Cuarenta mil alumnos se presentan en Madrid a la última criba de entrada en la Universidad



Madrid. José Antonio Fúster.

Ayer comenzaron en Madrid, el distrito universitario con más alumnos de toda España, las pruebas de Selectividad. Cuarenta mil alumnos se enfrentan durante tres días, en las cinco universidades públicas de la Comunidad, «al examen más importante de nuestras vidas». Exageración o no, esta Selectividad que no quiere nadie, vuelve a condicionar el futuro no sólo universitario, sino laboral, de buena parte de los jóvenes españoles. Un examen creado como «prueba de madurez» y que se ha convertido, ante la demanda asfixiante de plazas en las diferentes facultades en un duro proceso de selección. Por fortuna para muchos, este sistema da sus últimos coletazos, ya que, como ha anunciado el Gobierno, para el próximo año se modificarán las pruebas.

¿Qué poderosa razón puede llevar a cientos de alumnos a presentarse a las puertas de la Facultad de Geografía e Historia hasta dos horas antes de que empiece el examen de Selectividad? «El examen más importante de mi vida», «los nervios», «imagínate que me equivoco de Tribunal», «mi hermana mayor me ha dicho que viniera pronto, pero creo que me he pasado». No es fácil arrancar algo más que monosílabos a los asustados selectivos.

Muchos hunden sus cabezas en esquemas de última hora, repasan reglas mnemotécnicas aprendidas en un último esfuerzo por recordar conceptos de Biología: «HHAA. Hermanos, Henos Aquí Ahora. Hidrofílico, Hidrofóbico, Anfipático, Anfótero». «Oye, tío, dime obras de García Lorca».

No se admite Prensa

Una planta más arriba, arrebujados en cómodos sillones, los miembros del Tribunal número 11 de la Universidad Complutense, encabezados por su presidente, el decano de la Facultad de Filosofía, Manuel Maceiras, repasan las últimas instrucciones: «si un alumno quiere dejar el examen, porque está en blanco, deberá esperar veinte minutos “de respeto”. Cuando os entreguemos los ejercicios para que los corrijáis, dentro del sobre irán los criterios a seguir... AAh, por cierto! La Prensa no está autorizada a entrar en las aulas. ¿Alguna pregunta?»

Todo está atado y bien atado, el tándem formado por Maceiras y José Manuel Brell, profesor de la Facultad de Ciencias Geológicas y secretario del Tribunal, tiene todas las respuestas, conoce el mecanismo a la perfección, ya son varios años bregando con problemas de organización, vocales que no se presentan, grapadoras que se resisten, alumnos que se desmayan por una mezcla, a partes iguales, de nerviosismo y calor sofocante... «Hoy hemos tenido suerte, no hace nada de calor, pero la ambulancia está preparada, siempre lo está».

Faltan quince minutos para la Hora-H, en el Día «...Demonios, ¿dónde está mi calculadora?». La primera de las pruebas, asignaturas obligatorias. En la clase B-013, los alumnos del colegio San Juan Bautista y los del IB Mariano José de Larra hablan por los codos. De repente, el silencio de los selectivos.

«A partir de ahora, vocea la coordinadora del grupo, dejen de hablar. Veamos, ¿quién tiene Matemáticas I? Decenas de manos se levantan, rápidas la mayoría, inseguras las menos. El proceso se repite con Química y Matemáticas II (manos arriba, muchas). ¿Quién tiene que hacer el examen de Literatura? Poco más de una docena. Las ciencias ganan por goleada, pero se pierden los comentarios de las obras de Benavente, Valle-Inclán y García Lorca «AGarcía Lorca! ¿Qué obras me había dicho el tío éste antes de entrar?».

Un profesor recuerda la mala noticia: «Están prohibidas las calculadoras programables. Si alguien tiene duda de si la suya lo es, o no, que lo diga, que se lo solucionamos». (Risas). «Tienen una hora y media para completar esta prueba».

