EE.UU. funde en bronce su pasado español



Madrid. Miguel A. Delgado.

El movimiento que busca recuperar la memoria de la presencia española en el sureste de los Estados Unidos tiene en la instalación de doce estatuas de grandes dimensiones en una plaza pública de El Paso (Texas) uno de sus proyectos más ambiciosos. La primera de ellas, de cuatro metros de altura y dedicada a fray García de San Francisco, será inaugurada el próximo 28 de septiembre. La segunda será una estatua ecuestre de Juan de Oñate, explorador español y fundador de la ciudad, que con sus siete metros se convertirá en una de las más importantes de EE UU. Su inauguración tendrá lugar en un año altamente simbólico: 1998.

La historia de la presencia española en América se ha olvidado de aquellos que se adentraron más allá del norte de México, quizás porque al hablar de sus hazañas no es posible contabilizar tesoros como el de Atahualpa o imperios extensísimos como el de Moctezuma. Los exploradores españoles que recorrieron el sureste de lo que ahora conocemos como Estados Unidos atravesaron territorios en condiciones sumamente adversas, tomaron contacto con pueblos indígenas dispersos y menos organizados que sus vecinos centro y sudamericanos y, lo que a la postre resultó más importante para calibrar el éxito o fracaso de sus expediciones: los escasos gramos de oro recolectados no justificaron, a los ojos de virreyes y mandatarios, el coste de su organización y mantenimiento.

Una página traspapelada

Por contra, la página del Norte es la que recoge algunas de las gestas más importantes. La historia de los exploradores que atravesaron el Río Grande es la de unos colonizadores que se hacían acompañar por sus familias, con grandes rebaños, que iban llevando sus conocimientos de agricultura a tierras incultas y que sólo entablaban batalla con los indios cuando era estrictamente necesario. Los españoles que pisaron el territorio de Texas, Nuevo México o Arizona convivieron con los pueblos indígenas, ejerciendo una labor misionera y culturizadora que ha dejado su huella hasta ahora.

El reciente descubrimiento, por parte de un equipo arqueológico de la Universidad de Kansas, del campamento de Francisco Vázquez de Coronado, ha servido para resaltar la actualidad de un pasado que los propios norteamericanos han dejado de lado a la hora de hacer recuento de su historia. Las iniciativas realizadas hasta ahora han venido, casi siempre, de particulares que han dedicado sus esfuerzos, a lo largo de muchos años, a sensibilizar a sus conciudadanos e instituciones sobre la importancia de la tarea.

Uno de estos particulares es el escultor John Houser, quien desde hace años ha trabajado en un proyecto para erigir doce estatuas de bronce de enormes dimensiones en una gran plaza de la ciudad de El Paso (Texas), y para ello ha trabajado por la constitución de la Fundación de los Doce Viajeros, creada en 1988, y que ha aglutinado los esfuerzos de los habitantes de esta población y la cercana de Ciudad Juárez, al otro lado de la frontera.

John Houser ha demostrado, desde el inicio de su trayectoria artística, un gran interés por reflejar el rostro, la cultura y los modos de vida de los habitantes del territorio que circunda El Paso. Nacido en Rapid City (Dakota del Sur), es hijo del escultor Ivan Houser, uno de los artistas que trabajaron en las cuatro enormes cabezas de dieciocho metros de altura de Washington, Lincoln, Jefferson y Theodore Roosevelt, talladas en la cara norte del famoso monte Rushmore. Posteriormente, viajó por varios estados, Sudamérica y Europa (estuvo en España en la década de los sesenta, donde fue entrevistado para «Blanco y Negro»). Cuando recaló en Texas, comenzó a concebir el proyecto.

Plazas sin estatuas

A finales de la década de los ochenta, llegó a un acuerdo con el municipio para trabajar en las dos primeras estatuas que se erigirán en la enorme plaza de El Paso –él mismo comenta, con humor, que «es una ciudad extraña, porque cuenta con muchos y extensos lugares donde erigir estatuas, pero curiosamente no tiene ninguna»–, una dedicada a fray García de San Francisco, de cuatro metros de altura, y otra a Juan de Oñate, fundador de El Paso, que con sus siete metros se convertirá en uno de los bronces ecuestres más grandes de Estados Unidos.

Fray García de San Francisco abandonó México en 1629 con fray Antonio de Arteaga, junto a un grupo de hombres de leyes y sacerdotes, con el fin de contribuir al esfuerzo misionero que se estaba desarrollando en el territorio del actual Nuevo México. En la localidad de Socorro trabó contacto con los indios Manso, un pueblo cazador que vivía organizado en pequeñas familias a lo largo del Río Grande. Dejó con ellos a dos misioneros, pero los indios se volvieron hostiles a su presencia y abandonaron el lugar.

Sin rendirse al fracaso, fray García volvió en 1659 al Paso del Norte, donde estableció una misión situada en un lugar estratégico del llamado Camino Real. El éxito le acompañó esta vez en su misión, pues evangelizó a todos los pueblos de la zona. Con su ayuda, fray García inició la construcción de la Misión Guadalupe. El proyecto más ambicioso fue el levantamiento de una iglesia, cuyas obras se iniciaron en 1662: hizo traer madera para las vigas desde una distancia de más de sesenta kilómetros, y los maderos fueron trabajados por artesanos españoles, con la asistencia de ayudantes indios. La iglesia, que aún se conserva en pie, se finalizó en 1668, y fue inaugurada en presencia de fray García y los religiosos de la misión, el gobernador de Nuevo México, un grupo de soldados y miles de indios. Un brillante espectáculo de pirotecnia cerró los actos.

