, uncir las mulas y, sobre todo, recorrer parte del camino. Es el concepto de «historia viviente», que incluye desde subirse a la carreta hasta quizá vadear el Rio Grande un poco más allá». Caminar por los secarrales y cortados es el único modo de entender porque las caravanas sólo podían avanzar veinte kilometros diarios. En esta tierra, los arroyos no cavan cauces sino barrancos de paredes verticales.

Entre los objetos de tamaño menor, el Museo exhibirá desde cuadros hasta botellas de vino, un cultivo introducido por los españoles. Habra instrumentos musicales y grabaciones, que dejarán claro el origen andaluz y morisco de los alabados y otros cantos populares que todavía se escuchan por estas tierras.

Se incluirán desde joyas y vestidos hasta espuelas y herraduras, pasando por todo tipo de documentos, mapas, mercancías, en varias áreas como arte, comercio, transporte, etc., dispuestas en círculos concéntricos que se expanden desde el siglo XVI hasta el siglo XX. Es la historia de los misioneros, la de los colonos y la de los comerciantes junto con la de los indios, testigos del fenomeno a lo largo de los siglos desde los pórticos de sus casas de adobe.



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