¿Qué pasa si alguno trata de copiar?. «Hombre, todos hemos sido estudiantes y sabemos que hay varias modalidades, unas menos peligrosas que otras. Si un estudiante habla un momento con el de al lado, o si se cree que tiene vista de águila y trata de mirar el examen de su compañero de delante, se le dice algo, pero tratamos de ser benévolos y no consideramos que sea motivo de expulsión. Sí lo es, sin embargo, utilizar “chuletas”». Uno de los vocales recuerda que el año pasado cogieron copiando a una alumna en Ados! ejercicios seguidos. Dos expulsiones, dos ceros. Pero la alumna no se arredró y se presentó –aunque marcada de cerca– al tercero.

«No pasa nada»

El presidente del Tribunal comienza su primera ronda de inspección. Abre la puerta con sigilo, mira a los vocales, y se asegura de que todo esté tranquilo. «No sé, dice Maceiras, este año parece como si no hubiera Selectividad. No pasa nada, ni desmayos, ni errores humanos en la entrega de los exámenes, nada. También es verdad que se nota que hoy “sólo” tenemos alrededor de 750 alumnos en este Tribunal. Otros años nos correspondían más de mil».

En esta Selectividad que nadie quiere, pero que «no hay otra cosa que hacer hoy por hoy. Tendrían que cambiar tantas cosas...» –asegura José Manuel Brell– termina el primero de los ejercicios. Un chillido penetrante, alegre, se oye en uno de los pasillos. Un alumna eufórica da saltos mientras grita: «¿Te daba esa solución? ATía, como a mí!». Se refería a un problema del ejercicio de Matemáticas II: «En un juego contra un adversario igual, tal que el juego no puede acabar en empate, ¿qué es más probable, ganar exactamente 3 juegos de 6 o exactamente 5 de 10?»

Por desgracia, las albricias y demás brincos no significan, necesariamente, que el problema esté bien resuelto, sino que ambas comparten una unidad de destino en lo universal de la corrección.

Criterio polémico

Una corrección que, este año, ha dispuesto un criterio polémico sobre la efectos que la ortografía debe tener en la calificación de los ejercicios. La Comisión Interuniversitaria decidió, el viernes pasado, que «la ortografía debe ser juzgada en su totalidad: letras, tildes y signos de puntuación, y valorada dentro de la capacidad de expresión general del alumno; de acuerdo con ello, el corrector deberá disminuir la calificación, a partir de dos faltas de ortografía hasta un máximo de un punto en caso de reiteración de las faltas». Es decir, que aunque un alumno tenga 40 faltas de ortografía, sólo se le puede quitar un punto.

Esta decisión tiene indignado a Maceiras, así como a la mayoría de los vocales. «Me han explicado –asegura el decano–, que esto viene a ser una cuestión de atracción de los criteros que se siguen en la Logse. Está claro que cuando una ley concede esta importancia tan escasa al buen uso del castellano, falla estrepitosamente. A partir de ahora, cuando los centros –que han preparado a sus alumnos para no cometer faltas de ortografía–, tengan constancia de tan notable cambio de criterio (antes, con cuatro o más faltas en un mismo ejercicio sólo se podía sacar un tres como nota máxima), dejarán de prestarle atención alguna».

La Comisión Interuniversitaria pidió a todos los tribunales que leyeran esta decisión a los alumnos. Sin embargo, los de la Complutense no lo han hecho. Alega Maceiras, que «creemos que si se lo decimos, se crearía una perturbarción en todo el sistema. Muchos alumnos cambiarían su mentalidad y concentración, y no lo consideramos apropiado en beneficio de la buena marcha de las pruebas».

¿Qué hacemos en Inglés?

Los profesores de Inglés, rápidos, preguntaron: «¿Y qué hacemos nosotros, si ahí pone que este criterio se aplicará a todas las asignaturas?» La pregunta quedó en el aire. Maceiras aseguró que la consulta sería rápidamente elevada al vicerrectorado de alumnos.

Durante los próximos dos días, los alumnos de COU tomarán de nuevo la Facultad. Se les distinguirá por la proliferación de mochilas, muchas mochilas, incontables mochilas, desparramadas por los suelos. A partir del próximo mes de octubre, la mayoría –los que aprueben, los que tengan plaza, los que no quieran repetir Selectividad–, cambiará sus macutos por carpetas clasificadoras, un equipamiento acorde con su nueva condición de universitarios.



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