Llamando a los indios

Inspirada en estos hechos históricos, la estatua diseñada por Houser representa a fray García sosteniendo con su brazo derecho una de las vigas de madera que deben ser alzadas hasta el techo, mientras que con la izquierda está llamando a los indios para que acudan a ayudarle. La viga incluye la leyenda «Nuestra Señora de Guadalupe, 1659», y se acompaña de motivos indios, y es similar a una existente en el templo. A sus pies, el misionero tiene una cesta en la que aparece un racimo de uvas, que simboliza el hecho de que fray García fue quien trajo a El Paso la agricultura, la irrigación y las técnicas de almacenamiento. Pero la principal de sus aportaciones en este campo fue la introducción de la viña y el arte de la viticultura, de enorme raigambre hoy en esta zona.

Para el diseño, Houser ha realizado un profundo trabajo de documentación, no sólo respecto a la vida del religioso, sino también del contexto de la época. Este trabajo le ha llevado a cuidar hasta los más mínimos detalles de la efigie. Uno de los ejemplos más curiosos es el crucifijo del rosario, que en su base presenta un símbolo que a nuestros ojos resulta algo extraño: una calavera con dos tibias cruzadas, justo a los pies del Cristo crucificado. Esta imagen, símbolo del triunfo sobre la muerte, fue muy utilizada hasta que la Santa Sede la prohibió en el siglo XVIII, debido a que podía ser confundida con el emblema pirata. Para diseñarla, Houser se basó en una cruz que fue rescatada de un barco español hundido en el Caribe.

El próximo 28 de septiembre, aniversario de la fundación de El Paso, se producirá la inauguración oficial de la estatua. Para entonces, tanto Houser como su hijo habrán invertido un total de dos años de trabajo. Uno de ellos, en la realización de un modelo a escala real en barro, que luego fue utilizado para sacar cincuenta moldes que han servido para la fundición del bronce. Cuando a Houser se le plantea que a ese ritmo los trabajos se terminarán bien entrado el siglo XXI, él replica que sería posible trabajar en dos estatuas simultáneamente. Cree que la inauguración del bronce de fray García servirá para estimular el proyecto.

Juan de Oñate

La segunda de las estatuas de bronce recogerá a Juan de Oñate, fundador de la ciudad de El Paso en 1598. Precisamente, las autoridades locales pretenden que la inauguración de su efigie coincida con los actos de la conmemoración del cuarto centenario de la fundación de la ciudad texana. Juan de Oñate atravesó el Río Grande acompañado de cuatrocientas personas, entre soldados, mujeres y niños, así como de un gran rebaño que aseguraba el sustento de toda esta masa humana, en la que también podía contabilizarse un número importante de indígenas, algunos aventureros ingleses, escoceses, portugueses e, incluso, expedicionarios oriundos de lugares tan dispares como Marruecos –como el explorador Estebanico–, parte de cuyo territorio actual pertenecía a Castilla.

Oñate montó la expedición empeñando su propia fortuna, pidiéndole al virrey como única recompensa un título nobiliario que, sin embargo, nunca le fue concedido: tuvo que conformarse con la distinción de adelantado. Nada más cruzar el Río Grande, Juan de Oñate tomó posesión de aquellas tierras en nombre del Rey Felipe II y ofreció una misa de acción de gracias: fue el primer «thanksgiving», anterior al que tradicionalmente han celebrado los norteamericanos y que recuerda la llegada de los pioneros del «Mayflower», en 1620.

La idea de Houser es que, junto a la efigie ecuestre de Oñate, se alcen otras dos figuras: la de un indio y la de una mujer, pues el papel femenino, no por silenciado, ha dejado de ser más significativo. Así, recuerda cómo doña Eufemia Peñalosa jugó un papel muy importante en la expedición de Oñate, siendo una de sus principales impulsoras en los momentos difíciles. Sin embargo, el saldo material de la aventura fue escaso, por lo que el virrey le puso fin en 1614. La labor de enriquecimiento cultural y extensión de las tierras conocidas fue, sin embargo, incalculable.

Llevado siempre por su afán de lograr el mayor realismo posible, John Houser ha viajado a nuestro país para conocer la población vasca de Oñate, de donde el explorador español era oriundo. Y para cumplir otro de sus objetivos principales: tomar el molde de la cabeza de Manuel Gullón de Oñate, descendiente directo del fundador de El Paso, que reside actualmente en Madrid, así como a un descendiente de Cabeza de Vaca, quien será el protagonista de otra de las estatuas que seguirán a ésta. Houser quiere realizar este trámite con todos los descendientes que le sea posible localizar, e incluso se ha trasladado a Marruecos para tomar el molde de uno de los descendientes de Estebanico, considerado un héroe en su ciudad natal.

Invitar a la Familia Real

También quiere aprovechar su estancia en España para dar a conocer el proyecto, uno de los más ambiciosos que se están llevando a cabo en Estados Unidos para reivindicar la presencia española en aquel país, e invitar a algún miembro de la Familia Real a los actos que en 1998 recordarán la presencia de los antepasados de sus súbditos en aquellas tierras. ¿Cuándo se terminarán las doce? Si todo va bien, poco después del dos mil. Si su única ayuda sigue siendo la de su hijo, el plazo se ampliará peligrosamente y hará tambalearse el proyecto.



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